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martes, 8 de diciembre de 2015

RE34 Fantasías eróticas de oficina


  - "Necesito que me ayudes a cumplimentar estos documentos" - dices acercándote a mi mesa.
  - "Tranquila, te ayudaré".
  - " Eres un cielo de compañero".

Tu cara refleja una sonrisa y un alivio esperanzador. Llevas poco en la oficina y entiendo que aún tengas dudas y te sientas insegura por no saber qué poner en los apartados. Apenas te conozco de hace unos meses, pero tu profesionalidad eclipsa cualquier comentario de las envidiosas que trabajan en otros despachos.

Vuelves a sentarte en tu cómoda silla y bajas la mirada a los documentos que tienes en la mesa. Tu bolígrafo se mueve con rapidez y soltura sobre el papel. Llevas el pelo detrás de la oreja sin levantar la mirada en un movimiento sutíl y automático. Continúas rellenando documentos, telefoneando y tecleando el ordenador como si fueses una actriz en una película americana...
Pierdo el tiempo mirándote con una sonrisa permanente, de la que me doy cuenta de repente y la borro de mi cara antes de que alguien se de cuenta que existe. Ni siquiera quiero que tú te des cuenta de mi pasividad.

  - "Te invito a tomar un café" - suelto sin premeditación.
  - "Si, claro. Lo necesito".

Tu sonrisa invade el lugar como la brisa marina en otoño. Se iluminan las metálicas paredes y el espacio se llena de tu perfume. Es un perfume de flores y frutos. Dulce. Con un toque de melancolía y suavidad en el aire que respiro al pasar. Cojo mis cosas mientras miro cómo te pones la chaqueta. El traje te queda perfecto. No sé cómo lo hacéis las mujeres, que cualquier traje os sienta de maravilla. El jersey de cuello alto no deja ver tu figura más allá de lo que se pueda ver a simple vista. Abro la puerta y te invito a pasar cortésmente. Camino a tu lado hasta la cafetería y hablamos animosamente de nuestras particulares vidas.
Comentamos nuestros gustos, me descubres que te gusta la música romántica y me aconsejas algunos compositores que yo aún no conozco. Y hablas de su música como si hablases de tus amantes, de cómo te dejas llevar por la melodía y de la particularidad de sus composiciones. Las tazas de café ya están junto a nuestras manos y nos acomodamos en una mesa que da al ventanal del parque. Abres el sobrecito de azúcar y lo echas en el café despacio. La espuma de la leche envuelve los granos de azúcar y éstos se hunden lentamente. Remueves mezclando como si acariciases el café.
Después de un rato hablandonos, elevas la taza hasta los labios y soplas suavemente el café antes de tocar la taza con los labios. Me pierdo en esa imagen tuya frunciendo los labios, como si besases al vacío, si tuvieses un amante invisible, una intención sin fín de besar a alguien.
Mi primer delirio amanece ahí, en tus labios. Los miro mientras me hablas de tu música, de tus particularidades, de tu vida... y me pierdo en tu boca. Son suaves, carnosos, sutilmente maquillados con carmín y muy apetecibles. Me muerdo los míos admirando cómo tu boca emite sonidos angelicales de los que hace tiempo me despreocupé de escuchar. Ya no te oigo, sólo contemplo cómo se mueven tus labios. Es como ver las olas del mar desde un acantilado, suaves, ondulantes, regulares, acompasados... y cuando llegan a mi boca son fuertes, sabrosos, apasionados, alocados, sensibles y perfectamente deliciosos.

Por un momento se me ha ido la cabeza a pensamientos abstractos, a fantasías deliberadas, a sentimientos encontrados. Me imaginaba tus labios en los míos, tu boca susurrando mi nombre, tu respiración en mi cara, tu olor en mi piel... Imaginaba tus caricias en mi rostro como una cortina ondulando al compás del viento suave que entra por la ventana del salón.

Sigues hablándome de tí y yo te sonrío condescendiente a tus palabras...

Nos terminamos el café de las tazas y volvemos al trabajo. Intento no pensar en esas sensaciones que he tenido en la cafetería mientras tomábamos el café, pero no puedo. Quiero eludirlas, pero no consigo quitar tus labios de mi mente. Estás a tres, cuatro, seis metros de mí, pero es como si te sintiese besandome aquí. Miro tus labios una y otra vez y no consigo quitarme esa sensación de la cabeza.
Necesito salir de nuevo al exterior, a refrescar mis pensamientos, a despejarme de tí, de esta droga que llevas por perfume, a quedarme ciego hasta la hora de marchar...

Salgo y por un momento quiero obligarme a olvidar que estás dentro del edificio. Quiero volver a estar como antes de tomar el café, a que seas solamente mi compañera, a los "buenos días", a los "que lo pases bien", a los "nos vemos mañana", a "no te olvides de archivar esto o aquello", a tu sonrisa matutina, a tus gestos de preaviso, a tus rabietas contenidas cuando algo no te sale bien, a... simplemente tú y yo trabajando mano a mano...

Te levantas de la silla y la empujas hasta la mía. Vuelves y recoges los documentos pendientes y me pides de nuevo ayuda. Dejo lo que estaba haciendo para atender tu petición.

El problema que hay que resolver es simple. Sencillamente debo explicarte con ejemplos cómo solucionarlo. Me miras a los ojos como una niña que atiende a las explicaciones de su profesor favorito. Apoyas tu cara en la mano cerrada del brazo que tienes apoyado en la mesa de mi escritorio. Es como estar contándote una historia de princesas y príncipes, de amor, de romances, de pasiones ocultas, de castillos, de dragones y de encantamientos.
Te miro a los ojos y me pierdo en tus pestañas, largas, negras... Tus ojos son castaños, alegres, vivaces... Me hablan de tí más que tu boca. Me hablan de amistad, de cariño, de compromiso, de pasión, de deseo, de... nuevo me pierdo en tu cara y te deseo más que antes. Mi mente se introduce en tus ojos como una aguja fina y atravieso fantasiosamente tu mirada hasta tu cabeza. Llego a tu corteza cerebral y ahí suelto la bomba de relojería perfectamente cronometrada con los impulsos de mi corazón: "Bésame... bésame... bésame..." es mi cuenta atrás, la cual repito una y otra vez dentro de tu mente, como si te tuviese hipnotizada. Y ahí estás de nuevo, besandome. Mi imaginación alterna ejemplos con deseos y no sé realmente de lo que estoy hablando contigo. No me importa. Estoy tan absorto en mi cuenta atrás, en mi mantra, en mi hechizo fulminante de pasión desenfrenada que no me importa de qué te estoy hablando. Dejo que mi boca vague por su cuenta en las experiencias y mi cabeza continúa de forma independiente entre tus brazos, besándote, acariciándote, susurrándote una y otra vez que me beses, que me abraces, que me ames, me desees, me hagas tuyo en un arrebato primaveral de sentimientos expontáneos... "Por favor, bésame... bésame... bésame... bésame... bésame...".

  - "Bésame..." - mi hechizo se hace voz.

Tu cara enrojece y palidece a la vez. Tu expresión se torna desconfiada, como si te hubiese leído el pensamiento, como si hubiese abierto la caja de Pandora.

Me doy cuenta de que he llevado más allá de lo extrictamente necesario todas estas sensaciones, todos estos sentimientos, todo este impertinente imaginario mío que se ha vuelto oscuro y prohibitivo. Te levantas de la silla y la empujas como un gran peso hasta tu mesa. Vas apesadumbrada, sobrecogida, como si te hubiesen descubierto los pensamientos... y yo, torpe de mí, me quedo acongojado en mi escritorio, muerto de vergüenza, empalidecido por no saber comportarme y llevar mis fantasías más allá de los límites establecidos en el convenio laboral.
Te deseo y ahora ya lo sabes.

Vuelves a sentarte en la silla preocupada, pensativa, distraída... No te atreves a levantar la mirada de tus papeles. Ahora tu bolígrafo ya no se mueve con la habitual soltura y gracialidad. Te tiembla el pulso, tu respiración es irregular y me haces sentir demasiado culpable para permanecer sentado intentando ignorarte.

Abro mi gestor de correo e inicio un mensaje nuevo.

De: despacho7mesa1@gestoria.online
A: despacho7mesa2@gestoria.online
Asunto: Lo siento

Dejo el cuerpo del mensaje sin cumplimentar y le doy a la tecla de enviar. Acto seguido me levanto de mi puesto y, como se va acercando la hora de marchar, decido hacer tiempo en la fotocopiadora. Cojo unas cuantas carpetas de mi escritorio, abro la puerta acristalada de aluminio y atravieso el umbral, dejando atrás ese ambiente tan cargado, donde mis fantasías dejan un rastro lastimoso de magia caducada y dan paso a un frío y estremecedor ambiente de soledad necesaria para ambos.

Atravieso el largo pasillo con paso lento. Voy arrastrando casi los pies y a cada paso que doy me voy lamentando de lo que he hecho. "Imbécil, idiota, zoquete..." me voy diciendo a mí mismo cada vez que un pie pisa el suelo.
Llego al cubículo del almacén donde está la fotocopiadora y entro en él cerrando la puerta con mi espalda. Dejo las carpetas sobre una repisa del archivador y me echo las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza y dejando que el peso de mi cuerpo se apoye sobre la puerta del almacén.
Abro los ojos. Me quedo con la mirada perdida en el espacio vacío y la imagen de tu cara atormentada por mis palabras se refleja de nuevo ante mí, en mi propia mente, como un holograma futurista al que se puede acariciar bajo la luz del proyector y decirte tantas cosas...
Me muero de ganas de besarte y, sin embargo, no quiero perturbar esa conexión laboral tan maravillosamente construída desde el primer día que nos presentaron.
Me maravillaba tu espontaneidad, tu sonrisa matutina, tus ganas de trabajar, tus "buenos días", tu generosidad, tu café de media mañana, tus guiños y muecas... Y todo eso se ha esfumado, se ha volatilizado, ha sido engullido por mi egocéntrica fantasía expresada en un sólo deseo: " bésame".

Maldigo mis ganas, maldigo mi ansia, maldigo mis sentimientos y maldigo mi suerte por haber dejado que todo ello llegase a este punto.

Doy los dos pasos que hay hasta la fotocopiadora, que está frente a mí. Compruebo que hay papel de sobra y coloco los documentos de la primera carpeta en el cargador de la tapa. Pulso el botón y la fotocopiadora comienza a devorar frenéticamente los papeles y a escupirlos por la bandeja de abajo de forma automática, repetitiva, escandalosamente ruidosa para mis oídos.

La hora de salir ha llegado y siento cómo, después de cuatro carpetas más fotocopiadas, el murmullo de la gente despidiéndose y saliendo por el pasillo en dirección a la calle atraviesa la puerta del cubil.
Otra carpeta más y tú tampoco estarás en la oficina. Abro la carpeta con parsimonia tras recoger las copias de la última carpeta fotocopiada y dejo las de la siguiente en la bandeja de carga. Oprimo el botón y el ruido de la fotocopiadora retumba en mis oidos de nuevo mientras tu cara de estupefacción regresa a mi mente.
Me invade una sensación de frío por mi espalda que me entristece aún más y me lamento por enésima vez por mi única palabra emitida que no fue estríctamente laboral. El ruido estridente y automatizado de la fotocopiadora deja de sonar. Oigo cómo detrás de mi se cierra la puerta del cubil. Ha debido ser el conserje en su ronda, aunque me parece muy pronto. No me importa. Recojo estos papeles y me largo. No tengo ganas de hablar con nadie después de lo ocurrido. Quiero lamentarme en soledad de lo sucedido. Ya veré cómo solucionar este problema cuando llegues por la mañana y no haya sonrisa, ni "buenos dias", ni muecas, ni gestos de complicidad, ni café...
Meto los papeles en la carpeta y cojo el resto de carpetas para devolverlas a mi mesa. Giro sobre mis talones y me quedo petrificado al ver tu silueta entre la puerta del cubil y yo. Tienes esa sonrisa de por las mañanas. Me miras con dulzura y te acercas más a mí. Me acaricias la cara sin decir una palabra. Acercas tu cara, tus ojos, tu boca... y me besas suavemente, como una caricia con una pluma, como si tuvieses miedo de despertar a un monstruo legendario, como si yo fuese una trampa mortal que saltase a la mínima.
El calor de tus labios calma mi intranquilidad. La suavidad de tu piel me acaricia la cara y deja un rastro de serenidad en mi corazón. He sido tan brusco soltándote ese bombazo que me he perdido en mi empobrecida soledad durante un rato.

  - "Yo... También siento algo por tí... Muy fuerte... No sabía si me estaba volviendo loca..." - dices entre roces de intercambios sentimentales - "...pero ahora sé que tú también... Sientes esto conmigo...".

Nuestros labios se pegan más aún y nuestros besos se vuelven más apasionados, más lascivos, más salvajes... Dejo las carpetas encima de la fotocopiadora sin dejar de besarte y te abrazo con fuerza. Necesito sentirte tan unida a mí que me resulta molesto no poder estrecharte entre mis brazos con mucha más fuerza aún.
Nuestras lenguas luchan por encontrarse en este intercambio de sentimientos mutuos y cuando se juntan, bailan al compás de una melodía tocada por angelicales querubines.

Mis manos bajan hasta tus muslos, te subo un poco la falda de tubo que marca tan bien tu figura de diosa arrastrándola con mis dedos y haciendo acopio de la fuerza de mis deseos, te elevo las caderas hasta mi cintura y te arrastro hasta la puerta donde tu espalda choca contra ella. Nuestro abrazo se vuelve más pasional y nuestro secreto se muestra más íntimo y sensual. Tus manos se pasean por mi cara y mi pelo en constantes caricias, suaves, cariñosas, sentimentales...

Quiero hacertelo aquí mismo, pero no quiero mostrarme demasiado efusivo y asustarte de nuevo.

  - "Lo siento" - vuelvo a rogarte entre besos y caricias.
  - "No lo sientas más... Ámame ahora... Hazme tuya..." - sollozas entre mis brazos.

Tiro del jersey hacia arriba, descubriendo parte de tu espalda. Busco cómo deshacerme de él y lo recojo hasta tus axilas. Subes los brazos y el jersey pasa por tu cara. Apenas hemos dejado de besarnos unos segundos y creo que han pasado horas. Dejamos caer el jersey a un lado y continuamos en ese eterno abrazo cargado de sentimientos ocultos.
Percibo que mi camisa te agobia y quieres deshacerte de ella igual que yo te he despojado de tu jersey. Dejas tus caricias a un lado y vas quitando uno a uno los botones de su ojal. La sacas del pantalón y me descubres el torso, y con un gesto grácil la tiras en el mismo lugar que yace tu jersey.
Tus brazos vuelven a rodearme y nuestras pieles se tornan frontera infranqueable que nuestros corazones no pueden traspasar para unirse. Nuestras bocas siguen hablando en su lenguaje particular y no concibo otra forma de mantenerme con vida si no es a través de tus labios. Siento el calor de tu cuerpo, ardiente, tenso, pasional, tan suave... Tus uñas desgarran la piel de mi espalda. Abandono tu boca y voy trazando un caminito de besos desde la comisura de tus labios por toda tu mandíbula hasta que mi nariz choca sensiblemente con tu pendiente. Desde ahí sigo mi camino de besos hasta tu cuello acompañado de una marcha de suspiros y jadeos que marcan un nuevo movimiento orquestal a nuestro apasionado encuentro.

Te bajo lentamente de mi cintura y cuando posas tus pies en el suelo retomo mi travesía por tu cuerpo. Desciendo desde tu cuello hasta tus pechos continuando mi caminito de besos. Los aprieto por encima de tu sujetador y me pierdo en la suave piel aterciopelada de tus senos. Respiro con fuerza entre tus pechos el aroma de tu aperfumada piel y suelto el aire recibiendo tus gemidos y siento la danza de tus dedos jugando con mi pelo, apretando mi cabeza contra tus pechos con fuerza.
Continúo mi caminito de besos permitiéndome el lujo de dejar tu sujetador sin desabrochar, aunque me lo hayas pedido incesantemente y desciendo hasta tu ombligo, tu vientre, que a cada momento se vuelve turbulento y oscuro de lujuria, y tu sexo, bajo la falda de tubo, que deslizo arriba frente a mi cara, dejando al descubierto tu ropa interior. Meto mi nariz e inpiro profundamente el aroma de tu sexo que empaña mi razón y despeja mis dudas sobre tu disposición a recibirme. Meto mi nariz entre tus labios y siento cómo se impregna de tí. Siento cómo tus muslos se abren más y vuelvo a inspirar con fuerza, rozando con mi tabique nasal tu sexo mientras te vuelvo a inspirar con fuerza. Gimes y bajas la cadera para sentirme más en tí. Abro mi boca y con los dientes inferiores recorro tu prenda para concluir en un pequeño mordisco final cerca de tu clítoris. Te derrumbas ante mi exagerada muestra de lujuria con jadeos y susurros.

  - "¡No me hagas sufrir más, por favor!. ¿A qué esperas?. Sabes que lo deseo...".

Aparto la tela de tu entrepierna y saco mi lengua para degustar el manjar de tu cuerpo. Tu flujo cae en mi boca como miel templada que se desliza por mi garganta aliviando el dolor que llevo dentro. Muevo la lengua con delicadeza entre los pliegues de tu sexo y tu locura se eleva a un estado superior de lascivia.

  - "¡Ya no lo aguanto más...!. ¡Penétrame ya...!".

Deseo acceder a tu urgente petición. Mi pene está húmedo y desea fervientemente salir de mi pantalón. Me bajo la cremallera y me desabotono el pantalón. Lo dejo caer hasta los tobillos y permito que me acaricies el pene por encima del bóxer. Son caricias sensibles, suaves, agradecidas... Me lo bajo también hasta los tobillos y quedo desnudo de cintura para abajo estableciendo un nuevo parámetro en nuestra relación laboral. Te agarro por detrás de los muslos y vuelvo a subirte sobre mi cintura. Mis traviesos dedos desplazan a un lado la tela de tu ropa interior y mi cuerpo establece un nuevo tipo de contacto con el tuyo. Nos miramos dulcemente cara a cara y nos sonreímos. Yo espero tu consentimiento y me quedo expectante ante tu rostro. Tus ojos destellan una mirada romántica, como la de una adolescente primeriza que descubre el amor por primera vez, pero de pronto se vuelve sensual, apasionada, lasciva, lujuriosa... como la de una depredadora nocturna, una vampiresa de novela, que busca una nueva víctima entre sus brazos.
Con un gesto suave y decidido, dejo que tu cadera ceda y mi pene se entrega rendido a tu sexo mientras de tu boca vuelve a salir un gemido, un jadeo, un suspiro de deseo...
Nos movemos rítmicamente. Tú bajas y subes la cadera al mismo compás con el que yo entro y salgo de tu cuerpo. La puerta marca nuestro vaivén con el sonido seco de golpear con el umbral. Lo hace muy lento al principio. Luego va "in crescendo", acompañado de besos, caricias, gemidos, jadeos, sollozos... Me resisto a dejar tu cuerpo y embisto con ganas arremetiéndote con fuerza contra la puerta del almacén de la fotocopiadora, llegando a subir el ritmo de mis penetraciones hasta equipararlas con el frenético compás de la ruidosa máquina copiadora que escupe papeles impresos de tinta adherida con el calor que emana del interior de mi cuerpo hasta llegar a mi piel y se transmite a tu piel. Tu respiración es tan rápida y fuerte que el aire que fluye a través de tus pulmones se convierte en un canto de sirena que me envuelve en un hechizo lascivo y sensual, obligándome a enrudecer mis embestidas a tu cuerpo y dejar de ser el calculador, el solvente, el carismático, el juicioso, el resolutivo hombre con el que trabajas todos los dias y transformarme en un villano, en un pendenciero, en un pervertido, en un descontrolado... en un loco amante que desvaría en su mente y juega con tu cuerpo y con tus sentimientos. Siento cómo tu cuerpo se estremece, cómo tu abrazo se hace más afectivo, tus besos más alocados y tu respiración es ya un cúmulo de sonidos erráticos que preceden a una desorbitada liberación de pasión reprimida durante dias, semanas, meses... Tu orgasmo es un grito de júbilo entre mis brazos que transforma mis frenéticos embistes en aclamadas caricias en tu cuerpo. Te dejas caer en un conciliador desmayo de sensaciones mientras yo bajo tus muslos de mi cintura y me desuno de tí como dos cápsulas espaciales al sonido del vacío etéreo y distante.

Un último beso antes de salir del almacén sella nuestro encuentro prohibido. Una caricia que tu mano regala a mi cara me devuelve al odiado mundo real de mi jornada laboral, que ya ha terminado. Se escucha el cubo de la fregona de la limpiadora por alguna esquina de los despachos. Te alisas la falda de tubo tras haberte colocado el jersey de cuello alto de nuevo sobre tu piel sin dejar de lado esa mirada tuya con la sonrisa de haber realizado una travesura infantil, tu pelo aún alborotado y el temblor de tu cuerpo aún visible en tus piernas. Abres la puerta despacio, mirando a un lado y a otro para que nadie te vea salir del almacén, y recorres el pasillo apresuradamente hasta nuestras mesas donde tecleas algo en el ordenador, lo apagas, recoges tu chaqueta y tu bolso, desapareciendo del edificio como una sombra angelical.

Recojo la camisa del suelo y la abotono lentamente, intentando ordenar mis pensamientos. Termino de colocarme la ropa, cojo las carpetas y salgo del almacén a través del mismo pasillo que hace unos minutos has atravesado tú, presta, y retorno a mi mesa de trabajo. Dejo las carpetas y las copias ordenadamente y recojo mis cosas.
En la pantalla del ordenador veo los avisos de dos correos electrónicos...

De: despacho7mesa2@gestoria.online
A: despacho7mesa1@gestoria.online
Asunto: Re: Lo siento
Soy yo la que tiene que disculparse. Por un momento he creído que me leías el pensamiento. Llevo semanas dándole vueltas a la idea de traspasar el límite de lo laboral y lo personal, pero no sabía si tú me corresponderías. Ahora sé que sí. Por favor, pídeme de nuevo que te bese...

De: despacho7mesa2@gestoria.online
A: despacho7mesa1@gestoria.online
Asunto: Re: Lo siento
¿Te apetece cenar esta noche en mi casa?. Quiero compensarte por lo de esta tarde.

Sonrío. Cierro los correos y apago el ordenador. Mi chaqueta está en el respaldo de la silla, la descuelgo y me la voy poniendo mientras termina de apagarse el ordenador. Cierro la puerta del despacho tras de mí y salgo del edificio. Recorro la acera hasta el aparcamiento donde he dejado mi coche y en mi cabeza sólo hay espacio para tí. Te deseaba y he permitido que mis fantasías llegasen a detonar esa bomba en tu cuerpo. Desear que me besaras era lo único que se me pasaba por la cabeza y, ahora, me dirijo a tu casa con la conciencia intranquila, transtornada, embobada, desvirgada por la misma mujer que volveré a ver mañana en el trabajo, la misma mujer que me regalará su sonrisa matutina, sus "buenos dias", su complicidad, su café de media mañana... ¿Podremos convivir con este secreto?.

viernes, 20 de noviembre de 2015

RE33 Malditas rutinas

Llego a casa después de un día de trabajo y ahí estás, leyendo un libro, tumbada en el sofá, medio desnuda.
Me sorprende que no te hayas inmutado con mi llegada. Tienes una sonrisa pícara y maliciosa dibujada en la cara. Tus ojos no se apartan un sólo segundo de las blancas páginas teñidas con tinta.
Me muevo por toda la casa y estoy seguro de que ni me has visto entrar por la puerta. Me voy a nuestra habitación y me quito el traje. Lo voy colocando cuidadosamente, como un ritual, prenda por prenda encima de la cama para terminar colgándolo en la percha del armario.
Me visto el pantalón del pijama y me calzo las zapatillas de andar por casa. Me quedo desnudo de cintura para arriba por culpa del calor y de las pocas ganas que tengo de vestirme más.
Vuelvo a la puerta del salón y desde allí te miro de nuevo... Sigues inmersa en el libro. ¡Dichoso libro!. Ni siquiera sé de qué trata, pero me dan ganas de cogerlo y tirarlo por la ventana, a ver si así consigo devolverte al mundo real.
Sí. Estoy cansado. Quizás esté un poco repugnante contigo, pero no estoy enfadado. Espeso, que se suele decir...
Paso de nuevo por delante de la puerta del salón y continúas leyendo. Con una mano agarras el libro y la otra te la has metido debajo de las braguitas, rascándote. Sigo camino a la cocina. Me preparo un café y busco algo para comer. Tengo apetito y necesito reponer fuerzas de un dia tan ajetreado.
Me siento en la mesa y le doy el primer mordisco al bollito que tengo en la mano. Le doy un sorbo al café y vuelvo a meter el bollito en la boca.
De fondo te oigo balbucear algo. Quizás mi nombre, no sé, no estoy muy atento. Aún estoy dándole vueltas a los problemas de la oficina y la cabeza la tengo ocupada.
Otro mordisco al bollito y de nuevo, un sorbo al café. Sigo pensando en mis problemas y le doy una y otra vez más vueltas a la cabeza...

Oigo otro balbuceo tuyo de lejos. Creo haber oído que me llamas. Me levanto apurando un nuevo sorbo al café y el último trozo del bollito. Tengo la boca llena y no puedo hablar, pero seguro que podré responderte con algún gesto o con alguna otra forma de comunicación. Salgo de la cocina recorriendo el pasillo y me voy acercando al salón. Tus balbuceos son más audíbles y distingo tu voz con más claridad. Llego a la altura del umbral de la puerta del salón decidido a presentarme ante tí, pero un nuevo sonido me frena; ¿eso era un gemido?.

Me asomo tímidamente tras la pared y dirijo la mirada hacia el sofá, donde te ví tumbada al entrar. Ya no tienes el libro en tu mano, ahora tienes las dos bajo tus braguitas. Y no te estás rascando como yo pensaba, estás masturbándote bestialmente en el sofá, con los ojos cerrados y tu cara refleja el intenso placer que estás recibiendo de tus caricias digitales. El libro yace medio abierto en el suelo. Tus piernas están abiertas y tu braguita parece reventar con tus manos bajo su tela. Estás tan inmersa en el placer que no te has dado cuenta de mi presencia. Verte así me hace sentir cosquilleos. Soy un voyeur improvisado y accidental en mi propia casa.

Sigues tocándote y sacas una de tus manos para descubrirte y acariciarte el pecho. Esa misma mano te la llevas a la cara, sacas tu lengua y humedeces tus dedos para lubricarlos con la saliva. Te los vuelves a llevar al pecho y acaricias el pezón con suavidad. Estás provocándote más excitación y te retuerces aún más entre gemidos y caricias.
Mi cosquilleo se va convirtiendo en calentura y noto como la mezcla de café y bollo se me va saliendo de la boca. Me doy cuenta de que estoy perdiendo la compostura y me lo trago todo de golpe.
Empiezo a notar una presión entre mis piernas y veo cómo me voy empalmando con fuerza. El conjunto de boxer con pijama frena firmemente mi erección y eso es molesto. Decido quitármelos y quedarme desnudo en el pasillo, mirando cómo sigues masturbándote en el sofá.
Mi pene comienza a eyacular y una pequeña gotita sobresale por el glande. Estoy calentísimo ante tan buen espectáculo. Me la cojo y yo también comienzo a masturbarme contigo. Despacio, muy despacio...

Estás tan metida en tus fantasías que decides quitartelo todo inmediatamente. La camiseta me descubre que tus pechos están generosamente excitados y tus pezones hinchados. Las aureolas son más grandes y tienen un color rosado muy llamativo. ¡Joder!, ¡te chuparía las tetas como un bebé!. Mi masturbación se ha vuelto más rápida y debo ralentizarla o me correré allí mismo, escondido tras la pared del salón, sin remedio.
Te quitas las braguitas y éstas recorren tus piernas hasta los pies. La visión que me dejas es espectacular. Tus labios están hinchados y se abren invitándome a estar a tu lado... ¡quiero metértela ya!, retumba en mi cabeza. Gimes con más fuerza y tus dedos se van metiendo lentamente en tu vagina... Debo aguantar un poco más...

Estás tumbada en el sofá, con una pierna sobre el respaldo y la otra casi en el suelo, retorciéndote de placer, temblando y jadeando sin parar a un ritmo frenético. Yo sigo de pie, parapetado tras la pared y masturbándome mientras continúo mirando cómo haces lo mismo con tu cuerpo. Estoy ardiendo y mi pene está reventando por momentos.

  - "¡Te siento tan dentro de mí...!" - balbuceas nuevamente.
  - "¡Sigue así, cari, no te pares ahora...!. ¡Mmmmm...!.

¿¡Me estás follando en fantasías!?. No puedo creérmelo... Me estás subiendo aún más la moral... y la calentura. Sabía que te gustaba hacerlo conmigo, pero ser el protagonista de tus fantasías sexuales es como un chute de adrenalina directamente al corazón. No puedo resistir estar más tan lejos de tí. Necesito ser tu fantasía hecha realidad.

Quiero presentarme delante de tí, pero te mueves en el sofá y cambias de postura.
Te pones de rodillas y metes la cabeza en el hueco que forman el apoyabrazos y el cojín, dejando la cara hacia fuera, mientras tu cuerpo se coloca con el culo en pompa y vuelves a poner a trabajar tus dedos en tu sexo...

  - "¡Hazme tuya de nuevo, mi amor...!" - me ruegas fantaseando.

No puedo aguantar más. Tu cuerpo exige mi presencia y yo no puedo quedarme impasivo, detrás de la pared, mirando cómo pierdo una oportunidad así de tenerte para mí.
Descalzo, me acerco sigilosamente al sofá y me coloco a tu altura, dejando mi pene a las puertas de tus entrañas...

  - "No voy a dejar que me lo pidas dos veces." - te digo casi susurrandote.

Te sobresaltas y me miras pálida. Te he asustado, sacas tus dedos y te elevas, quedándote de rodillas encima del sofá.

  - "¿Cu... Cuándo... has llegado?" - preguntas aterrada.
  - "Aún leías cuando llegué".
  - "¡Debería haberte preparado la cena. Perdóname!" - suplicas con los ojos humedecidos.
  - "No te preocupes, cariño mío. Podemos cenar después..." - intento tranquilizarte dándote un beso - "Ahora vuelve a tu fantasía".

Te guío con suaves movimientos de mis manos a que retomes tu posición en el sofá.

  - "¿Qué estabas imaginando que te hacía?" - pregunto con curiosidad.
  - "Imaginaba que me comías y que tu lengua recorría todo mi sexo. Como hace tiempo que no me haces." - me confiesas.

Me agacho y llevo mi boca a tu sexo. Saco la lengua y comienzo a lamerte desde tu clítoris hasta el ano. Siento cómo te da un escalofrío y un gemido se te escapa.

  - "¿Así es como lo hago en tu fantasía?."
  - "¡No. Es mucho mejor!".

Vuelvo a lamer del mismo modo y al final, meto mi lengua en tu sexo. Gimes de nuevo y pones tu cuerpo más accesible a mi boca.
Uno tras otro, los lametones se van sucediendo y tu cuerpo se tensa, se relaja, convulsiona y tiembla de forma alternativa y en un caos que sólo en tu cabeza puede describirse e imaginarse.
Dejo caer un poco de saliva en mis dedos e impregno con ellos un poco más tus labios mientras sigo lamiéndote en amplias pasadas con mi lengua. Toco tu clítoris y un nuevo gemido sale de tu boca. Lo acaricio con delicadeza. Necesito saber de nuevo cómo provocar que se excite como lo hacía antes. Llevamos tiempo sin hacerlo y tengo miedo de no saber ya cómo volverte loca. Muevo mis dedos alrededor del prominente prepucio y a lo largo de todo ese pequeño cuerpecito que va endureciéndose bajo los pliegues de tu piel.
Recorro con mis dedos tus labios por ambos lados. Me dejo llevar por el momento y paso uno de mis dedos por el medio. Necesito saber cómo estás de húmedecida.
Lleno el dedo de tu flujo y vuelvo a pasarlo por el mismo sitio. Otra pasada más y otro gemido más se añade a la cuenta de mis pequeños logros. No quiero apurar nada. Sólo quiero que disfrutes el momento y conseguir que tu cuerpo caiga rendido de satisfacción.
Hurgo con la punta de mi lengua en los pliegues de tu clítoris. Tus piernas tiemblan y yo me revelo como triunfador de tus deseos. Muevo mi lengua alrededor del pequeño saliente, lo acaricio con la lengua, lo chupeteo y lo meto y lo saco de mis labios con pequeñas succiones. Es un placer al que no puedes resistirte y acabas por sucumbir. Convulsionas y me ruegas que no pare. Me parece notar más calor en tu cuerpo y tu piel se ha vuelto más suave.
Meto un dedo dejando que resbale dentro de tí. El flujo cubre todas las paredes vaginales y acariciarte por dentro se vuelve sencillo. Busco dentro de tu sexo la forma de estimularte el clítoris por la retaguardia. Mi lengua te ataca por el frente y tus convulsiones me indican que pronto cederás a mis deseos...

  - "¡Aaaahhhmmm...!".

Esa es la señal de tu orgasmo, pero no puedo quedarme aquí. Deseo recibir más de tí y quiero seguir dándote todo el placer posible...
Me pongo de pie mientras aún sigues con el culo en pompa en el sofá y dejo que mi pene se frote contra tu sexo con suaves roces. Apenas perceptibles. La gotita que rezuma en mi glande se diluye con tu flujo, proponiendo una mezcla más lubricada entre nuestros cuerpos.
Balanceo mi cuerpo levemente proporcionandote caricias insinuantes y lascivas que acompañas con gemidos entrecortados. Adelante y atrás, adelante y atrás, y mis caricias abren de nuevo tu cuerpo ofreciéndose a los placeres carnales.
Lentamente mi pene va adaptándose a tus curvas y entra sin resistencia en tu sexo. ¡Qué placer tan exquisito!.
Vuelves a gemir y acompasas mi ritmo con el tuyo. Liberas tus manos del sofá y te agarras el culo, separando los glúteos para que mi cuerpo avance sin problemas más dentro de tí. La saco y la meto con suavidad. Apoyo mis manos en tus caderas y me relajo en el movimiento balanceante de nuestros cuerpos.
Insisto en seguir acariciando tu clítoris y meto mis dedos buscando de nuevo el protuberante instrumento generador de placer. Mis caricias por tu cuerpo te provocan nuevos jadeos de placer, mis dedos cosquillean tu púbis buscando el centro del placer y me correspondes con movimientos de vaivén regulares haciendo más ruda y salvaje la penetración.
Vuelves tu mirada hacia mí y me miras con deseo y más lascivia que antes.

  - "¿Vas a correrte ya?.
  - " No. Aún tengo mucho que hacer en tu cuerpo".
  - "Pues no te explayes mucho porque mi coño está empezando a dolerme...".

Ya estás donde quería tenerte desde hace mucho tiempo...
Siempre me provocaba mucha excitación llevarte al límite, pero ahora voy a hacerlo realidad. Vas a sentir cómo mi cuerpo se revela contra tí. Vas a ser testigo de cómo un hombre como yo ha aguantado tanto tiempo las mismas rutinas, esas malditas rutinas que me han estado martirizando día tras día y por las que nunca has hecho nada.
Te sigo follando un rato más. Quiero que me supliques que te la saque ya, y no tardas mucho en hacerlo...

  - "Cari, me duele mucho el coño, vas a tener que dejarlo ya".

Ha llegado el momento. Te la saco y te cojo del brazo. Te arrastro hasta el suelo y quedas de rodillas ante mí, como una sumisa ante su amo.

  - "¿Qué haces?. Ya me he corrido para tí. Ya has conseguido lo que querías, ¿no?".
  - " Hasta ahora hemos hecho lo que querías tú, ahora vamos a hacer lo que yo quiera. No te levantes. Esto sólo acaba de comenzar".
  - "¡¿Qué?!. ¡Estás loco!. Ya hemos follado".
  - " No. Hemos follado a tu manera. Ahora vamos a follar a la mía".

Te agarro del pelo lo justo para no hacerte más daño del necesario y acerco mi pene a tu boca.

  - "¿No pretenderás que te la chupmmmmmmm?".

No he dejado que termines la frase y he empujado tu boca hacia mi cuerpo. Mi pene se mete en tu boca abierta y fuerzo un poco para que acabes por meterla más. Tu saliva pronto comienza a salir goteando por la comisura de tus labios y resbala hasta mi escroto. Eso me da mucho placer, pero no te lo diré.

  - "!Calla y come!".

Me muevo despacio y mi pene entra y sale de tu boca. Comienzan a caerte lágrimas por la cara y me miras sin entender porqué te estoy haciendo esto.
Continúo con los movimientos unos segundos más y la saco totalmente.

  - "¿Te gustaría complacerme por una vez?".
  - " ¿Es que no lo hago nunca?".
  - "Siempre te digo que me quedo con las ganas, pero crees que corriéndome me quedo satisfecho. Ahora verás que no es así".

Te ayudo a levantarte , giro tu cuerpo con brusquedad y te empujo de nuevo sobre el sofá. Abro tus nalgas y acerco mi húmedo pene al otro agujero inexplorado. Hace mucho tiempo desde la última vez que lo hice.

  - "¡Cari, por favor, no lo hagas!. Vas a hacerme mucho daño y sabes que no me gusta...".

Recuerdo que las últimas veces tu cuerpo no respondió de la misma forma. Te follaba el culo cuando tu cuerpo convulsionaba salvajemente en la cama. Nunca lo quisiste admitir, pero te gusta y te excita muchísimo sentirla dentro de tí también por ahí.

Lubrico tu ano con un dedo impregnado en saliva. Empiezo con el exterior, acariciándote con suavidad mientras dejo que mi pene regrese a rozarte los labios vaginales como al principio. Sollozas. Quiero tranquilizarte y te beso el ano con delicadeza. Dejo que mi lengua humedezca de primera mano la zona y por un momento siento que has relajado los músculos.
Sigo lubricando a base de saliva y tu cuerpo responde a mis sugerentes caricias. Pequeños gemidos comienzan a salir de tu boca. Otra pasada más de mi lengua y los músculos vuelven a destensarse. Mi dedo lubricado comienza a meterse y a explorarte el interior.  Poco a poco vas dejando que entre mi dedo un poco más y quieres fingir que no te gusta, pero no consigues engañarme. Estás muy excitada.
Acerco mi pene a tu culo y mi dedo abandona tu agujero lubricado y abierto a mi placer. El glande se queda a las puertas y no insisto, pero tu ano, hambriento de sexo, lo engulle limpiamente y con mimo... A los pocos segundos ya estoy follándotelo pervertidamente.
Tras unos minutos, decido incluír un nuevo elemento al juego. La saco despacio y me miras intranquila...

  - "¿Por qué paras?. ¿Ya has acabado?".
  - " Ahora vuelvo. No te muevas de ahí ni cambies de postura".

Me ausento brevemente del salón y me dirijo desnudo a nuestra habitación. Busco algo que hace tiempo que no uso contigo. Habitualmente lo tienes guardado en tu mesita, pero allí no está. Entonces recuerdo la última vez que lo usaste, lo lavaste y lo guardaste en el armario... Abro las puertas y busco concienzudamente. Lo encuentro en una de las estanterías de arriba, tras unas mantas. Lo cojo y también me aprovisiono del bote de lubricante. También lo necesitaré para mi próximo juego.

Llego al salón y te encuentro en la misma postura. Te acaricias el sexo y tienes metido un dedo por el ano. "¡Buena chica!", pienso a la vez que sonrío. Embadurno el aparato con lubricante y hago lo mismo que hacía con mi pene a las puertas de tu sexo. Lo muevo despacio de adelante hacia atrás y vuelta hacia adelante. Jadeas de nuevo... Continúo frotando el aparato y acerco el pene a tu culo, donde aún ocultas tu dedo.

  - "Sácate el dedo y métela otra vez" - te ordeno.

Sin decir palabra ejecutas mis órdenes y esperas a que entre totalmente dentro de tí.
Después de unas penetraciones conjuntas con el movimiento del aparato, éste se mete dentro de tí y noto cómo choca repetidamente con mi pene dentro de tí. Hago un pequeño giro en la base del aparato y éste comienza a vibrar casi imperceptiblemente. Tu cuerpo se estremece y tus jadeos se hacen más fuertes. Tengo el control de tu cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él.

  - "¿Lo echabas de menos?".
  - " Síiiiiii... Mmmmm... Mmmmm... Sabes cómo conseguir que me lo pase muy bien...".
  - "Empezaba a sospechar que me hubieses sustituído por otro".
  - " Noooooo... Nuncaaaaaa... Mmmmmmmm...".

Un pequeño giro a la base del aparato y la vibración se hace más sentida. Mi pene resbala por tu ano como si fuese tu vagina. Quería castigarte por no tenerme satisfecho, pero estoy dándote más placer aún. No puedo creerlo.
Embisto tu culo con fuerza. Tus manos se agarran al sofá con fuerza y jadeas de forma que podrías quedar afónica de seguir así una hora más. Giro por última vez el aparato hasta llegar al tope de potencia. El aparato vibra de forma descontrolada y lo siento a través de tu cuerpo que convulsiona salvajemente. Chillas y lloras de placer entre embestidas mientras nuestros cuerpos chocan brutalmente el uno con el otro. Esto es una locura y no quiero acabar. Comienzo a sudar y tu cuerpo hace ya tiempo que lo hace entre jadeos y convulsiones.
Siento cómo el aparato entra y sale de tí con un ritmo frenético. Lo he dejado en tus manos para proporcionarte una mayor fuerza en las embestidas, pero tú le imprimes más velocidad aún.

De pronto cierras tus piernas, apretando el vibrante aparato aún en tu vagina y dejando mi pene aún más prisionero de tu ano. Tus convulsiones son tremendamente fuertes y meto todo lo que puedo mi pene hasta el fondo. Lo mantengo unos segundos así y tú lo recibes como si fuese lo más preciado.
Te la saco y tu cuerpo se derrumba en el sofá totalmente extenuado tras los orgasmos que has sentido durante todo el encuentro.

Te dejo ahí, en el sofá tumbada, rota de placer. Tu sexo está enrojecido y en tu ano pueden meterse varios dedos...

  - "Te dejo que sigas leyendo tu libro..." - me despido temporalmente...
  - "¡Aún no he terminado este capítulo!" - me gritas aún espatarrada en el sofá.

Haces un tremendo esfuerzo para incorporarte y te arrastras desde el sofá hasta mí, a un par de metros del sofá.
Mi pene sigue erecto, deslumbrante por los jugos y tú lo buscas como a un tesoro. Gateas hasta mi posición y te arrodillas ante mí, con mi pene entre tus dedos. Tu lengua sale de tu boca y lame mi escroto. Metes mis huevos en tu boca y te deleitas jugando con ellos, chupándomelos de forma alternativa, mientras tus dedos me acarician el pene arriba y abajo lentamente. Mi pene se pone más tieso aún y aumentas el ritmo de tus movimientos. Me estás excitando aún más y noto como mi cuerpo se calienta rapidamente con el hervor de mi sangre. Mi piel quema y pierdo el control de mi cuerpo momentáneamente. Tu lengua pasa a humedecer mi glande al mismo tiempo que tus labios lo acarician con ternura. Subes más el ritmo de tus dedos y comienzo a sentir un cosquilleo por el interior del miembro que me indica que muy pronto voy a sucumbir a tus malas artes... Abres tu boca y dejas tu lengua bajo mi glande, haciéndo pequeñas caricias, mientras aguardas deseosa que libere mis fluídos.
Siento cómo la presión aumenta en mi pene y tú sigues haciendo lo mismo, esperando a que todo mi cuerpo se relaje definitivamente. Cierro los ojos con fuerza y aprieto los músculos de mi vientre con todas mis fuerzas. No puedo aguantar más y suelto el primer chorro de semen.
Abro los ojos y miro tu cara mientras continúo soltando pequeños chorritos más con los impulsos que involuntariamente provocan los músculos de mi cuerpo. El semen se ha depositado en tu boca y algunos chorritos se han depositado por fuera de tu boca.
Aprietas tus dedos para que todo el líquido salga de mi pene y llegue a tu boca. Tu cara muestra satisfacción. Me miras con lascivia aún y sigues lamiendo mi pene, ahora con suavidad.

Acaricio tu pelo mientras me proporcionas unos últimos besos antes de abandonarme definitivamente. Te pones en pie totalmente desnuda y con tu cariñosa mirada sales del salón en dirección a la cocina. Coges algunas cosas y vas preparando la cena. Te sigo unos segundos después y te ayudo con la mesa.
Me pides que te ayude a ponerte el delantal. Lo hago mientras acaricio tu cuerpo y te abrazo por la espalda. Resultas atractiva con el delantal sobre tu cuerpo desnudo.
Sirves la cena y te sientas sobre mis piernas... Comes un par de bocados y no puedes evitar abrazarme y besarme. Bebes un buen sorbo de vino de nuestra copa y te acomodas mejor entre mis brazos mientras continuamos comiendo.

Pienso en que nos estamos volviendo muy rutinarios, pero hay momentos que merecen ser vividos y sentidos con pasión y sin ningún tipo de pudor. Como cuando éramos adolescentes, pero con toda nuestra experiencia.
Leer las páginas de nuestro propio libro con nostalgia y reescribirlo una y otra vez con momentos como éste.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

RE32 El Crucero (Atenas, final del viaje)


Amaneció y despertamos juntos al aviso de la alarma del teléfono.

Yo no quería despedirme de ella y ella tampoco de mí, pero ya estábamos frente el puerto de El Pireo de Atenas y era hora de despedirse.


Ilse se vistió su elegante uniforme y salió del camarote a regañadientes, besándome y acariciándome la cara con mucha pena.

Me vestí y preparé mi maleta. El barco estaba atracando en el puerto y todo el mundo estaba dispuesto con su equipaje para desembarcar.
Me dirigía a una de las escaleras para bajar del buque cuando apareció Ilse entre la gente.
  - "¡Coge este sobre y ábrelo cuando llegues a tu casa!" - me dijo abriéndose paso entre los pasajeros.
  - "¿Y no puedo abrirlo antes? - repliqué yo.
  - "No. Sólo puedes abrirlo cuando llegues a casa. ¡Prométemelo!".
  - "Te lo prometo" - dije enrabietado.

Entonces Ilse me dió un último beso. Un medio pico que ambos queríamos transformar en un beso apasionado, pero por cortesía no podía hacerse realidad.

Desembarqué y en tierra me esperaban mis compañeros de crucero. Sabían de mis aventuras con Ilse y habían visto nuestra despedida junto a las escaleras.
  - "A mí también me daría mucha pena dejar un bombón así" - me dijo uno de ellos bajo la penetrante y fulminante mirada de su compañera.

Cabizbajo me fui acompañado de ellos hacia el aeropuerto. Cogimos el vuelo al anochecer y llegué a casa después de un largo viaje al atardecer del siguiente día.
Cené algo rápido y me fui a la cama. Durante todo el viaje sólo podía pensar en Ilse y ahora, a punto de meterme en la cama, seguía en mi cabeza... Todas aquellas noches, la brisa, las islas, el mar abierto, las ruinas, las historias... Todo era ella. Todo se teñía del rubio platino de su pelo y del azul cielo de sus ojos.


Recordé que me había dado un sobre y lo busqué por todo el equipaje. ¡No lo encontraba!. Me tiraba del pelo por mi mala suerte y me odiaba por ser tan olvidadizo.
Por último, miré en la pequeña mochila en la que llevaba la documentación. Saqué el pasaporte, los billetes, panfletos del barco, souvenirs de Grecia, fotos y otros papeles. Entre todo ello estaba el sobre que Ilse me había entregado. Lo abrí con mucho cuidado y saqué una postal del crucero navegando bajo un sol radiante. Le dí la vuelta y no había nada escrito. ¡¿Era una broma?!. Miré dentro del sobre y había una carta con el membrete de la compañía naviera. Una letra redonda y casi perfecta destacaba sobre el blanco del papel.
"Klubber Thor. Cap. Jürgen Gunnar Tøldersson. Oslo."

Quedé sorprendidísimo. ¿Su padre era el capitán de un barco?. ¿Por qué me había dado las señas de su padre?.
Busqué el nombre del barco por internet y sólo me salían ofertas de rutas en el Báltico. Hice lo mismo con el nombre del señor Tøldersson y las mismas páginas salieron en el buscador... No entendía nada. ¿No había información o es que ya no sabía usar un buscador?. Estaba agotado por el largo viaje y no acertaba a pensar con claridad. Me volví a tirar de los pelos...


Me dormí pensando en ella. En sueños volví a tenerla entre mis brazos, a poseerla, a sentir su cuerpo, a sentir su boca, sus fluídos llenándome de su dulce sabor, mi pene siendo martirizado una y otra vez por su sexo y su boca. Volví a aquel camarote, a sentir el suave oleaje, a recorrer los puertos donde atracamos durante el crucero, el buque... Pero era todo tan distinto...

De repente, me desperté sobresaltado con una idea que me vino a la cabeza. Busqué la postal del crucero y le dí la vuelta. Allí, en un lateral del reverso, confirmé mi sospecha... "Klubber Thor Cruiser. Walhalla Sea Tours".
Entré en la web que aparecía en el membrete y navegué hasta dar con lo que buscaba. Saqué mi tarjeta de crédito y confirmé el pedido...
Ahora debo preparar de nuevo la maleta. El "Klubber Thor" es mi nuevo destino. Un crucero por los fiordos noruegos me espera... y también Ilse...

... Y a saber qué aventuras más me depararán en este nuevo viaje.

lunes, 16 de noviembre de 2015

RE31 El Crucero (Monte Olimpo)



Pasé la noche con Ilse.

Amaneció y pronto nos encontramos frente a la costa macedónica. Un gran conjunto rocoso se alzaba frente a nosotros: el Olimpo.
Quedé maravillado de la majestuosidad de la elevación. Había visto muchas montañas, pero aquella se merecía llamarse "Hogar de los Dioses".


Desembarcamos después de desayunar. Hicimos algunas excursiones a los templos que aún quedan en la zona y regresamos al barco al atardecer.
Al ser la última noche en el barco, nos reunimos todos los pasajeros y la tripulación a cenar como la primera noche. Allí estaba Ilse, en nuestra mesa como en aquella ocasión. Se sentó junto a mí y nuestras manos jugaban a acariciarse bajo la mesa, a escondidas de miradas sospechosas, pero con complicidad.

Terminó la cena y nos volvimos a ver en mi camarote. La última noche debía de ser algo espectacular, pero ella me abrazó, me besó y me dijo:

  - "Esta noche quiero hacer el amor contigo".
La petición no me sorprendió. Hasta ahora sólo había habido sexo entre nosotros. Ahora ella deseaba algo más serio, más comprometido.
La besé y jugué con sus labios durante un buen rato. Ella parecía estar muy receptiva. Acariciaba su cuerpo aún cubierto por el uniforme. Sentía sus manos abrazarme con pasión.
Nos sentamos en la cama y seguíamos besándonos. Mis manos no dejaban de acariciar el cuello y la cara de Ilse.
No había prisa. Decidimos no desnudarnos y seguir besándonos. Me tumbó sobre la cama y besaba mi boca y mi cuello. Yo hice lo mismo.
Rodeé su cintura con mis brazos y ella pasó sus brazos sobre mi cabeza para rodearme con ellos por encima, como si quisiera aplastármela o apoyarse para arrastrarse por mi cara.
Continuamos besándonos así un buen rato.

Se sentó encima de mí y se desabotonó sensualmente la chaquetilla del uniforme. Se quitó el sombrerete y los dejó en una silla del camarote. Se soltó el pelo y volvió para besarme de nuevo.
Notaba cómo me quitaba lentamente la camisa. Me descubrió el pecho y comenzó a besarme en el pecho. Poco a poco iba bajando, a la vez que me besaba el cuerpo, y llegó a mi cintura. Me despojó de los pantalones y se puso a besármela por encima de los gayumbos. Me daba mordisquitos de vez en cuando, pero sencillamente me masajeaba el pene con los labios... Era sublime.
Me miró lascivamente y sacó la lengua. La posó en los gayumbos y me la recorrió entera, de abajo a arriba de una sola pasada. Mis gayumbos estaban ensalivados y ella deseaba más. Me dejé desnudar completamente y me permití el lujo de pedirle lo mismo a Ilse.
Se quitó la camisa y la falda que se añadieron a la silla donde ya tenía la chaquetilla y el sombrerete. Volvió a sacar su lengua y me dió un buen repaso desde el escroto hasta la punta. ¡Uau, qué delicia!. Sentir su húmeda lengua por mi piel me hizo erizar la piel.
Volvió a hacerme lo mismo varias veces seguidas. Mi excitación iba en aumento. Notaba cómo la piel de mi miembro estaba tensa. Ilse continuaba jugando conmigo...
La cogió con la mano y comenzó a moverla arriba y abajo, despacio y con mucha suavidad. Continuó lamiendo mi falo hasta que estuvo bien mojadito. Entonces la engulló y la succionaba con dedicación.
Era la primera vez que la notaba muy cuidadosa y delicada con el sexo. Las veces anteriores era más salvaje y lasciva, pero hoy no.

Después de un buen rato chupándomela subió de nuevo a besarme. Puso sus generosos pechos sobre mi cuerpo y se derritió en caricias y susurros gimosos entre mis brazos.
Giramos sobre la cama y me deslicé entre sus pechos. Saqué mi lengua y lamí sus pezones queriendo imitar la misma delicadeza que ella había puesto en mi cuerpo. Acariciaba los pechos con mis manos mientras mi boca chupeteaba los pezones y mi lengua jugueteaba en las aureolas con decisión.
Ilse se iba calentando, así que decidí meter con sutileza la mano por debajo de su tanguita. Acaricié su rasurado púbis y hurgué en los labios para contrastar su humedad con la mía.
Notaba cuán de excitada se encontraba y decidí deslizar el suave tanguita naviero por sus interminables piernas.
Cuando se lo había terminado de quitar, bajé lentamente, besando cada centímetro de camino hasta sus labios. Ella separó las piernas y permitió que la cogiese por los glúteos elevando ligeramente la cadera. Con esto aproveché para pegarle el primer lametón entre sus piernas. Estaba bajando la cadera cuando noté cómo volvía súbitamente a elevarla. Dí otro lametón y acompañaba el movimiento de mi lengua con su cadera.
Sentía cómo sus fluídos iban lentamente saliendo e iban llenando mi boca. Seguía lamiendo su precioso sexo y ella respondía con gemidos y sollozos de placer. Cada vez que lamía sus labios hasta el clítoris, Ilse perdía el control de su cuerpo por un momento, se volvía temblorosa y quedaba a mi merced.
Chupé el clítoris noruego un par de veces, metiéndolo en mi boca y lamiéndolo con suma suavidad dentro de mi boca. Ilse se retorcía de placer y empezaba a gritar su primer orgasmo a pleno pulmón.
Me agarró la cabeza y me empujó aún más contra su sexo. Deseaba aumentar la sensación de placer y volví a chupar el clítoris y a lamerlo, esta vez con más rudeza.
Ilse se retorcía de placer de nuevo y su cuerpo convulsionaba con espasmos incontrolados. Abandoné su clítoris y la dejé descansar un poco del tremendo orgasmo que había padecido.

Recuperaba fuerzas acariciando mi pene y besándome con más pasión que antes. Entonces llevó mi pene a su sexo y hurgó con él por los labios. Estaba tan húmeda del primer orgasmo que mi pene entraba y salía con mucha facilidad en cada roce. Yo dejaba que penetrase el glande suavemente y lo sacaba de la misma forma.
Poco a poco hacía penetraciones más contínuas y las alargaba lo más que me dejaba ella. Pocas veces permitía que dejase mi pene quieto dentro de ella. Súbitamente se movían sus caderas o me balanceaba para que yo me percatase de que exigía de nuevo mi interés sexual.
Deseaba eternizar aquella unión, pero Ilse quería más y le temblaban repetidamente las piernas. Solicitaba mediante susurros que aumentase el ritmo y, ayudada con sus piernas, me empujaba para que la realizase las penetraciones más profundas. En varias ocasiones llegué a tocar las paredes del útero por sus exigentes embestidas.
Ilse quería más aún y terminé por sacársela para acostarme encima de la cama y hacerla acostarse encima de mí. Ella accedió y, una vez se había colocado, le metí dos dedos de una mano y con la otra acariciaba su clítoris. Gemía de nuevo entre mis brazos. Ella me agarraba la cabeza y nos besábamos repetidamente.
Hizo un sutíl movimiento de caderas y mi pene se colocó a la entrada de su ano, rozándolo y presionándolo, obligándolo a abrirse para permitir su entrada. De nuevo, otro pequeño movimiento y el pene entró muy despacio. Mis dedos sacaban flujo de sus entrañas y éste resbalaba hacia mi pene, lubricando toda la zona y permitiendo que mi pene entrase hasta el fondo.
Ilse volvía a convulsionar y retorcerse de placer entre mis brazos. Me apartó las manos y me rogó que se lo hiciese más fuerte. La cogí de las piernas y se las abrí más. Movía su cuerpo encima de mi sudoroso cuerpo, la penetraba con rudeza mientras ella había sustituído mis manos por las suyas y se había metido los dedos en su sexo. Estaba teniendo un maravilloso y grandioso orgasmo.

Cuando terminó de convulsionar, se quedó encima de mí, muy relajada y me cogió las manos, dirigiéndolas alrededor de su cuerpo para terminar abrazándola.
Mi pene aún seguía dentro de su ano, pero ella no lo despreciaba y no quería quedarse huérfana de sentirlo. Nos besamos de nuevo y quedamos así, hablando y lamentando el final del viaje.


sábado, 14 de noviembre de 2015

RE30 El Crucero (Lesbos)


Las palabras de Ilse aún retumbaban en mi cabeza a la mañana siguiente. ¿Qué quería decir con eso de que una mujer sola no me satisface?.

Rodeábamos la costa turca hacia nuestro próximo destino. Ya no quería saber a dónde nos dirigíamos... Solo quería saber qué historia se iba a inventar Ilse para pasar la noche conmigo.

Llegó la noche y, tras la cena, me fui al camarote. Ilse estaba allí junto con una de las camareras de cubierta. Era muy guapa. Hablaban de mí por lo que pude deducir. La conversación se volvió acalorada después de cerrar la puerta del camarote.
Me miraban las dos de forma muy sensual, sobre todo la camarera. Tenía unas caderas perfectas, unos pechos no tan voluminosos como los de Ilse, pero igualmente provocadores. Sus ojos eran verdes y su pelo, moreno y ondulado, me indicaban que era una mujer mediterránea.
Le pregunté a Ilse por ella, y me la presentó:

  - "Es Galatea. Es camarera dos cubiertas más arriba, y mi compañera de camarote".
  - " Bienvenida a mi camarote" - saludé - "¿de qué estabais hablando?".
  - " Hablamos de tí, cariño".

Me quedé atónito. Primero porque estaban hablando de mí. Sabía que había llegado lejos con Ilse, pero ser el tema de conversación con su compañera de camarote, ya debía ser más que una confidencia... Y segundo, ¿me había llamado "cariño"?. Me daba miedo continuar allí, con aquellas dos mujeres tan imponentes, los tres solos en el camarote.
Ilse me tranquilizo;

  - "Galatea me preguntaba porqué no dormía en camarote con ella. Estaba diciendo a ella que tú eres un hombre muy bueno conmigo. Quiere comprobarlo".
  - " Ahmmm... Pues sí. La trato bien y me creo buena compañía" - comentaba restando importancia.

Galatea sonreía y miró a Ilse. Le dijo algo que no entendí muy bien y se rieron las dos. Me miraron y se volvieron a mirar entre ellas riéndose.
De repente se besaron. Fue un beso tierno, largo, sincero. Yo estaba alucinando.
Se acariciaban y besaban como si llevasen mucho tiempo haciéndolo. Me dí la vuelta y estaba a punto de abrir la puerta del camarote cuando Ilse me frenó:

  - "¡No te vayas!. Queremos que te quedes con nosotras".
  - " Pero Ilse, yo aquí molesto...".
  - "Queremos probar las dos...".

No hicieron falta más explicaciones. Sabía lo que querían hacer. Ilse quería saber si entre dos mujeres eran capaces de dominarme en la cama.
Me acerqué a la cama y ellas me acomodaron un lugar entre las dos. Me senté entre ellas y miré a Ilse. Me besó y comenzó a acariciarme el interior de la pierna que tenía más próxima a ella.
Galatea puso su mano en mi barbilla y me hizo girar el cuello hacia ella. Me besó y puso su mano en el interior de la otra pierna, con lo que ahora tenía dos manos recorriéndome las piernas arriba y abajo por dos manos distintas.
Estaba comenzando a ponerme cachondo por la situación.
Ilse fue desabotonando mi camisa y, ayudada por Galatea, me la quitaron dejando mi torso desnudo. Pusieron sus manos en mi pecho a la vez que me seguían besando.
También entre las dos consiguieron quitarme los pantalones ¡y yo ni las había tocado aún!, así que me planté y me puse a ello. Primero le quité la blusa a Ilse. Como no llevaba sujetador debajo (cosa que me sorprendió) la fuí chupando los pezones. A su vez, mis manos iban acariciándolas las piernas, llegando a meter en ocasiones las manos bajo las faldas. Dejé los pechos de Ilse e hice lo mismo a Galatea. Ella disfrutaba mucho al sentirme lamerle los pechos.
Le dí la mano a Ilse y la levanté de la cama. La puse frente a mí. Galatea hizo lo mismo. Las tenía a ambas frente a mí y me dispuse a quitarles las faldas. Una vez hecho, terminé de desnudarlas. Tenía dos chochitos frente a mí y no sabía cuál de ellos comerme primero. Metí ambos dedos corazón en la boca y los humedecí bastante. Luego los llevé cada uno a una de ellas y les masajeaba los labios mientras besaba ambos púbis por turnos. Ellas se besaban y se tocaban para aumentar su excitación.
Se notaba que eran buenas compañeras de camarote.
Ilse subió una de sus piernas encima de la cama y dejó muy accesible su chochito. Me apuré a meter mi lengua en el hueco y a lamer el clítoris sin dejar de juguetear con mis dedos. Pronto pude meter mi dedo dentro de ella.
A Galatea tuve que cogerla la pierna y dirigirla para procurar hacerle lo mismo a las dos. Estaba tan inmersa en lamerle los pechos a Ilse que no debió darse cuenta de lo que yo le había hecho a Ilse. Lamí el coño de Galatea y le metí el dedo, acariciándola por dentro. Sus gemidos empezaban a ser sonoros ya que era Ilse la que ahora le lamía los pechos.
Sin sacarles los dedos, me levanté y me puse entre ellas. Sus manos me acariciaban la polla molestandose en ocasiones. Las pedí que se tumbasen en la cama y ellas lo hicieron sin poner pegas. Continuaban con sus juegos, abrazadas, y yo continué comiendo aquellos chochitos tan apetecibles y lubricados.
Ilse se puso encima de Galatea. Tenía las dos rajitas dispuestas en la misma dirección... así solo tendría que hacer una pasada con la lengua y haría que las dos disfrutasen sin demora. Lamer aquellos coños y continuar masajeándolos provocaba en ellas un estado de éxtasis digno de los versos de Safo.
Me dediqué a aquel placer un buen rato. Estaba empalmadísimo y empezaba a sentir cómo mojaba mi ropa con el semen.
Ellas se arrodillaron en la cama y, notando que mi polla ya afloraba por encima de mis gayumbos, decidieron liberarlo. Ambas sacaron sus lenguas y comenzaron a lamerlo y a metérselo en la boca. Gozaban chupándomela.
Galatea me tiró encima de la cama y se la metió. Se movía muy despacio, sintiendo cada centímetro de mi polla que entraba y salía de su chochito... Ilse abrió sus piernas y su coño apareció en mi boca. Metí mi lengua dentro de Ilse mientras Galatea me follaba.
Estuvieron así un rato y después se cambiaron de puesto: mientras le comía el coño a Galatea, Ilse me follaba.
Al cabo de un rato, ambas me dejaron y volvieron a ponerse una encima de la otra. Esta vez Galatea estaba encima de Ilse. Yo, en pie al borde de la cama, metía y sacaba la polla de uno y otro coño por turnos. Ambos chochitos estaban muy húmedos, así que la penetración en ellas se hacía con mucha facilidad.

Tras un buen rato follandolas así, ellas se levantaron. Estaban temblorosas y muy ardientes. Me sentaron en la cama y Galatea se sentó encima de mí dándome la espalda. Ilse se puso a un lado y la volví meter los dedos al mismo tiempo que chupaba sus generosas tetazas. Temblaba mucho. Galatea subía y bajaba follándome a un ritmo frenético. Ambas gemían escandalosamente hasta que Ilse, sin poder aguantar más, se corrió de una forma espectacular. Galatea, casi al mismo tiempo, chillaba a la vez que por mis piernas notaba cómo una lluvia de gotitas se deslizaban hacia el suelo. Había conseguido que las dos se corriesen casi a la vez.
Me dejaron y me pidieron que me levantase de la cama. Ambas se arrodillaron frente a mí y volvieron a chupármela por turnos. Ilse estaba loca. Quería mi semen a toda costa. Me la cogió y a la vez que Galatea se la metía en la boca, ella me masturbaba con mucha energía.
Cuando sintió que me iba a correr, unieron sus caras y sus lenguas. Yo me corrí con unas ganas tremendas y el chorro que salió de mi polla las llenó la boca. Ilse se la volvió a meter en la boca mientras Galatea me miraba complacida y se relamía el semen que tenía alrededor de los labios.

Cuando terminaron, Ilse me dijo que se iban a duchar juntas. Quise acompañarlas, pero la ducha era muy pequeña para poder entrar los tres en ella.
Me quedé tumbado en la cama escuchando nuevos gemidos provinientes del baño. Una vez salieron del baño, entré yo y me duché tranquilamente.

A mi regreso, cada una ocupaba un lado de la cama. Me tenían reservado el centro para estar accesible para ambas. Me abrazaron y se besaron encima de mi pecho. Después, cada una me besó y se recostaron en mi pecho.

Estaba satisfecho por haber complacido a ambas mujeres. Galatea me acariciaba la entrepierna. Me sentía tan animado, que pronto me volví a empalmar. Ella se sorprendió y le dijo algo a Ilse. La respuesta no la tranquilizó. Me miró y yo la besé. Sonreía.
Amanecimos los tres frente a las costas de Lesbos. Comprendí qué había pasado esa noche y agradecí a los dioses un nuevo día en tierras griegas.

Una nueva isla debía ser descubierta y conocida.

Pasamos el dia en Lesbos. Al llegar la noche, al entrar en mi camarote, sólo Ilse me esperaba.
  - "¿Y Galatea?" - pregunté desconcertado.
  - "Ha quedado fascinada con tu virilidad. Pero no volverá".
  - " Es una pena. Me sentí muy a gusto con ella y contigo en la cama".


Zarpamos rumbo a la península helena. Ilse se metió en la cama y me animó a acompañarla. La noche era tranquila y estrellada.

jueves, 12 de noviembre de 2015

RE29 El Crucero (Rodas)


Desperté bastante tarde. La cama estaba vacía sin ella, pero sabía que no dormiría sólo durante la travesía.

Cuando salí del buffet estábamos pasando de nuevo frente a la isla de Creta. Quizás fue una alucinación mía, pero creí ver a Talos protegiendo la isla a nuestro paso.
Nos dirigíamos a Rodas, la isla del Coloso, cerca de la costa de Turquía.

Subí a las cubiertas superiores buscando alguna forma de entretenerme. Dí con una zona de cómodos asientos alargados donde algunos de mis amigos estaban conversando alegremente.
  - "¡El héroe espartano!" - gritó informando de mi llegada uno de ellos.
  - "Buenos días. Tenemos un buen recorrido antes de llegar a Rodas, según me han comentado..."
  - "Sí. Aún estamos a medio camino, pero creo que para cuando anochezca llegaremos a la isla" - confirmaba otro de los del grupo.

Me quedé con ellos hasta la hora de comer y nos reunimos todos en el comedor, donde una de las mujeres me hizo gestos para que me acercase a ella antes de sentarnos a la mesa y comenzó a preguntarme:
  - "¿Tú no tienes el camarote del final del pasillo?".
  - " Sí, claro" - respondí bastante preocupado.
  - "Viajas solo, ¿verdad?".

Entonces me dí cuenta de por dónde iba a atacarme y me adelanté...
  - "Tenía un problema en el camarote y llamé a la encargada" - respondí sin dar más importancia.
  - "Ahmmm... Pues debió ser un problema muy grave porque esta mañana salió de tu camarote vistiéndose el uniforme por el pasillo...".

La señora alzó la cabeza, sonrió y me guiñó un ojo mientras se sentaba a la mesa a la vez que yo me quedaba clavado con cara de estupefacción... o de idiota... porque la señora nos había pillado de pleno.

La tarde se hizo muy larga sin tierra qué pisar ni sitios a los que visitar, aunque en el barco había muchas actividades planificadas.
Recorrí algunas cubiertas más y antes de entrar en el pasillo al que correspondía mi camarote, me crucé con Ilse. Acompañaba a una pareja mayor.
Al encontrarnos, hizo que pasaran primero y al pasar junto a mi me dió la mano y volvió a soltarla, como señal de que volvería a dormir conmigo esa noche.

La esperé durante horas. Salí a cenar y volví, pero no la encontré esperándome. Salí varias veces al silencioso pasillo por si asomaba tras alguna esquina, pero nada.
A través de mis ventanucos ví las últimas luces de la costa cretense. Un faro y luces de urbe saludaban al buque, como la mujer de un marinero que espera ansiosa el regreso a puerto.

Me metí en la cama y abracé la almohada pensando en ella.

Desperté de madrugada. Continuaba sólo en la cama. Me levanté y observé que ya habíamos llegado a Rodas. Se veía al fondo, detrás de una leve cortina de niebla. Quizás no era momento de arrivar a puerto.
Volví a la cama y seguí pensando en ella. ¿Por qué no había venido a dormir conmigo?.
Bien temprano atracamos en Rodas, donde se veía las obras del nuevo coloso. Hacía buen tiempo, pero se acercaban unas nubes de tormenta por el horizonte que no me preocuparon en ese momento.
Desembarcamos y fuimos a ver la ciudad.

Pasamos el dia entero en la isla, visitándola y haciendo excursiones.
Al anochecer, volvimos a embarcar.
¡Cómo deseaba verla de nuevo!.

Tras cenar, entré en mi camarote y ella estaba esperándome de nuevo. Llevaba de nuevo la túnica y me esperaba junto a la cama.

  - "Perdón por no venir ayer. Tuvimos reunión anoche y dormí en mi camarote. No pude avisarte" - dijo con cara triste.
  - "No pasa nada... pero, ¿a qué viene la túnica ahora?"
  - "Es sorpresa. Quiero compensarte por faltarte ayer" - dijo con mirada pícara y sonrisa burlona mientras extendía su mano y me entregaba una corona dorada - " Hoy eres dios Helios. Hoy eres mi coloso".

Su proposición me dejó atónito. Seguí sus instrucciones y me desnudé completamente. Sólo portaba la corona dorada que ella me había entregado y, pidiéndome posar como una estatua, ella se arrodilló y se puso a suplicarme;
  - "¡Oh, mi dios. Mi gran dios Helios. Concédeme perdón y ofreceré mi cuerpo para tus deseos".
A la vez que rogaba clemencia a mis pies, acariciaba mis muslos desnudos y se apoyaba en ellos, con lo que me proporcionaba excitación y empecé a sentir un hormigueo por todo mi cuerpo. Estaba calentando mi cuerpo y no tardé en notar cómo me empalmaba por sus caricias.
Ilse vió mi excitación y, ruborizada, siguió actuando...

  - "¡Mi dios ha respondido!. ¡Mi dios Helios me perdona!. ¡Oh, mi dios, cumpliré mi palabra ahora mismo!".
Ilse se puso a la altura de mi pene y comenzó a acariciármelo y besármelo con delicadeza. Poco a poco los besos pasaron a ser lametones y las caricias en los muslos a caricias en mi escroto.
Pasaba su lengua una y otra vez por todo mi falo. Su boca se transformó en un artilugio masajeador que me producía más excitación y placer de dimensiones divinas.
Me la chupaba con mucha dedicación y yo me sentía, como un dios, complacido por sus caricias y su mamada.
Decidí que ya era hora de que el dios Helios pusiera de su parte y la concediese el indulto definitivo por aquella rogativa.
La cogí de las manos y sin dejar de chupármela se puso de pie, dejó que la abrazase y después la giré, poniéndome a su espalda, levantando la túnica lo justo para que mi polla hurgase bajo la tela y entre sus muslos. Pensé en aquellas pelis porno en las que él se la mete por detrás y decidí que podía probar la misma estrategia.
Puse mi mano sobre su espalda y la guié, sin decir una sola palabra, lo que debía hacer. Ella subió una rodilla encima de la cama y se apoyó con las manos. La posición favorecía una buena penetración. Profunda y larga. La follé así durante un buen rato.
Notando que su flujo salía en cantidad, saqué la polla de su coño y se la restregué por toda su entrepierna, mojándola completamente.

  - "Helios no está aún complacido" - dije - "Helios te pide un sacrificio".
  - " ¿Qué sacrificio exige mi dios Helios?".
  - "Un nuevo placer debe ser conquistado. Una nueva sensación debe recorrer tu cuerpo para complacerme" - confesé maliciosamente.
  - "Conquista mi cuerpo, oh mi dios. Está a tu entera disposición".

Mi polla resbalaba más aún entre sus piernas, así que sutilmente permití que la punta de mi polla rozase el culo de Ilse.
Ella gimió y se dejó ir un poco más atrás, proporcionándome un buen acceso a su ano. Puse la punta de mi polla justo en su agujero y dejé que ella fuese metiéndosela poco a poco.
Notaba cómo entraba despacio y apretada, pero resbalaba bien.
Lentamente la fui metiendo dentro e Ilse gemía con más ganas que antes.
Cuando estuvo totalmente dentro, comencé a sacarla de la misma forma, dejando que ella me pidiese el ritmo que deseaba. Un par de penetraciones más y el ano ya estaba totalmente expandido. Acariciaba su vientre y sus pechos mientras la penetraba, así me aseguraba de que no "enfriaba" y follarla el culo sería mucho más placentero para ambos.
Ella acompasaba mis acometidas con balanceos de su cuerpo hacia delante y hacia atrás, imprimiendo más intensidad a las embestidas. Me olvidé de acariciarla y puse mis manos en sus caderas. La empujaba hacia mí con tanta intensidad que creí que la iba a romper el culo en algún momento.
Después de un buen rato follándola así, apretó su culo y chilló tan fuerte su orgasmo que oí cómo la gente salía al pasillo a preguntar qué pasaba. Pero no me importaba. Ella se giró y me miró con tanta lascivia que no pude evitar lanzarla un beso mientras le daba las últimas embestidas. Ella sonreía con la cara estampada contra el colchón y sus manos agarraban fuertemente la sábana bajera.


Cuando por fin se la saqué, cayó fulminada encima del colchón, sonriendo y suspirando, hablando qué sé yo en su idioma, mientras yo me agachaba y la besaba en la espalda como acto de agradecimiento.
Se volvió hacia mí y me dijo:
  - "Una mujer sola no te satisface, ¿verdad?".
  - " Una sola mujer puede hacerme felíz... Una mujer como tú, por ejemplo".

Ilse sonrió mientras se recolocaba en la cama. Me hizo el sitio y volvió a recostarse sobre mi pecho.
  - "Tú eres un gran hombre. En mi país no hay hombres como tú".
No sabía qué decir. Sólo sabía que ella había vuelto a mí. A mi camarote. A mi cama...

martes, 10 de noviembre de 2015

RE28 El Crucero (Sparta)

Ella se levantó como la última vez. Desactivó la alarma del móvil, se aseó y se puso el uniforme.
Dejó la túnica en el armario de mi camarote y se despidió con un beso.
  - "Te espera un gran día" - me advirtió. 
Ya me había tenido en vela toda la noche, así que ahora había conseguido meter más la puntilla.
Me levanté y, después de asearme y vestirme, salí en dirección al buffet.
Caminaba cabizbajo pensando en lo que acontecería en Sparta.
En uno de los accesos tropecé con un animador del crucero.
  - "¿Falta mucho para llegar a Sparta?".
  - " Llegaremos en breves. Ya se divisa el puerto de Gitión".
La necesidad de saber qué me esperaba no tardó en surgir...
  - "¿Qué actividades hay previstas allí?.
  - " Las típicas visitas al Museo Arqueológico en el centro de la ciudad y a las ruinas de la Sparta antígua, que están al norte. Habrá actividades hasta la noche".
  - "¿Qué tipos de actividades?" - me mataba la curiosidad.
  - "Eso no se lo puedo decir, señor. No tengo información sobre las actividades que programan en tierra".
Sin duda, Ilse conocía las actividades... Y él también. Se alejó sonriendo y miró hacia atrás en un par de ocasiones para fijarse bien en mí... o para mofarse.
Llegué al buffet y continué preguntando a los camareros que me sirvieron el desayuno. Todos sonreían pero ninguno quería contarme nada. Sólo se limitaban a mirarme y sonreír.
  - "¡Qué!, ¿preparado para la visita a la ciudad-estado miliciana por excelencia?" - fue la forma de darme los buenos días el gracioso del grupo, adelantándose a los demás, que llegaban a la mesa con sus bandejas.
  - "Acojonado estoy" - dije con desánimo.
  - "¡No te preocupes, hombre, que no te van a tirar al pozo donde tiraron al emisario persa!" - bromeaba el historiador.
  - "¿Vosotros sabéis qué actividades tienen previstas?".
  - " Se rumorea que la nueva oficina de turismo de Sparta tiene prevista una atracción típicamente espartana. ¡Todo un bombazo!".
Ahora ya sabía lo que me esperaba... Iba a ser el payaso del crucero.
Desembarcamos y nos subieron en autobuses fletados especialmente para el crucero. Nos dirigíamos primeramente al Museo Arqueológico, a la fábrica de aceite de oliva y después a las ruinas de la antigua ciudad de Sparta.
Intenté empaparme de todo lo relacionado con la cultura y la forma de vida espartana. Quería estar bien documentado para no fallar, sin embargo no iban por ahí los tiros...
Mucho antes de que Sparta fuese una ciudad-estado, nació y vivió allí un personaje muy famoso: Heracles. Más conocido por su nombre latino: Hércules.
Así es como tuve que ingeniármelas para hacer doce trabajos propuestos por la oficina de turismo.
Matar, no tuve que matar a nadie, pero robar... una gallina a una anciana de las afueras, sí. Lógicamente ella ya sabía que le iban a intentar usurpar una de sus queridas aves. Me gané unos buenos palos y regañinas de la señora aunque más tarde, al devolverle la gallina viva, me obsequió con una botella de licor local además de los besos de abuela y las disculpas por los bastonazos recibidos.
De los otros once trabajos... mejor no hablar.
Solo pensaba en darlos por terminados y regresar al buque para descansar.
Al final salí victorioso y me nombraron héroe local por ese día. Más tarde, presidiría, en la cena que se celebró en un restaurante de la ciudad, la mesa junto con el capitán, el director del museo, algunos representantes locales y varios oficiales más del crucero.
Agotado tras la velada, llegué a mi camarote dispuesto a dormir a pierna suelta cuando una voz a mi espalda me frenó:
  - "Aún no han acabado tus pruebas, héroe" - me susurró Ilse en la nuca mientras deslizaba sus manos por mi entrepierna y se restregaba por mi espalda como una gata ronroneando.
  - "¿Tengo forma de evadirme?" - pregunté.
  - "Esta noche no, baby... Esta noche, no".
La puerta se abrió y entramos en el camarote besándonos. Ilse se desnudaba con velocidad y me quitaba la ropa desesperadamente. ¡No podía controlarla!.
Quise frenarla pero ya me tenía tumbado en la cama, con los pantalones en los tobillos y ella encima desaciéndose el moño y volviendo al ataque; ésta vez besándome el cuello y metiendo las manos entre nuestros cuerpos para llegar a mis genitales y acariciármelos.
Poco tardó en desnudarme de lo que aún me vestía y se dispuso a follarme como una loca.
  - "¿Sabes que dicen que a las espartanas enseñaban a amar fieramente a sus maridos?. ¡Yo te enseño que soy buena espartana!".
¿Había oído bien?. ¿Había dicho "maridos"?. Esperaba que no fuese más que una puntualización. La deseaba, sí, pero así de sopetón, casado con ella... Me acojonó soberanamente. Por un momento me ví entre tios de dos metros super corpulentos, vestidos con pieles y cascos con cuernos.
Me la cogió y se la metió entre las piernas de forma que a los pocos segundos y sin poder evitarlo ya estaba cabalgándome en la cama.
No podía parar aquel desenfreno femenino. Me incorporé y la abracé al mismo tiempo que la sobaba los pechos y la besaba el cuello. Follábamos como si fuese la primera vez.
Ilse estaba excitada y nuestra unión estaba muy bien lubricada. No me importaba las veces que estuviésemos follando, con ella lo hacía a gusto. Ella me acariciaba el pelo y me susurraba:
  - "¡Knulle meg!. ¡Knulle meg!".
No sabía exactamente qué quería decirme, pero yo continuaba con mis deberes.
Metí mi pulgar en la zona clitoriana y lo estimulé de forma que en pocos minutos Ilse ya había tenido su orgasmo.
Cayó a mi costado entusiasmada, acariciándome el pecho y satisfecha... O eso creía...
  - "Te dije que esta noche ibas a demostrar lo hombre que eres. ¿Vas a dejar que mi cuerpo necesite más?".
  - " ... No...".
Quería decirle a Ilse que no podía más, pero sólo pude contestar de la peor manera que mi voz me permitió... Y después de unos minutos en los que ella se ausentó brevemente, volvió a la carga, haciendo que tuviese que arreglármelas para conseguir que se corriese de nuevo.
Se subió a la cama de forma que me daba la espalda y, sentando su húmedo coño en mi cara, permitió que la lamiese en chochito de manera sencilla y sin esforzarme mucho.
Una vez que comenzó a sentir de nuevo cómo su cuerpo se calentaba, se inclinó hacia mis piernas, reposando aún más la cadera en mi cara, con lo que me dejaba un buen acceso a sus orificios.
Metí un dedo en su chochito y con el otro, también húmedo, acariciaba alrededor de su ano a fín de que lo relajase y permitiese que el dedo entrase con suavidad.
Continuaba lamiéndola y penetrándola con el dedo. Mientras, ella se había recostado sobre mí y me acariciaba la polla, besándola y dándola pequeñas chupaditas. Aquello consiguió que volviese a empalmarme como un adolescente. Toda mi sangre se desvió a dar placer a su boca a la vez que la mía, junto con mis dedos, hacían lo propio por el otro extremo.
Su culo se había relajado de forma que ya pude penetrarla con otro dedo. Lo metí despacio, hurgando sutilmente, con lo que su respuesta se hizo evidente; abrió más su boca y engullía con más energía mi polla, que comenzaba a dolerme.
Deseaba que disfrutase de la doble penetración al mismo tiempo que se deleitaba chupándomela. Notaba cómo iba subiendo más y más la intensidad de sus chupadas y cómo acompañaba los movimientos de mis dedos con su cadera.
Era evidente que ya pronto sucumbiría a un nuevo orgasmo.
Cuando lo hizo, gemía de forma exagerada. Su entrepierna estaba llena de flujo y saliva. Abrí la boca amoldándola a su chochito y esperé a que toda su dulzura fluyese a través de mi lengua.
Después de esto, y de que terminase de lamerme la polla, se acomodó de nuevo a mi lado y apoyó su cabeza en mi pecho hasta que se quedó dormida... Y yo, agotado y dolorido, me sumergí en un profundísimo sueño reparador.