Ella es la típica hija de padres trabajadores. Se levanta muy temprano para acudir a la universidad en el primer tren de la mañana. Tras varias combinaciones estratégicamente planeadas en las líneas de autobús, llega a la facultad, donde le espera una intensa jornada de clases.
Él es el chico de pueblo. El coche, de enésima mano, se ha muerto y debe coger el tren para acudir al trabajo... Otro "paleta" como le llama su tio, el empresario.
Trabaja cerca de la universidad, donde hay mucha gente "de pasta" y las chicas más guapas se juntan para coquetear con los chicos más idiotas y "musculitos".
Él estaba medio adormilado cuando ella subió al vagón. Eso le hizo desperezarse y mirarla abobado durante todo el trayecto.
Creyó perderla al bajar del tren, pero al llegar a la parada del bus se reencontró con ella y la continuó observando desde una distancia prudencial, para que ella no se sintiese incómoda por su mirada constante.
Tuvo que bajarse un par de paradas antes de llegar a la universidad, pero deseaba volver a verla al día siguiente, y al otro, y así hasta que, o él conseguía un coche nuevo, o ella acabase las clases.
A la mañana siguiente, él volvió a subirse al tren y rezó para que ella volviese a subir al mismo vagón.
Así pasó.
Ella subió y se sentó en su plaza habitual, a espaldas de él.
Él la estudiaba con detalle y pasión durante el viaje.
El dia siguiente se manifestó sorpresivamente lluvioso y él deseaba ansiosamente llegar al apeadero donde ella subía.
Se iban a cerrar las puertas, con el preaviso sonoro cuando ella apareció en las puertas, sofocada y empapada como si le hubiese caído un cubo de agua al completo...
La vió tan mal, que no pudo resistirse a sacar la toalla que siempre lleva en su mochila, y ofrecérsela.
- "Está limpia. Puedes secarte el pelo con ella"
Ella le sonrió y aceptó el ofrecimiento, secandose el pelo con cuidadoso empeño.
Luego le ofreció su peine que, aunque ya estaba usado, ella lo aceptó de igual manera.
Él disfrutaba viendo como ella se arreglaba y se sentía muy afortunado de que ella aceptase su gentileza.
No contento con eso, se ofreció a acompañarla con su paraguas hasta la universidad, puesto que compartían bus también.
Ella se lo agradeció.
Bajaron del tren y se dirigieron a la parada del bus.
La distancia de la estación del tren a la parada del bus era considerable. Arremetía la lluvia con algo más de fuerza, así que ella se agarró al brazo que sostenía el paraguas y caminaron como uno solo hacia la parada. Él estaba fuera de sí de contento. Se sentía como si fuese el único ganador de la feria del pueblo.
Esperaron fuera de la abarrotada marquesina, bajo el paraguas, sonriéndose en silencio, ajenos a las quejas y al bullicio de la gente que pasaba por allí.
Llegó el autobús y subieron.
Tuvieron que pasar el viaje entero en pie, pero a ninguno de los dos les importó la situación.
El bus fué llenándose de gente que, al querer desplazarse por el pasillo, chocaban repetidamente contra los cuerpos de la pareja, convirtiendo en insufrible aquel agobiante viaje.
Tal fué el caso, que en uno de esos choques, ella se fué contra él, con lo que quedó abrazada a su firme e inamovible cuerpo durante unos segundos.
Se sentía protegida y, por alguna extraña circunstancia, también sabía que él no la dejaría tropezar ni caer.
Le abrazaba con firmeza y mantenía la cara apoyada en su pecho.
Él quería abrazarla también, pero debía sujetarse firmemente a la barra con una mano, y con la otra sujetaba el paraguas aún chorreante.
Deseaba poder pasar sus manos por su cintura, rodearla con sus dos brazos y besarla apasionadamente, pero no podía. Solamente podía dejar que ella disfrutase de esa oportunidad regalada. Quizá pudiese apoyar su barbilla en su cabeza, como gesto de aceptación, pero nada más.
Llegaron a la universidad. Se bajaron del bus, pero había parado de llover.
Por un momento él quedó rezagado, pues ya no era precisa su ayuda para acompañarla al edificio.
Ella se dió cuenta de que él no estaba a su lado. Se giró, caminó hacia él en silencio y le cogió de la mano.
Sonrió a la vez que lo firzaba a caminar junto a ella.
Caminaron tranquilamente, sin prisa, en silencio y de la mano.
Ambos temían la indeseada despedida.
Cuando llegaron a la puerta del edificio, ella, sin soltarle la mano, se volvió hacia él y le besó.
Ante este inesperado gesto, él sólo pudo devolverle el beso junto con una caricia en la mejilla. Se dijeron adiós y cada uno siguió su camino.
Él se sentía importante. Se sentía muy afortunado e iba sonriendo y saludando a todo el que se encontraba en su camino, como uno más de los que asistían a aquel centro.
Se sentía tan especial, que desoyó la bronca del capataz, se encerró en su pequeño mundo y se puso a la tarea como todas las mañanas...
Sonreía y pensaba en ella... Pensaba en cada detalle de su cara, de su cuerpo... Se perdía una y otra vez en aquel beso tan sincero y espontáneo.
Aquella misma tarde, fué a ver a su tío. Le habló de ella, de su despido, de sus ganas por estar junto a ella.
Necesitaba un trabajo y un coche.
A la mañana siguiente ella esperaba el tren, como todas las dias en los que acudía a la universidad.
En agradecimiento, le preparó un buen bocadillo. Se levantó un poco antes para preparárselo y que estuviese recién hecho, calentito, con esa ternura que le ponen las mujeres al cocinar para alguien.
Esperaba ansiosa la llegada del tren. Y el tren se sentía pitar en la lejanía.
Cuando el tren estaba a unos cientos de metros, ella se levantó y se preparó para subir al vagón.
Según iba parando el tren, ella miraba al interior, para localizarlo... pero no le veía.
Entristeció.
Las puertas se abrieron y, ella dudó en subirse al tren.
- "¿No quieres que te acompañe hoy?".
Se escuchó desde el aparcamiento.
Él la esperaba detrás de un coche de alta gama, deportivo. Iba bien vestido, con traje y corbata, y estaba aseado a conciencia.
El preaviso sonoro del tren rompió el silencio. Las puertas se cerraron y el tren comenzó a moverse lentamente, adquiriendo velocidad según avanzaba por las vías.
Cuando el tren ya se había alejado del apeadero, ella caminó hacia él, aún con la sorpresa de verlo tan cambiado.
Cuando llegó a su lado, le mostró temerosa el bocadillo, envuelto en papel de aluminio y metido en una bolsa para que no perdiese calor.
Él cogió el bocadillo con gratitud. Abrió la bolsa y lo olfateó con profundidad. Le maravillaba ese olor a pan recién hecho, al lomo frito fundiendo el queso y, ese aroma a pimientos que tanto le gustaban.
Sonrió y volvió a cerrar la bolsa. La asió por la cintura, la acercó hacia sí y se besaron durante un buen rato.
Abrió la puerta del acompañante y la invitó a subir. Ella todavía seguía fascinada por todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
Dejó el bocadillo y los libros de ella en el maletero. Subió al coche y maniobró sin dificultad para dejar el aparcamiento.
Circulaba con seguridad y sin prisas. Ella se sentía como en una nube y disfrutaba del viaje.
Llegaron al aparcamiento de la universidad, cogieron las cosas y dejaron el coche atrás, mientras caminaban de nuevo de la mano hacia el edificio.
Cuando llegaron a la entrada, ella le apretó fuerte la mano. No quería perderle tras la puerta principal.
Se besaron y él la prometió que la volvería a ver mientras ella se alejaba trístemente.
Cabizbaja se preparó para la primera clase del día.
Casi caminaba arrastrando apesadumbrada los pies hacia el aula, cuando una compañera la sorprendió;
- "¡Tenemos profe nuevo!, ¿lo sabías?".
- " No, no lo sabía". Respondió sin mucho entusiasmo.
Entraron en el aula y se sentaron a la espera de la entrada del nuevo profesor.
Otro de los alumnos, que entraba en ese momento, comentó cerca de ella a sus compañeros;
- "¡La clase va a ser jodidamente larga, porque viene hablando por el pasillo con el rector y se trae un bocadillo enorme!".
A ella no le importaba cuán larga fuese la clase. Se regocijaba en el pensamiento de que él la estaría esperando cuando terminasen las clases. Sí, él la esperaría.
Durante ese pensamiento vago, el bolígrafo se le cayó al suelo, debajo de la mesa.
No vió entrar al rector ni al nuevo profesor, así que sólo escuchó al magnífico hacer la presentación y excusar al anterior profesor, que no podía asistir por una baja.
Cuando por fín dió con el bolígrafo, se apresuró a levantarse y conocer al nuevo profesor.
Su sorpresa fué mayúscula cuando reconoció la bolsa y el bocadillo que había preparado para él...
No hay comentarios:
Publicar un comentario