Ha oscurecido y llueve con intensidad, aunque las gotas son muy finas, como pulverizadas. Aún es media tarde.
Enciendo la chimenea y me acomodo en la silla de mi pequeña biblioteca. El mejor lugar y el más confortable de mi casita.
Dejo que pase el tiempo mientras me quedo pensativo, mirando al fuego y recreándome en aquel beso en el aparcamiento...
Sentí tus labios. Suaves, carnosos y a ratos, dulces y húmedos, como una golosina exquisita en boca de un catador experimentado.
Estoy en trance, aislado sensitivamente... y suena mi teléfono.
- "Edy, te necesito. Hay un montón de caminos y creo que me he perdido... No esperaba que fuese tan complicado llegar a tu casa".
Era la llamada de socorro que esperaba...
- "¿Puedes describirme dónde estás?".
- "He pasado una especie de caseta, una casa derruída, he podido dar la vuelta y me he metido por el siguiente camino. He encontrado un letrero de madera, pero no he podido ver con claridad lo que ponía, y ahora no sé dónde estoy".
Noto nerviosismo en tu voz, pero sé exactamente dónde estás...
- "Salgo ahora a buscarte. En 10 minutos estoy ahí".
Pienso en que esos minutos se te harán muy largos. Tendré que darme prisa en encontrarte o terminarás llamando a la grúa, a los bomberos, y a todo el mundo si fuese necesario...
Aún recuerdo la última vez que te perdiste. Estabas tan nerviosa que no me atreví a tocarte. Tu padre llegó y te tranquilizó. Tardó varios minutos en conseguirlo, pero lo hizo... Nunca volví a olvidar aquella experiencia.
No han pasado muchos minutos, y ya te he encontrado. Estás metida en el coche, con los niños, y ver mi cara te ha alegrado muchísimo.
Abro la puerta para preguntarte qué tal estás, pero sales y me abrazas muy fuerte...
- "Ya he llegado. Ya estoy contigo. No hay motivo para llorar...". Son las mismas palabras que utilizó tu padre en aquella ocasión y las únicas que, automáticamente y sin pensarlas, han salido de mis labios.
Me miras a los ojos y me besas.
Las gotitas de agua siguen cayendo y humedecen nuestros cuerpos mientras seguimos besándonos.
Te pido que me sigas con tu coche y llegamos a mi casa.
No se puede ver mucho por la niebla, que se ha formado en la zona, pero te parece un lugar perfecto para vivir.
Entramos en casa y me dirijo a por unas toallas mientras te pido que te acerques a la chimenea con los niños para calentarte. Miras constantemente a tu alrededor... Es una casa muy masculina para tu gusto... sin dejar de ser acogedora.
Tu ropa está empapada, al igual que la mía, pero la de los niños está seca porque se quedaron en el coche, y no tengo ropa para dejarte... Dejo que hurgues en mi armario, y coges una camiseta que te queda bastante grande... La usas a modo de vestido.
Me gusta esa imagen... Tú, con mi camiseta, paseandote por mi casa libremente.
Has traído algunas bolsas con comida. Las llevas a la cocina, donde te atrincheras, mientras continúo embobado mirándote desde la chimenea...
No te digo nada, pero sabes donde están todas las cosas como si llevaras viviendo conmigo toda la vida...
Mi cocina ya es tuya... Pronto las demás estancias, la casa entera, y yo mismo caeremos irremediablemente en tus manos.
Los niños juegan y trastean con mi perro, que hace un buen trabajo de niñera...
Extrañamente no me siento incómodo, a pesar de que no tengo visitas y la casa no es espaciosa.
Avisas de que pronto estará lista la cena. Los niños dejan de jugar y te ayudan con la mesa.
Los niños se sientan y tú sirves la comida. No puedo dejar de admirar la escena...
La velada es tranquila, con los niños escuchando nuestras aventuras y anécdotas de cuando íbamos al colegio. Nos reímos y los niños se lo pasan muy bien.
La cena termina y los niños se quejan de que no quieren irse a dormir. Tú les riñes, pero ellos insisten en quedarse a jugar más con mi perro. Yo intercedo y permito que se queden un poco más... pero sólo un rato.
Te vas a la cocina y lo friegas todo en un santiamén. Yo me he instalado en el sofá, un poco alejado de la chimenea, pero con un ambiente muy relajado y romántico. Me he servido un poco de licor en una copa, que me quitas de las manos para darle un sorbo a la vez que te acomodas a mi lado y apoyas la cabeza en mi hombro.
Estás felíz y ambos estamos cómodos.
Sin saber cómo, nos besamos. Acaricias mi cara y apoyas de nuevo tu cabeza en mi hombro.
Nos quedamos así un buen rato. Bebiendonos el licor y dejando que los niños se cansen un poco más.
Un nuevo beso en los labios y te levantas. Es hora de acostarse ya.
Los niños, perezosamente, se van levantando con desgana. Te guío hasta la habitación de invitados. Es una buena habitación, con una cama grande donde podreis dormir los tres.
Ellos se van desvistiendo y se meten en la cama. Mi perro se sube también, al que debo reprimir para que se baje de la cama. Los niños se decepcionan. Dejo que el perro duerma en la habitación con la condición de que no se vuelva a subir a la cama. Los niños se alegran y se acuestan sin rechistar más.
Dejo que te acomodes y cierro la puerta de la habitación.
Camino pesadamente. Termino de recoger algunas cosas y dejo la chimenea con algunos troncos más para que se mantenga el calor.
Me dirijo hacia mi habitación. Me desvisto y me voy acomodando en la cama.
La puerta de mi habitación se abre lentamente y apareces tú, caminas hacia mí y cuando llegas a mi lado, me informas:
- "Los niños ya están dormidos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario