- "¡Qué calor!", pensaba Martina mientras continuaba ojeando expedientes en la oficina.
- ¿Ya sabes dónde te vas a ir de vacaciones, guapa?, irrumpió Laura, la compañera de oficina.
- " Me quedaré en casa. Con los gastos que tengo, no me da para vacaciones, así que las pasaré sola en casa".
- "Es una pena. Luis y yo las pasaremos en el pueblo, con mis padres. Así nos desquitamos de la ciudad. Deberías salir de aquí".
- " Ya me gustaría". Sentenció Martina.
La hora de cerrar la oficina se iba aproximando. El sol pegaba más fuerte sobre la ciudad y el calor se hacía más axfisiante.
La blusa de Martina se humedecía cada vez más por el sudor. A ratos, la blusa se volvía transparente y dejaba ver el top que llevaba. En otra ocasión había llevado esa misma blusa y había tenido una mala experiencia en una fiesta, cuando un inoportuno la empujó accidentalmente, derramándose sobre sí misma la bebida. "Miss Blusa Mojada" fué el título con la que la reconocen desde aquella noche.
Todos los hombres la desearon aquella noche, pero ella no estaba con ánimos.
A otra no le hubiese importado y se hubiese aprovechado de la situación, incluso ella misma, pero Martina había tenido un día horrible y acabó marchándose de la fiesta para no acabar llorando.
Ella no tiene nada que envidiar a las demás mujeres. Tiene unos pechos redondos y bonitos. Unos pechos que muchas de sus amigas desearían tener y que son la perdición de muchos hombres cuando Martina los luce con un buen escote.
Pero hoy sólo tiene ganas de acabar en la oficina con todo el papeleo, volver a casa y dejarse caer en el sofá, rendida, con una bebida fría y un milagro... ¡que termine este dichoso calor!.
Tras unas pocas horas, que a ella se le han hecho eternas, Martina coge su bolso y la chaquetilla, dispuesta a salir de la oficina, cuando Laura la entretiene unos minutos más...
- "Martina, toma. Es la dirección de la casa del pueblo, por si te animas a venir. Hay fiestas todo el mes en los pueblos de los alrededores, así que, ya sabes...".
- " Gracias, Lau. No creo que vaya, pero te lo agradezco de todas formas".
Martina coge el papelito con las señas, se despide de su compañera y sale por la puerta deseando llegar a casa.
Atraviesa las calles con paso pesado. Siente cómo las fuerzas le van abandonando por momentos y entra en uno de los supermercados de la calle. El aire acondicionado da un respiro al agobiante y extenuante aire caliente de la calle. Es como un chorro de agua fresca que reanima. Se dirige a los frigoríficos y coge un refresco. Lo necesita para poder llegar a casa sin desmayarse.
Paga la compra y, antes de volver a salir a la calle, abre la botella y bebe un buen sorbo.
El refresco está muy frío, casi congelado, así que el siguiente sorbo ha de ser lento y breve si no quiere sentir cómo su garganta es abrasada por el frío líquido. Se pasa la botella por la nuca y el cuello para refrescarse.
Después de dar el sorbo, cierra la botella y la guarda en el bolso para proseguir camino.
Cuando entra en el portal, el fresco aire de la sombra la vuelve a dar un respiro del axfisiante calor de fuera.
Martina está exhausta. Coge el ascensor y deja que su cuerpo se apoye en una de las esquinas, mientras el ascensor sube.
Llega al piso, saca las llaves del bolso, abre la puerta y la cierra tras de sí, deja caer la chaquetilla y el bolso en un sillón y se dirige a la cocina. Abre la puerta del congelador y saca un cubito de hielo.
Se dirige al sofá, se deja caer y se pasa el cubito por la frente y la nuca. Se quita el vaquero y la blusa, dejándose puestas solamente las braguitas y el top... aunque de buena gana también se los quitaba y se quedaría totalmente desnuda, pero dejó las ventanas abiertas antes de ir a la oficina y no quiere ser el blanco de las denuncias de esas vecinas cotillas que no tienen otra cosa que hacer, que mirar las ventanas de los demás.
Enciende la televisión y se vuelve a pasar el cubito por el cuello y la frente.
Una gota del cuello baja hasta el pecho y se cuela por el canalillo, haciendo que una sensación, que en principio era agradable, ahora se vuelva excitante.
Martina se deja llevar y pone el cubito en su pecho. Una nueva gota se desliza entre sus pechos y llega hasta la goma del top, que cierra el paso de la gotita. Martina se ha sentido excitada por el frio del agua y desea volver a sentir de nuevo ese placer. Se despoja del top, dejando libres sus pechos con los pezones excitados y deja que una nueva gota recorra de nuevo su piel.
La nueva gotita corretea lentamente a través de sus pechos, baja por el vientre y termina llegando al tanguita, que es la nueva barrera que diluye la tremenda calentura que Martina está experimentando.
Martina mira a su alrededor y confirma que esas ventanas no van a dejar pasar las miradas indiscretas de sus vecinos. Se quita lentamente el tanga y deja que otra gota realice de nuevo el recorrido.
La gota pasa a través de los pechos, baja por el vientre, se desliza suavemente por la entrepierna de Martina y cae sin remedio en el sofá.
La excitación es tremenda. Un estremecimiento frío y relajante ha desbocado su cuerpo agotado y deja que otra gota pruebe suerte desde otro camino diferente...
Se incorpora un poco y deja que la nueva gota baje por el pecho y llegue al pezón. A Martina se le escapa un gemido cuando la gota llega al pezón y su cuerpo se retuerce de placer cuando la gota baja por el pecho y sobrepasa el vientre, volviendo a deslizarse por su entrepierna hasta llegar al sofá.
Martina está entre la incredulidad y la excitación. Tiene deseos de volverse loca en la intimidad y pasea el cubito por el pecho, rozando el pezón, que se excita muchísimo.
Mientras, Martina continúa gimiendo, desliza el cubito por el otro pecho, el cual ayuda a excitar más a Martina y cometer la loca imprudencia de pasearlo por el vientre, llevarlo hasta el clítoris y dejar que poco a poco vaya derritiendose y goteando toda la zona.
Sin haberlo planeado, Martina deja que el cubito termine aterrizando en el sofá, para proceder a masturbarse suavemente con los dedos fríos por el helado cubito.
Su excitación es tal, que no tarda en correrse, acompañando el orgasmo con un sonoro gemido de placer, que hace que Martina caiga rendida en un sueño relajante y tranquilizador mientras continúa recostada en el sofá, desnuda y satisfecha por un endiablado cubito de hielo.
Martina se despierta un par de horas más tarde. Aún hace mucho calor, pero el sol ya empieza a bajar.
Se pasea por el piso desnuda, con mucha naturalidad. Se sorprende a sí misma reflejada frente a uno de los espejos con una postura muy sexy. Posturea mientras se mira en el espejo. Juega consigo misma a provocarse...
Después de un rato, se queda firme frente al espejo, se mira a los ojos, hace un guiño y comienza a reírse.
- "¡Eres tonta, Martina!", se dice en voz alta. "El hombre de tus sueños no existe. Ellos sólo piensan en follarte. No piensan en tí ni en tus deseos".
A la mañana siguiente, Martina sale a pasear. Apenas ha asomado el sol tras los edificios y la noche ha dejado un fresco aliento sobre la ciudad.
La invitación de Laura es una buena oportunidad para despejar y aclarar ideas.
- "Laura tiene razón. Necesito un cambio de aires", sentencia para sí misma.
Le envía un mensaje a Laura desde el móvil confirmando que quiere salir de fiesta por alguno de esos pueblos que ella le ha descrito.
La respuesta no tarda en llegar: " Cenas con nosotros y ya nos vamos de fiestuki".
No hay mucho que preparar. Una pequeña maleta con algo de ropa, zapatos, ropa interior, el neceser, algo de dinero...
Martina coge las llaves del coche y sale por la puerta. El viaje no es muy largo. Un par de horas largas, pero es un viaje tranquilo y cómodo.
Laura la recibe a la puerta de casa. Es un pueblo aparentemente tranquilo, con algún anciano a la puerta indagando quién viene y quién va... sino están escondidas ellas detrás de las cortinas de casa, cotilleando.
El sol aprieta fuerte y Laura invita a pasar a Martina que es frenada en seco por los perros, que sólo buscan los mimos de Martina...
Los padres de Luis son muy atentos y educados. Han preparado una habitación para ella con mucho detalle. Las atenciones la abruman .
Después de relajarse, Martina y Laura salen a dar un paseo por el pueblo. Laura le va contando anécdotas e historias que cuenta la gente del pueblo. También incluye algunas de su propia cosecha. Sobre todo aquellas que coprotagoniza con Luis y que a Martina le resultan excitantes y provocadoras. Como aquella vez que ellos habían estado en una de las fiestas del pueblo y regresaban a casa. Habían bebido, así que los recuerdos eran para Laura algo borrosos.
En vez de ir por la calle principal, Luis la guió por algunas callejuelas, las cuales se encontraban muy oscuras o con tan poca luz que había que ir palpando las esquinas para no perderse, y tan silenciosas que eran audibles los aleteos de las hojas de los árboles que crecían en las afueras del pueblo.
En una de esas callejuelas, Luis paró en seco y se volvió para besar a Laura. La abrazó con fuerza y dejó que su lengua juguetease con la de ella haciendo que la saliva rebosase en las bocas.
Acariciaba sus muslos en busca de un buen lugar dónde acorralar a Laura y besarla con más intensidad. Laura se dejaba llevar. Sentía cómo su cuerpo reaccionaba a los deseos de él, sintiendo cómo el calor de aquel verano emergía desde su interior y hacía aflorar un millar de sensaciones que manifestaron el deseo de que aquel encuentro fuese algo más que un simple morreo.
Luis arrastró hacia sí los glúteos de Laura con fuerza a la vez que bajaba de los labios al cuello, sin dejar de besarla. Laura emitió un gemido muy intenso. Dejó que Luis la besase el cuello. Mientras con una mano agarraba la nuca de Luis, con la otra iba subiéndose la camiseta para terminar quitándosela y dejarle a él una buena panorámica de su firme busto, a la vez que ayudada por las manos de él, elevó sus piernas y le rodeó la cintura con sus muslos.
En este momento, ella aprovechó que su espalda quedaba libre para desabrocharse el sujetador y dejar que Luis pudiese disfrutar de sus pechos, excitados por el cúmulo de sensaciones que les permitía la situación y, guiando ya, con las dos manos, la cabeza de Luis, éste comenzó a lamer los pezones de aquellos generosos pechos de Laura, de los que empezaba a manar un pequeño líquido dulce y caliente, que permitía a Luis profundizar aún más en la succión de cada pezón, alternandolos y salivandolos continuamente, dejando que el fresco de la noche los matuviese tensos y excitados durante el encuentro.
Ella suspiraba y gemía con fuerza a la vez que permitía que él disfrutase de su cuerpo hasta que dejó caer sus piernas, abandonando los glúteos para llevar las manos a la espalda de Laura. Ella aprovechó el momento para separar la cara de Luis de sus pechos y deslizar sus manos hasta el abultado miembro que escondía bajo el vaquero.
Luis se dejó hacer. Dejó que Laura desabrochase el cinturón, desabotonase el pantalón y bajase la cremallera, mientras ella se deslizaba hasta ponerse en cuclillas, con su cara frente al miembro aún escondido de Luis, que no tardó en ser descubierto, pues el vaquero cayó por efecto de la gravedad hasta los tobillos y porque Luis no llevaba ninguna prenda interior.
Asió el miembro con una mano mientras sentía cómo él se colocaba, preparándose para el festival que se avecinaba, y se lo acercó a los labios. Sopló suavemente y notó cómo a él le entraba un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero. Era señal de que lo tenía a punto para ella.
Dejó que sus labios se posasen en el glande, mientras sacaba un poco la lengua para que fuese humedeciendolo, facilitando la penetración progresiva en la boca.
Luis sentía cómo aquella boca engullía lentamente su pene llenándolo de sensaciones que nunca había experimentado. Por momentos sentía cómo le fallaban las fuerzas.
Laura mantenía la humedad en su boca a la vez que dejaba que el pene de Luis resbalase por sus labios. Le encantaba sentir aquel cuerpo duro, caliente y deslizante en su boca. Lo sacaba y lo volvía a meter en su boca mientras oía cómo Luis disfrutaba del momento con gemidos y expresiones como:
- "¡Joder, qué bien me la chupas!".
- " ¡Sigue, no pares ahora!".
- "¡Hasta el fondo, preciosa, trágatela hasta el fondo!".
Laura también disfrutaba con las sensaciones que recibía a través de su boca y lengua. Sentía cómo el miembro de Luis se endurecía aún más por momentos, cómo el líquido preseminal endulzaba el sabor del pene y permitía que llegase hasta la garganta, aunque tuviese que reprimir las arcadas, pero eso era lo de menos. Masturbaba el pene de Luis con la mano y con la boca, haciendo que aquella situación se volviese más excitante y alocada.
Laura notaba cómo su entrepierna se había humedecido tanto que dudaba si se había orinado o si la excitación era tan grande que el flujo se le había desbordado por las braguitas.
Dejó de chuparle el pene y sin dejar de agarrarle el miembro, con la otra mano cogió la mano de Luis y la guió hasta su entrepierna.
Él desabotonó el vaquero de Laura, le bajó la cremallera y metió lentamente sus dedos, tanteando las protuberancias de la intimidad femenina, notando cómo la humedad había inundado las braguitas de Laura por la excitación de la mamada que había protagonizado y dejando al descubierto su sexualidad, metió los dedos índice y corazón en la cavidad vaginal de Laura. Ella libró una pernera del pantalón para que resultase más cómoda la penetración digital y elevó la pierna liberada hasta la cintura de él, dejando el espacio necesario para que Luis pudiese acariciarla a placer.
Mientras, él volvía a deleitarse con los pechos de Laura. Le regalaba chupetones por todo el pecho, lamía las aureolas y succionaba los pezones con suavidad y con mucha dedicación, a la vez que acariciaba la entrepierna de Laura con dulzura.
A ella la volvían loca aquellas caricias por todo su cuerpo. Lanzaba gemidos en aquella callejuela silenciosa donde el sonido se perdía en las esquinas, mucho antes de que llegasen a cualquier calle transitada.
Y el silencio, el poder disfrutar de aquella forma sin ser descubiertos, la hacía sentir más libre y excitada.
Acercó el pene, que aún mantenía agarrado, hacia su intimidad, donde se humedeció y se volvió tan escurridiza como una anguila, y dejó que la penetrase con cierta brutalidad, haciendo que la espalda de Laura se pegase en la pared áspera del muro. Eso no la desanimó a susurrar a su amante frases que salían de sus labios como un chorro de aquellas frescas fuentes de agua, a veces interrumpidas por gemidos de placer y deseo, rellenadas con lujuria y pasión desenfrenada.
El júbilo de aquella experiencia dió paso al orgasmo, que en un grito de ansia reprimida, se confundió con los cohetes que iluminaban todas las calles del pueblo, incluída aquella callejuela, dejando ver las caras de los amantes en fracciones de segundo, equiparables a parpadeos, a flashes de cámaras de fotos disparadas una tras otra.
El rostro de Laura era pura lujuria satisfecha. Estaba despeinada y mantenía hacia él esa mirada de deseo, de partida bien jugada, de necesidad de él. La cara de Luis era como la de un soldado tras haber acabado con el enemigo en una furiosa batalla cuerpo a cuerpo... Sudorosos, jadeantes, sonrientes, satisfechos...
No había motivo para salir del laberinto de callejuelas. El anonimato estaba asegurado y lo que había pasado entre ellos no saldría de aquellos muros. Deseaban volver a tener otra ocasión como aquella, a pesar de lo ebrios que estaban ambos.
Se visitieron y abandonaron aquella calleja en silencio, abrazados y besandose en cada esquina, como si no hubiese sido suficiente.
Después del paseo, Laura y Martina llegaron de nuevo a casa. Allí les esperaban Luis y sus padres, que se unieron ellas, y se ocuparon de los preparativos de la cena, ya que después se acercarían a un pueblo cercano, donde había fiesta.
Después de la cena, Martina se prepara para salir. Se pone ropa cómoda, se peina, se maquilla y espera a que Laura y Luis estén listos para marchar.
Cuando la indican que ya pueden irse, Martina está retocándose frente al espejo. Sale de la habitación y se sube al coche después de despedirse de los padres de Luis.
El trayecto es corto y sólo dura unos minutos. A su llegada, Martina es la sensación, pues no es una cara habitual. Luis tiene muchos amigos y todos se interesan por Martina... pero ella no tiene interés en ninguno y se lo hace saber a Luis al oído.
Después de un buen rato en la fiesta, Laura y Martina salen a bailar.
Luis no es muy buen bailarín, pero deja que ellas bailen y se diviertan. Disfruta viendo a Laura felíz.
Oscar llega a la altura de Luis, que se ha acercado a la barra del chiringuito. Oscar es un buen amigo de la infancia, compañero de juergas y correrías. Tuvo que marchar fuera a buscarse la vida y por eso hacía muchos años que no coincidían. La alegría del reencuentro se hizo notar en un efusivo abrazo.
Luis presentó a Laura, que le dió dos besos, como era costumbre en ella, y cuando quiso hacer lo mismo con Martina, enmudeció. Sus ojos claros no dejaban me mirar a los de Martina, que le correspondió de igual forma; muda e insensible a los empujoncitos que Laura le propinaba para que ella le diese los dos besos que acostumbraban a dar al saludar.
Pasadas las horas de charlas, bailes y copas, Laura y Luis dejaron que Oscar y Martina se conociesen mejor a solas.
Oscar no sabía de qué hablar con ella, así que le contó un poco de su vida desde que se fué del pueblo.
Martina le escuchaba con atención, sin dejar de mirarle a los ojos y de perderse en ellos.
Sin saber cómo, su cabeza le pedía serenidad mientras su corazón y su cuerpo le deseaban desenfrenadente. A medida que iba hablando, Martina se iba cerciorando de que aquel chico era su hombre ideal, el hombre que había estado esperando.
Su corpulencia y su seguridad dejaban a Martina en un estado catatónico, junto con aquellos ojos claros que remataban y su voz grave pero suave que le daban ese toque de sensibilidad oculta.
La invitación a pasear fué la excusa perfecta para que Martina le cogiese el brazo. Se sentía protegida y excitada a partes iguales.
Después de un rato, los sonidos de la fiesta ya casi eran lejanos, y ella se dejó llevar por la situación y por el entorno tan romántico que regalaba el sonido del río al llanear por la ribera. La luna iluminaba delicadamente el agua que viajaba mansamente a la vez que llenaba los cauces de regadío de las eras.
Oscar acarició el pelo de Martina, en un intento de llamar su atención y acercó su cara lo suficiente para que ella decidiese a continuar la acción, si así lo deseaba.
Martina posó sus labios en los de Oscar y dejó que su boca recibiese aquel beso inesperado.
La hierba fresca de la ribera ofreció un buen lugar para acomodarse, donde ella descubrió su pecho a Oscar y dejó que él la besase hasta estar bien seguro de que aquello era lo que ambos deseaban que ocurriese.
Volvieron a besarse mientras Oscar desabotonaba la blusa de Martina, dejando al descubierto el hermoso busto que todos los hombres deseaban poseer y hundió su cara entre los pechos guiado por las manos de Martina que le estaba acariciando el pelo.
Permitió que ella lo descamisase mientras continuaba besando aquella piel tan cuidada, suave y perfumada de Martina desde el cuello hasta el ombligo, dejando que ella permitiese avanzar o retroceder a su antojo y necesidad.
Martina arqueó la espalda lo suficiente para desabrocharse el sujetador y ofreció a Oscar los pechos más jugosos y deliciosos que jamas hubiese visto en una mujer.
Lamió y succionó aquellos pechos como un bebé hambriento. Martina sentía cómo un fuego interno se apoderaba de su cuerpo y cogió una mano de él para que descubriese la siguiente meta...
Metió su mano por el hueco después de desnudarla y palpó con caricias los genitales de Martina, haciendo que se le escapasen varios gemidos de placer.
La humeda entrepierna de Martina se abrió como un bivalvo en agua caliente y permitió que Oscar hundiese su dedo corazón en el interior de la vagina, a la vez que continuaba besándola y lamiendo sus pechos una y otra vez.
Él dejó que una mano furtiva de ella descubriese su pene y dejó que lo introdujese en su interior, permitiendo así el encuentro esperado en aquella fresca alfombra verde.
Martina no deseaba que Oscar la abandonase, así que lo abrazó con más fuerza e hizo que sus músculos vaginales apretasen el pene de forma que a él le estimulase más aún la penetración.
Ella sentía cómo su cuerpo iba descontrolándose por momentos permitiendole a él una penetración más profunda y basta.
En poco tiempo, Oscar profirió un gemido contenido y embistió aún con más fuerza el cuerpo de Martina, sintiendo como si la fuerza le abandonase por el mismo canal por el que había recibido tanto placer y Martina sintió el agradable calor del regalo de Oscar, notando cómo el pene impulsaba cortos pero intensos chorros de semen en su interior y resbalando todos ellos como caricias a los que ella recibió con un orgasmo de esos que sólo crees que ocurrirán una vez en la vida, abandonando todas las fuerzas y energías ante el cuerpo de aquella persona a la que amarás para siempre.
Así sentía Martina el amor. Así sentía el sexo con su hombre ideal y así lo sintió en un entorno perfecto, en el calor estival y en una noche llena de estrellas y placer.