Estaba agotado, pero aún así me costaba dormirme. El calor hacía imposible conciliar el sueño.
Después de ver una película y de entretenerme durante una larga hora, me entró el sueño y me acomodé.
Creí que iba a tener una plácida noche de descanso. Sin embargo, tu presencia se tornó omnipresente en cada segundo de sueño.
No sé porqué estabas ahí, pero mi subconsciente no hacía más que repetir tu cara en todas las caras femeninas de mi sueño... Creí que iba a ser una pesadilla más, pero de repente todo se volvió muy tranquilo y cariñoso.
No entendía nada...
Subí al piso, que por deducción y por motivos obvios (saqué las llaves y abrí la cerradura de la puerta del portal), supe que era mi hogar.
Ya se había hecho muy tarde. Era de noche.
Abrí la puerta del piso y saliste al hall a recibirme... Estabas con un conjunto muy transparente y te tiraste a mis brazos como una mujer casada que hace días que no ve a su marido... Me gustaba esa sensación de sentirme tan querido...
Después de abrazarnos y besarnos, me cogiste de la mano y me guiaste hasta nuestra cama.
Yo llevaba traje y corbata. Me pediste que me sentase en la cama y te esperase...
Al poco tiempo apareciste con una botella de vino y una copa. Serviste el vino, te tomaste la copa, volviste a servir y me lo ofreciste. Me bebí la copa y la posé, vacía, en la mesilla de noche.
Me agarraste de la corbata y me obligaste a besarte... pero no me importó.
Comenzaste por quitarme la corbata mientras te mordías el labio inferior... Te excitaba aquella situación y dejaste muy claro que te gustaba jugar a ese juego...
Serviste otro par de tragos de vino y me besaste de nuevo.
Yo deseaba tocarte y dejé que mis dedos jugueteasen con tu piel.
Comenzaste a jadear suavemente a la vez que me quitaste el botón del cuello de la camisa... y me besabas el cuello, torturandome una y otra vez con tus deseos de que bebiese otro trago de vino para acerme más accesible... Que ya lo era...
Tu cuerpo era suave, dulce y calentaba mi piel con tus caricias.
Quizá fuese el vino. Quizá la excitación por tus deseos. Quizá tu forma de desearme en la cama, pero notaba cómo mi pene desperezaba con enérgica fuerza por debajo del pantalón...
Me mirabas con deseo y con mucha lujuria, a la vez que bajabas tu mano lentamente hacia la cremallera del pantalón en busca de la liberación del miembro que gritaba de deseos tu nombre.
Desabrochaste el cinturón con energía, desabotonaste el pantalón y bajaste la cremallera con suavidad, haciendo que mi pene saliese por su propia voluntad de mi pantalón.
Apenas había emergido entre los dientes de la cremallera, tu boca se abalanzó sobre él, engulléndolo con sumo deseo, como si tu vida dependiese de aquel gesto y dejaste que tu boca se llenase con ese lujurioso manjar.
Frotabas con la boca mi piel, a la vez que con tus manos acariciabas mi escroto y me hacías perder el control de mis sentidos con cada movimiento de tu boca.
Deseaba poder dar empleo a mis manos, así que dejé que se posasen en tus braguitas y comencé a acariciarte suavemente la entrepierna.
No mucho más tarde ya habías abierto las piernas y me ayudabas a acariciarte con más deseo apartando a un lado la tela, dejando tus labios vaginales totalmente accesibles a mis dedos, que humedecidos por tus deseos, hacían más resbaladizos y más placenteros tus juegos.
Después de pasar un buen rato entre caricias y lametones bien ensalivados, me permitiste despojarte finalmente de tus telas, dejando bien accesible tu feminidad y permitiéndome meter ya algún dedo para acariciarte por dentro.
Notaba cómo tu rugosidad se hacía eco de mis caricias, las cuales exteriorizabas con jadeos entrecortados, pero profundos y sonoros.
Me sentía dueño de cada poro de tu piel y deseaba desnudarte con verdadera ansia.
Dejé que mi cara fuese el verdadero protagonista al hacer que tus telas se deslizasen por tu cuerpo, dejandolo libre a la vez que te lo acariciaba.
Descubrí uno de tus pechos y me suplicaste que te lo chupase.
Lentamente humedecí el pezón y mis labios fueron acariciando lentamente la aureola. Al instante mi lengua ya estaba en contacto con tu pezón y una de tus manos me agarraba por el pelo, volviéndose un poco más agresivo el encuentro, sin dejar que mis dedos continuasen dentro de tu vagina, acariciándote aún más valientemente tu interior.
Pronto despejaste todas mis dudas al alzarte sobre mí, como una guerrera enfurecida, a la que la rabia no la permite vivir con tranquilidad y me obligaste a quedarme sobre la cama, con el miembro enhiesto y deseoso de tu cuerpo, mientras tú te recogías el pelo hacia atrás y terminabas de despojarte de cualquier cosa que impidiese o entorpeciese el contacto total de nuestros cuerpos.
Lentamente fuiste dejando que mi pene se encontrase con tu vagina, permitiendo la deseada penetración.
Con pequeños movimientos fuiste encajándola en tu interior hasta que una última y corta embestida dió por concluído el movimiento de penetración y noté cómo todo mi pene era acariciado por tu cuerpo, en un abrazo esperado de amor.
Tus manos se apoyaron en mi pecho y te balanceaste hacia adelante, sacandome de tu interior. Un nuevo gemido salió de tu boca, a la vez que mi cuerpo se estremecía por tu caricia íntima.
Volviste a arremeter contra mi cuerpo y mi pene se sumergió de nuevo en tus entrañas. Tú disfrutabas cada segundo de aquellas caricias y yo disfrutaba de cada segundo en que lo hacías.
Así estuvimos un buen rato. Dejando que lentamente nuestros cuerpos se acariciasen mutuamente.
Intercambiamos posiciones, dejamos que nuestros cuerpos hablasen por nosotros y sentía cómo cada vez que te penetraba, tú exigías más y más.
La humedad de nuestros genitales se extendió por todo nuestro cuerpo.
Pedíamos un receso, pero nuestros cuerpos hacían caso omiso de nuestras mentes.
El encuentro se volvió más agresivo.
Tú exigías una penetración más bruta desde el confín de tu espalda, mientras yo arremetía tu cuerpo con pasión y tu cuerpo chocaba con el mío con violencia.
Tu vagina me apretaba fuerte. No quería que la abandonase, mientras yo siguiese siendo el dueño de tu placer infinito.
Fué entonces cuando una fuerte presión recorrió todo mi cuerpo, permitiendo que saliese todo hacia tí, como un regalo.
Sentí cómo mi líquido blanquecino buscaba el calor y la seguridad de tu cuerpo, donde esperaba tu tesoro bien protegido.
En esta situación, desperté.
Me noté solo en mi cama. Buscaba a tientas tu cuerpo en la más absoluta oscuridad. Deseaba encontrarte.
Como pude, encendí la luz de mi mesita, cogí mi teléfono y te busqué en la agenda.
No sabía qué hora era, pero necesitaba escuchar tu voz al otro lado de la línea.
- "He tenido una pesadilla. Necesito escuchar una voz amiga..."
Balbuceé con timidez.
- "Si es la misma que he tenido yo, necesito que estés a mi lado... Te necesito".
No pude esperar más. Me vestí y salí por la puerta en dirección a mi coche.
Tú me necesitabas, y un amigo de verdad debe estar ahí cuando le necesitas. No quería fallarte.
Conduje hasta tu casa como un demonio en la noche.
Llamé a tu puerta. La abriste y me recibiste igual que en mi sueño... o era el tuyo...
¡Qué más da!. Voy a soñar de nuevo contigo, una noche más.