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martes, 8 de diciembre de 2015

RE34 Fantasías eróticas de oficina


  - "Necesito que me ayudes a cumplimentar estos documentos" - dices acercándote a mi mesa.
  - "Tranquila, te ayudaré".
  - " Eres un cielo de compañero".

Tu cara refleja una sonrisa y un alivio esperanzador. Llevas poco en la oficina y entiendo que aún tengas dudas y te sientas insegura por no saber qué poner en los apartados. Apenas te conozco de hace unos meses, pero tu profesionalidad eclipsa cualquier comentario de las envidiosas que trabajan en otros despachos.

Vuelves a sentarte en tu cómoda silla y bajas la mirada a los documentos que tienes en la mesa. Tu bolígrafo se mueve con rapidez y soltura sobre el papel. Llevas el pelo detrás de la oreja sin levantar la mirada en un movimiento sutíl y automático. Continúas rellenando documentos, telefoneando y tecleando el ordenador como si fueses una actriz en una película americana...
Pierdo el tiempo mirándote con una sonrisa permanente, de la que me doy cuenta de repente y la borro de mi cara antes de que alguien se de cuenta que existe. Ni siquiera quiero que tú te des cuenta de mi pasividad.

  - "Te invito a tomar un café" - suelto sin premeditación.
  - "Si, claro. Lo necesito".

Tu sonrisa invade el lugar como la brisa marina en otoño. Se iluminan las metálicas paredes y el espacio se llena de tu perfume. Es un perfume de flores y frutos. Dulce. Con un toque de melancolía y suavidad en el aire que respiro al pasar. Cojo mis cosas mientras miro cómo te pones la chaqueta. El traje te queda perfecto. No sé cómo lo hacéis las mujeres, que cualquier traje os sienta de maravilla. El jersey de cuello alto no deja ver tu figura más allá de lo que se pueda ver a simple vista. Abro la puerta y te invito a pasar cortésmente. Camino a tu lado hasta la cafetería y hablamos animosamente de nuestras particulares vidas.
Comentamos nuestros gustos, me descubres que te gusta la música romántica y me aconsejas algunos compositores que yo aún no conozco. Y hablas de su música como si hablases de tus amantes, de cómo te dejas llevar por la melodía y de la particularidad de sus composiciones. Las tazas de café ya están junto a nuestras manos y nos acomodamos en una mesa que da al ventanal del parque. Abres el sobrecito de azúcar y lo echas en el café despacio. La espuma de la leche envuelve los granos de azúcar y éstos se hunden lentamente. Remueves mezclando como si acariciases el café.
Después de un rato hablandonos, elevas la taza hasta los labios y soplas suavemente el café antes de tocar la taza con los labios. Me pierdo en esa imagen tuya frunciendo los labios, como si besases al vacío, si tuvieses un amante invisible, una intención sin fín de besar a alguien.
Mi primer delirio amanece ahí, en tus labios. Los miro mientras me hablas de tu música, de tus particularidades, de tu vida... y me pierdo en tu boca. Son suaves, carnosos, sutilmente maquillados con carmín y muy apetecibles. Me muerdo los míos admirando cómo tu boca emite sonidos angelicales de los que hace tiempo me despreocupé de escuchar. Ya no te oigo, sólo contemplo cómo se mueven tus labios. Es como ver las olas del mar desde un acantilado, suaves, ondulantes, regulares, acompasados... y cuando llegan a mi boca son fuertes, sabrosos, apasionados, alocados, sensibles y perfectamente deliciosos.

Por un momento se me ha ido la cabeza a pensamientos abstractos, a fantasías deliberadas, a sentimientos encontrados. Me imaginaba tus labios en los míos, tu boca susurrando mi nombre, tu respiración en mi cara, tu olor en mi piel... Imaginaba tus caricias en mi rostro como una cortina ondulando al compás del viento suave que entra por la ventana del salón.

Sigues hablándome de tí y yo te sonrío condescendiente a tus palabras...

Nos terminamos el café de las tazas y volvemos al trabajo. Intento no pensar en esas sensaciones que he tenido en la cafetería mientras tomábamos el café, pero no puedo. Quiero eludirlas, pero no consigo quitar tus labios de mi mente. Estás a tres, cuatro, seis metros de mí, pero es como si te sintiese besandome aquí. Miro tus labios una y otra vez y no consigo quitarme esa sensación de la cabeza.
Necesito salir de nuevo al exterior, a refrescar mis pensamientos, a despejarme de tí, de esta droga que llevas por perfume, a quedarme ciego hasta la hora de marchar...

Salgo y por un momento quiero obligarme a olvidar que estás dentro del edificio. Quiero volver a estar como antes de tomar el café, a que seas solamente mi compañera, a los "buenos días", a los "que lo pases bien", a los "nos vemos mañana", a "no te olvides de archivar esto o aquello", a tu sonrisa matutina, a tus gestos de preaviso, a tus rabietas contenidas cuando algo no te sale bien, a... simplemente tú y yo trabajando mano a mano...

Te levantas de la silla y la empujas hasta la mía. Vuelves y recoges los documentos pendientes y me pides de nuevo ayuda. Dejo lo que estaba haciendo para atender tu petición.

El problema que hay que resolver es simple. Sencillamente debo explicarte con ejemplos cómo solucionarlo. Me miras a los ojos como una niña que atiende a las explicaciones de su profesor favorito. Apoyas tu cara en la mano cerrada del brazo que tienes apoyado en la mesa de mi escritorio. Es como estar contándote una historia de princesas y príncipes, de amor, de romances, de pasiones ocultas, de castillos, de dragones y de encantamientos.
Te miro a los ojos y me pierdo en tus pestañas, largas, negras... Tus ojos son castaños, alegres, vivaces... Me hablan de tí más que tu boca. Me hablan de amistad, de cariño, de compromiso, de pasión, de deseo, de... nuevo me pierdo en tu cara y te deseo más que antes. Mi mente se introduce en tus ojos como una aguja fina y atravieso fantasiosamente tu mirada hasta tu cabeza. Llego a tu corteza cerebral y ahí suelto la bomba de relojería perfectamente cronometrada con los impulsos de mi corazón: "Bésame... bésame... bésame..." es mi cuenta atrás, la cual repito una y otra vez dentro de tu mente, como si te tuviese hipnotizada. Y ahí estás de nuevo, besandome. Mi imaginación alterna ejemplos con deseos y no sé realmente de lo que estoy hablando contigo. No me importa. Estoy tan absorto en mi cuenta atrás, en mi mantra, en mi hechizo fulminante de pasión desenfrenada que no me importa de qué te estoy hablando. Dejo que mi boca vague por su cuenta en las experiencias y mi cabeza continúa de forma independiente entre tus brazos, besándote, acariciándote, susurrándote una y otra vez que me beses, que me abraces, que me ames, me desees, me hagas tuyo en un arrebato primaveral de sentimientos expontáneos... "Por favor, bésame... bésame... bésame... bésame... bésame...".

  - "Bésame..." - mi hechizo se hace voz.

Tu cara enrojece y palidece a la vez. Tu expresión se torna desconfiada, como si te hubiese leído el pensamiento, como si hubiese abierto la caja de Pandora.

Me doy cuenta de que he llevado más allá de lo extrictamente necesario todas estas sensaciones, todos estos sentimientos, todo este impertinente imaginario mío que se ha vuelto oscuro y prohibitivo. Te levantas de la silla y la empujas como un gran peso hasta tu mesa. Vas apesadumbrada, sobrecogida, como si te hubiesen descubierto los pensamientos... y yo, torpe de mí, me quedo acongojado en mi escritorio, muerto de vergüenza, empalidecido por no saber comportarme y llevar mis fantasías más allá de los límites establecidos en el convenio laboral.
Te deseo y ahora ya lo sabes.

Vuelves a sentarte en la silla preocupada, pensativa, distraída... No te atreves a levantar la mirada de tus papeles. Ahora tu bolígrafo ya no se mueve con la habitual soltura y gracialidad. Te tiembla el pulso, tu respiración es irregular y me haces sentir demasiado culpable para permanecer sentado intentando ignorarte.

Abro mi gestor de correo e inicio un mensaje nuevo.

De: despacho7mesa1@gestoria.online
A: despacho7mesa2@gestoria.online
Asunto: Lo siento

Dejo el cuerpo del mensaje sin cumplimentar y le doy a la tecla de enviar. Acto seguido me levanto de mi puesto y, como se va acercando la hora de marchar, decido hacer tiempo en la fotocopiadora. Cojo unas cuantas carpetas de mi escritorio, abro la puerta acristalada de aluminio y atravieso el umbral, dejando atrás ese ambiente tan cargado, donde mis fantasías dejan un rastro lastimoso de magia caducada y dan paso a un frío y estremecedor ambiente de soledad necesaria para ambos.

Atravieso el largo pasillo con paso lento. Voy arrastrando casi los pies y a cada paso que doy me voy lamentando de lo que he hecho. "Imbécil, idiota, zoquete..." me voy diciendo a mí mismo cada vez que un pie pisa el suelo.
Llego al cubículo del almacén donde está la fotocopiadora y entro en él cerrando la puerta con mi espalda. Dejo las carpetas sobre una repisa del archivador y me echo las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza y dejando que el peso de mi cuerpo se apoye sobre la puerta del almacén.
Abro los ojos. Me quedo con la mirada perdida en el espacio vacío y la imagen de tu cara atormentada por mis palabras se refleja de nuevo ante mí, en mi propia mente, como un holograma futurista al que se puede acariciar bajo la luz del proyector y decirte tantas cosas...
Me muero de ganas de besarte y, sin embargo, no quiero perturbar esa conexión laboral tan maravillosamente construída desde el primer día que nos presentaron.
Me maravillaba tu espontaneidad, tu sonrisa matutina, tus ganas de trabajar, tus "buenos días", tu generosidad, tu café de media mañana, tus guiños y muecas... Y todo eso se ha esfumado, se ha volatilizado, ha sido engullido por mi egocéntrica fantasía expresada en un sólo deseo: " bésame".

Maldigo mis ganas, maldigo mi ansia, maldigo mis sentimientos y maldigo mi suerte por haber dejado que todo ello llegase a este punto.

Doy los dos pasos que hay hasta la fotocopiadora, que está frente a mí. Compruebo que hay papel de sobra y coloco los documentos de la primera carpeta en el cargador de la tapa. Pulso el botón y la fotocopiadora comienza a devorar frenéticamente los papeles y a escupirlos por la bandeja de abajo de forma automática, repetitiva, escandalosamente ruidosa para mis oídos.

La hora de salir ha llegado y siento cómo, después de cuatro carpetas más fotocopiadas, el murmullo de la gente despidiéndose y saliendo por el pasillo en dirección a la calle atraviesa la puerta del cubil.
Otra carpeta más y tú tampoco estarás en la oficina. Abro la carpeta con parsimonia tras recoger las copias de la última carpeta fotocopiada y dejo las de la siguiente en la bandeja de carga. Oprimo el botón y el ruido de la fotocopiadora retumba en mis oidos de nuevo mientras tu cara de estupefacción regresa a mi mente.
Me invade una sensación de frío por mi espalda que me entristece aún más y me lamento por enésima vez por mi única palabra emitida que no fue estríctamente laboral. El ruido estridente y automatizado de la fotocopiadora deja de sonar. Oigo cómo detrás de mi se cierra la puerta del cubil. Ha debido ser el conserje en su ronda, aunque me parece muy pronto. No me importa. Recojo estos papeles y me largo. No tengo ganas de hablar con nadie después de lo ocurrido. Quiero lamentarme en soledad de lo sucedido. Ya veré cómo solucionar este problema cuando llegues por la mañana y no haya sonrisa, ni "buenos dias", ni muecas, ni gestos de complicidad, ni café...
Meto los papeles en la carpeta y cojo el resto de carpetas para devolverlas a mi mesa. Giro sobre mis talones y me quedo petrificado al ver tu silueta entre la puerta del cubil y yo. Tienes esa sonrisa de por las mañanas. Me miras con dulzura y te acercas más a mí. Me acaricias la cara sin decir una palabra. Acercas tu cara, tus ojos, tu boca... y me besas suavemente, como una caricia con una pluma, como si tuvieses miedo de despertar a un monstruo legendario, como si yo fuese una trampa mortal que saltase a la mínima.
El calor de tus labios calma mi intranquilidad. La suavidad de tu piel me acaricia la cara y deja un rastro de serenidad en mi corazón. He sido tan brusco soltándote ese bombazo que me he perdido en mi empobrecida soledad durante un rato.

  - "Yo... También siento algo por tí... Muy fuerte... No sabía si me estaba volviendo loca..." - dices entre roces de intercambios sentimentales - "...pero ahora sé que tú también... Sientes esto conmigo...".

Nuestros labios se pegan más aún y nuestros besos se vuelven más apasionados, más lascivos, más salvajes... Dejo las carpetas encima de la fotocopiadora sin dejar de besarte y te abrazo con fuerza. Necesito sentirte tan unida a mí que me resulta molesto no poder estrecharte entre mis brazos con mucha más fuerza aún.
Nuestras lenguas luchan por encontrarse en este intercambio de sentimientos mutuos y cuando se juntan, bailan al compás de una melodía tocada por angelicales querubines.

Mis manos bajan hasta tus muslos, te subo un poco la falda de tubo que marca tan bien tu figura de diosa arrastrándola con mis dedos y haciendo acopio de la fuerza de mis deseos, te elevo las caderas hasta mi cintura y te arrastro hasta la puerta donde tu espalda choca contra ella. Nuestro abrazo se vuelve más pasional y nuestro secreto se muestra más íntimo y sensual. Tus manos se pasean por mi cara y mi pelo en constantes caricias, suaves, cariñosas, sentimentales...

Quiero hacertelo aquí mismo, pero no quiero mostrarme demasiado efusivo y asustarte de nuevo.

  - "Lo siento" - vuelvo a rogarte entre besos y caricias.
  - "No lo sientas más... Ámame ahora... Hazme tuya..." - sollozas entre mis brazos.

Tiro del jersey hacia arriba, descubriendo parte de tu espalda. Busco cómo deshacerme de él y lo recojo hasta tus axilas. Subes los brazos y el jersey pasa por tu cara. Apenas hemos dejado de besarnos unos segundos y creo que han pasado horas. Dejamos caer el jersey a un lado y continuamos en ese eterno abrazo cargado de sentimientos ocultos.
Percibo que mi camisa te agobia y quieres deshacerte de ella igual que yo te he despojado de tu jersey. Dejas tus caricias a un lado y vas quitando uno a uno los botones de su ojal. La sacas del pantalón y me descubres el torso, y con un gesto grácil la tiras en el mismo lugar que yace tu jersey.
Tus brazos vuelven a rodearme y nuestras pieles se tornan frontera infranqueable que nuestros corazones no pueden traspasar para unirse. Nuestras bocas siguen hablando en su lenguaje particular y no concibo otra forma de mantenerme con vida si no es a través de tus labios. Siento el calor de tu cuerpo, ardiente, tenso, pasional, tan suave... Tus uñas desgarran la piel de mi espalda. Abandono tu boca y voy trazando un caminito de besos desde la comisura de tus labios por toda tu mandíbula hasta que mi nariz choca sensiblemente con tu pendiente. Desde ahí sigo mi camino de besos hasta tu cuello acompañado de una marcha de suspiros y jadeos que marcan un nuevo movimiento orquestal a nuestro apasionado encuentro.

Te bajo lentamente de mi cintura y cuando posas tus pies en el suelo retomo mi travesía por tu cuerpo. Desciendo desde tu cuello hasta tus pechos continuando mi caminito de besos. Los aprieto por encima de tu sujetador y me pierdo en la suave piel aterciopelada de tus senos. Respiro con fuerza entre tus pechos el aroma de tu aperfumada piel y suelto el aire recibiendo tus gemidos y siento la danza de tus dedos jugando con mi pelo, apretando mi cabeza contra tus pechos con fuerza.
Continúo mi caminito de besos permitiéndome el lujo de dejar tu sujetador sin desabrochar, aunque me lo hayas pedido incesantemente y desciendo hasta tu ombligo, tu vientre, que a cada momento se vuelve turbulento y oscuro de lujuria, y tu sexo, bajo la falda de tubo, que deslizo arriba frente a mi cara, dejando al descubierto tu ropa interior. Meto mi nariz e inpiro profundamente el aroma de tu sexo que empaña mi razón y despeja mis dudas sobre tu disposición a recibirme. Meto mi nariz entre tus labios y siento cómo se impregna de tí. Siento cómo tus muslos se abren más y vuelvo a inspirar con fuerza, rozando con mi tabique nasal tu sexo mientras te vuelvo a inspirar con fuerza. Gimes y bajas la cadera para sentirme más en tí. Abro mi boca y con los dientes inferiores recorro tu prenda para concluir en un pequeño mordisco final cerca de tu clítoris. Te derrumbas ante mi exagerada muestra de lujuria con jadeos y susurros.

  - "¡No me hagas sufrir más, por favor!. ¿A qué esperas?. Sabes que lo deseo...".

Aparto la tela de tu entrepierna y saco mi lengua para degustar el manjar de tu cuerpo. Tu flujo cae en mi boca como miel templada que se desliza por mi garganta aliviando el dolor que llevo dentro. Muevo la lengua con delicadeza entre los pliegues de tu sexo y tu locura se eleva a un estado superior de lascivia.

  - "¡Ya no lo aguanto más...!. ¡Penétrame ya...!".

Deseo acceder a tu urgente petición. Mi pene está húmedo y desea fervientemente salir de mi pantalón. Me bajo la cremallera y me desabotono el pantalón. Lo dejo caer hasta los tobillos y permito que me acaricies el pene por encima del bóxer. Son caricias sensibles, suaves, agradecidas... Me lo bajo también hasta los tobillos y quedo desnudo de cintura para abajo estableciendo un nuevo parámetro en nuestra relación laboral. Te agarro por detrás de los muslos y vuelvo a subirte sobre mi cintura. Mis traviesos dedos desplazan a un lado la tela de tu ropa interior y mi cuerpo establece un nuevo tipo de contacto con el tuyo. Nos miramos dulcemente cara a cara y nos sonreímos. Yo espero tu consentimiento y me quedo expectante ante tu rostro. Tus ojos destellan una mirada romántica, como la de una adolescente primeriza que descubre el amor por primera vez, pero de pronto se vuelve sensual, apasionada, lasciva, lujuriosa... como la de una depredadora nocturna, una vampiresa de novela, que busca una nueva víctima entre sus brazos.
Con un gesto suave y decidido, dejo que tu cadera ceda y mi pene se entrega rendido a tu sexo mientras de tu boca vuelve a salir un gemido, un jadeo, un suspiro de deseo...
Nos movemos rítmicamente. Tú bajas y subes la cadera al mismo compás con el que yo entro y salgo de tu cuerpo. La puerta marca nuestro vaivén con el sonido seco de golpear con el umbral. Lo hace muy lento al principio. Luego va "in crescendo", acompañado de besos, caricias, gemidos, jadeos, sollozos... Me resisto a dejar tu cuerpo y embisto con ganas arremetiéndote con fuerza contra la puerta del almacén de la fotocopiadora, llegando a subir el ritmo de mis penetraciones hasta equipararlas con el frenético compás de la ruidosa máquina copiadora que escupe papeles impresos de tinta adherida con el calor que emana del interior de mi cuerpo hasta llegar a mi piel y se transmite a tu piel. Tu respiración es tan rápida y fuerte que el aire que fluye a través de tus pulmones se convierte en un canto de sirena que me envuelve en un hechizo lascivo y sensual, obligándome a enrudecer mis embestidas a tu cuerpo y dejar de ser el calculador, el solvente, el carismático, el juicioso, el resolutivo hombre con el que trabajas todos los dias y transformarme en un villano, en un pendenciero, en un pervertido, en un descontrolado... en un loco amante que desvaría en su mente y juega con tu cuerpo y con tus sentimientos. Siento cómo tu cuerpo se estremece, cómo tu abrazo se hace más afectivo, tus besos más alocados y tu respiración es ya un cúmulo de sonidos erráticos que preceden a una desorbitada liberación de pasión reprimida durante dias, semanas, meses... Tu orgasmo es un grito de júbilo entre mis brazos que transforma mis frenéticos embistes en aclamadas caricias en tu cuerpo. Te dejas caer en un conciliador desmayo de sensaciones mientras yo bajo tus muslos de mi cintura y me desuno de tí como dos cápsulas espaciales al sonido del vacío etéreo y distante.

Un último beso antes de salir del almacén sella nuestro encuentro prohibido. Una caricia que tu mano regala a mi cara me devuelve al odiado mundo real de mi jornada laboral, que ya ha terminado. Se escucha el cubo de la fregona de la limpiadora por alguna esquina de los despachos. Te alisas la falda de tubo tras haberte colocado el jersey de cuello alto de nuevo sobre tu piel sin dejar de lado esa mirada tuya con la sonrisa de haber realizado una travesura infantil, tu pelo aún alborotado y el temblor de tu cuerpo aún visible en tus piernas. Abres la puerta despacio, mirando a un lado y a otro para que nadie te vea salir del almacén, y recorres el pasillo apresuradamente hasta nuestras mesas donde tecleas algo en el ordenador, lo apagas, recoges tu chaqueta y tu bolso, desapareciendo del edificio como una sombra angelical.

Recojo la camisa del suelo y la abotono lentamente, intentando ordenar mis pensamientos. Termino de colocarme la ropa, cojo las carpetas y salgo del almacén a través del mismo pasillo que hace unos minutos has atravesado tú, presta, y retorno a mi mesa de trabajo. Dejo las carpetas y las copias ordenadamente y recojo mis cosas.
En la pantalla del ordenador veo los avisos de dos correos electrónicos...

De: despacho7mesa2@gestoria.online
A: despacho7mesa1@gestoria.online
Asunto: Re: Lo siento
Soy yo la que tiene que disculparse. Por un momento he creído que me leías el pensamiento. Llevo semanas dándole vueltas a la idea de traspasar el límite de lo laboral y lo personal, pero no sabía si tú me corresponderías. Ahora sé que sí. Por favor, pídeme de nuevo que te bese...

De: despacho7mesa2@gestoria.online
A: despacho7mesa1@gestoria.online
Asunto: Re: Lo siento
¿Te apetece cenar esta noche en mi casa?. Quiero compensarte por lo de esta tarde.

Sonrío. Cierro los correos y apago el ordenador. Mi chaqueta está en el respaldo de la silla, la descuelgo y me la voy poniendo mientras termina de apagarse el ordenador. Cierro la puerta del despacho tras de mí y salgo del edificio. Recorro la acera hasta el aparcamiento donde he dejado mi coche y en mi cabeza sólo hay espacio para tí. Te deseaba y he permitido que mis fantasías llegasen a detonar esa bomba en tu cuerpo. Desear que me besaras era lo único que se me pasaba por la cabeza y, ahora, me dirijo a tu casa con la conciencia intranquila, transtornada, embobada, desvirgada por la misma mujer que volveré a ver mañana en el trabajo, la misma mujer que me regalará su sonrisa matutina, sus "buenos dias", su complicidad, su café de media mañana... ¿Podremos convivir con este secreto?.

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