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viernes, 8 de julio de 2016

RE35 Caribeña

Seguramente estaba borracho cuando la vi por primera vez, pero te aseguro que me quedé paralizado al verla allí, en la playa aquella noche, bailando cumbias, merengues o qué sé yo...
Era una joven dulce, de generosas curvas y tenía una sonrisa como si amaneciese el mundo por ella. Su piel suave parecía bañada por una fina capa de chocolate con leche y su olor, a pesar de la distancia, rivalizaba con las especias mediterraneas de los bazares y mercadillos de los que se habían impregnado mis sentidos en otros viajes.

Mi blanquecina corpulencia de gimnasio de barrio no se podía comparar con algunos que lucían una musculatura profesional y bronceado de muchas horas bajo el sol, pero ella admiraba mi compostura (aunque a veces yo mismo me avergonzaba de mi propia imagen ebria) y me regalaba invitaciones a lucir mi torpeza rítmica en la arena con melodías embaucadoras.

No sé porqué esa parte de la noche no la recuerdo muy bien, pero la que sí recuerdo es sentir su mano cogiendo la mía y su risa por toda la isla. Descubrir huecos en la sombra donde sus labios y los mios se encontraban repetidamente y caricias en nuestra piel, donde sus manos me hacían perder el sentido.

Me alojaba en un hotel pequeño de la isla, donde la tranquilidad y la escasa comodidad del alojamiento se suplía por un servicio excepcional y una discrección rigurosa.
Allí acabamos con nuestros cuerpos después de pasearlos por media isla, donde las esquinas, farolas y palmeras fueron testigos de nuestro frenesí y nuestra lujuriosa serenata.

Comenzó por quitarme lentamente los botones de mi camisa y la dejó caer a los pies de la cama para luego dejarse levantar el vestido que ocultaba el cuerpo divino que me iba a poseer durante toda la noche.
Su eterna sonrisa me enternecía y enloquecía de forma exponencial según se iban sucediendo las caricias y los besos. Desabroché su sujetador y me sorprendieron dos monumentales pechos que no dudé en tocar con mis manos como si acabase de hacer un descubrimiento arqueológico de gran importancia... Admiré sus pezones de gominola de cola en medio de galletas de chocolate durante unos segundos y a los que no pude evitar tirarme a devorarlos con suma gula. Por momentos me faltaba el aire, pero después de cambiar de uno a otro, me zambullía en ellos como si tomase aire entre brazada y brazada en la piscina del polideportivo.
Ella cada vez estaba más caliente y me lo transmitía con la húmeda sensación de llevar los pantalones mojados. Yo también tenía parte de culpa, pues también los iba mojando desde el interior.

Su tanguita no tardó en desaparecer, al igual que mis pantalones y mi slip. Continuábamos sentados en el borde de la cama besándonos, acariciándonos, comiéndonos lentamente el uno al otro... Sin apenas movernos conseguí penetrarla lo suficiente para arrancarla un gemido largo y dulce de su boca. Me levanté de la cama con ella aún penetrada y dejé caer su espalda donde yo estaba sentado. Se la saqué sutilmente y me deslicé hasta que mis labios se posaron en los suyos... pero no en su boca. Pasé mi lengua repetidamente por su entrepierna hasta que la zona estuvo muy húmeda.

  - "¡Qué rico, mi amor! - susurraba a la vez que su cuerpo se estremecía al compás de mis caricias.

Introduje un dedo mientras continuaba lamiéndola y la acariciaba con suavidad por el interior. Retorcida encima de la cama, gemía y convulsionaba de placer.
Saqué mi dedo de su interior y me quedé de pie frente a ella, que aún seguía tumbada sobre la cama. Me tendió la mano y la ayudé a incorporarse de forma que quedó justo a la altura de mi miembro al que se agarró casi automáticamente para besarlo y acariciarlo como nunca lo había sentido jamás.
Una felación divinamente ejecutada me permitió evadirme de todos mis sentidos salvo del tacto, cuya única entrada de sensaciones era mi pene, que remitía constantemente flashes con mensajes tan extraordinariamente potentes a mi cerebro que me proporcionaba un éxtasis continuo.
Sentía caricias húmedas de su lengua, el cielo de su boca en la punta de mi pene, sus voluminosos pechos arropando mi blanquecino receptor de sensaciones, un nirvana en la noche isleña, un valhalla con una guerrera de ébano, miel y leche, un baile al ritmo de nuestros corazones...

  - "Quiero sentirte al fín dentro de mí, corazón" - susurró devolviéndome a la realidad de la noche de placer.

Abandonó mi cuerpo para dejarse caer nuevamente sobre la cama y abrió sus piernas permitiendo un nuevo abrazo de nuestros cuerpos.
Me recosté sobre ella besándola en la boca y dejando que nuestros cuerpos hablasen por sí mismos. La penetré de nuevo sin dificultad y me moví sutilmente para que nuestros cuerpos se acomodasen fácilmente a este nuevo ritmo.
La penetraba enteramente y el sudor que nos desgarraba por dentro y por fuera brotó de modo traicionero mojando las sábanas en aquel paraíso nocturno.
Un delicioso olor a canela y flores tropicales emanaban de su cuerpo divino en la penumbra de la estancia. Los latidos de nuestros corazones se acompasaron y sincronizaron de tal manera que no necesitamos decir una sola palabra... lo sentíamos, lo vivíamos... Deseaba ser tan dulce con su cuerpo que aumentaba su excitación segundo tras segundo.
Con un leve gesto, me solicitó un receso que permitió que su cuerpo rotase encima de las sábanas y dejó su interminable espalda a mi merced, así como una jugosa invitación a continuar sorprendiéndola con mis delicados roces. Estaba tan caliente que dejó que mi pene acariciase su piel fina y perfumada varias veces.
Me alejé de su cuerpo lo justo para poder atacarla por detrás con suaves mordisquitos en sus nalgas, y de vez en cuando le regalaba una refrescante y calurosa caricia con mi lengua endemoniada a la que recibía y correspondía con jadeos sofocados por mi atención exclusiva. Plasmé las palmas de mis manos en sus nalgas como dos pinceladas maestras en un lienzo y profundicé con mi nariz y mi boca en la zona prohibida. Jadeó y su cuerpo aceptó mi desvergonzada proposición. Deposité una gota de saliva para esparcerla con lujuria desbordante por aquellos pliegues delicados y la flor se abrió lentamente para mi.
Continué acariciando el borde del agujero con mucho mimo hasta que ella misma me insistió a dar el siguiente paso.
Tras varias tandas de caricias superficiales en sus labios, mi miembro la penetró con delicadeza bajo un leve movimiento pendular regular hasta que la continuada lubricación por la excitación permitió la deseada penetración anal.
Me dejé llevar por su cuerpo y me agarré a sus caderas como unas garras hidráulicas. Follabamos en la habitación como si no hubiese un mañana. Sus monumentales pechos oscilaban en el lujurioso y perfumado aire sensual de la estancia al principio, hasta que terminaron rebotando descontroladamente contra su propio cuerpo a los pocos minutos.
Ella gemía y jadeaba con locura y ahogaba su éxtasis mordiendo con rabia la almohada mientras agarraba con sus manos los rebeldes pechos a los que estrujaba y retorcía a la par que aumentaba su excitación.

Notaba cómo su cuerpo me recubría por entero el miembro y lo requería para sí misma con tanta ternura y anhelo que comencé a sentir una fuerte presión en él junto con un cosquilleo y un deseo irrefrenable de poseerla con más fuerza. En pocos segundos la presión era incontrolable y culminó con un desesperado grito:

  - "¡Aaaaaauuuuurrggghhhh!.

Y un cálido agradecimiento salió de mi cuerpo para desembarcar en el placer en el que ella misma estaba sumergida.

  - "¡Aaaaahhhhmmmmm!.¡Qué rico, amor!.

Abandoné su cuerpo lentamente hasta que, una vez liberado, me recosté a su lado abrazándola con cariño y ternura. La besé y la acaricié bajo la sábana de algodón blanco hasta que caí en un profundo letargo.

Amaneció con un fuerte sol deslumbrándome la cara, y mi reacción fue la de buscarla con mi mano para aprisionarla contra mi cuerpo y oler su piel de nuevo... pero la cama era un océano desértico de arrugas de tela y sueño.
Abrí los ojos lo que me dejaba la claridad y mis oídos captaron el poco sonido que se oía en la habitación. Ella no estaba allí conmigo.

La cabaña era muy acogedora a pesar de estar dentro de un complejo de apartamentos sin lujos. Me levanté de la cama y salí al salón comedor. Una taza de café recién hecho humeaba encima de la encimera de la cocina. Detrás estaba ella, terminando de preparar el desayuno.

  - "Buenos días, amor. ¿Te he despertado?".
  - "Claro que no" - contesté con una sonrisa adormilada - "Simplemente me desperté".

Rodeó la meseta y se acercó a mi para abrazarme y besarme suavemente en los labios.

  - "Recupera fuerzas, cariñito... Anoche te dormiste en mis brazos".

Acabé mi desayuno entre miradas pervertidas y una invitación sugerente...
Aún no había terminado mi café cuando ella se dirigió a la puerta del pequeño baño y se volvió hacia mí desde el umbral de la puerta. Llevaba puesta una toalla y la dejó caer dejándola desnuda por completo.
Me quedé admirandola con la taza en la mano, deseando tenerla a mi lado. Oí abrirse el grifo de la ducha y correr el agua. Se asomó brevemente a la puerta.

  - "Cuando acabes el desayuno, ¿vienes a enjabonarme la espalda?. Me voy a dar una ducha".

Dejé inmediatamente la taza en la mesa y crucé el comedor para adentrarme en el baño. Me quité la poca ropa que por pudor me había vestido y entré en la ducha abrazándola por la espalda.
Puso sus manos sobre las mias y echó la cabeza atrás recostándose sobre mi pecho. Mojamos nuestros cuerpos bajo el chorro de agua templada y acaricié su cuerpo como si estuviese moldeando su figura en barro. Ella se dejaba hacer y yo estaba encantado de soñar despierto en su cuerpo.
Nos enjabonamos, ella se volvió hacia mi y me regaló un lavado de bajos que nunca en la vida hubiese imaginado. Enjabonó sus manos y con ellas empezó a acariciarme alrededor de mis genitales. Me besaba mientras lo hacía. La dulzura que manifestaba al hacerlo provocaba que poco a poco me fuese excitando. Agarró mi falo con sus dedos y comenzó a hacer movimientos de masturbación que me enloquecían cada vez más.
Cuando creí que iba a dejar de hacerlo, cogió la pera de la ducha, se arrodilló delante de mí y, con la misma dulzura con la que me había dado jabón, comenzó a enjuagarme. Con una mano dirigía el chorro de agua y con la otra me acariciaba, de tal forma que creí que iba a desmayarme allí mismo de tanto placer que recibían mis sentidos. Después de comprobar que no quedaban restos jabonosos en mi piel, cerró el agua, dejó la pera encajada en el grifo y fijó su mirada felina en mi cara.

  - "Voy a terminar de limpiarte, corazón...".

Aquella expresión me dejó más atontado aún y, haciendo gala de sus buenas artes, comenzó a besarme mi excitadísimo pene a lo largo. Desde mis huevos hasta la punta de mi rabo, aquella diosa del sexo hizo que me flaqueasen las fuerzas en varias ocasiones. La chupaba como si fuese la única cosa que hubiese en el mundo. De vez en cuando abría sus redondos ojos y me lanzaba una mirada que yo intuía que lo hacía para ver si aquello que me estaba haciendo lo disfrutaba... y vaya si lo estaba gozando... Aquella sesión de masaje erótico en la ducha me estaba dejando totalmente descolocado. Era como una de esas fiestas en las que pierdes el control de todo el alcohol que has ingerido y terminas haciendo "eses" por la calle de camino a casa.
Ella abandonó el miembro y se incorporó de nuevo. Tomó la pera en su mano y abrió de nuevo el grifo. Guió el chorro de agua hasta mis genitales y dando un breve masaje por toda mi entrepierna con la otra mano me besó de nuevo.

  - "Estás muy limpio, papito" - susurró con una sonrisa malévola y pícara.

La besé y la abracé unos segundos para dejarme caer a sus pechos. Los acaricié y besé también para continuar deslizandome hasta poner una rodilla en el suelo de la ducha. La cogí por un tobillo y la guié para que posase el pie sobre la otra rodilla, de modo que dejó su entrepierna al descubierto. Pasé mis manos por detrás de las caderas hasta posarlas en su redondito culo. Metí la cara entre sus muslos y agarré sus nalgas con mis dedos, provocando que se incomodase por tanta atención.
Pasé mi lengua varias veces por los labios a la vez que mis dedos masajeaban su trasero y ella se dejó caer hacia atrás hasta tocar la pared con la espalda, adelantando su vientre para permitirme un acceso pleno al magnífico placer que ambos estábamos disfrutando. Disfruté varios minutos de su entrega total a mi boca hasta que me pidió entre jadeos que la hiciese suya como había ocurrido en la noche anterior.
Me incorporé lentamente y tomé su pierna elevada en mi antebrazo, dejando su paraíso íntimo expuesto a mi brutal empalme. Poco a poco la penetré sin dificultad y, arrinconada contra la pared, la follé con suavidad y con ritmo tranquilo, dejando que la pasión marcase los pasos más bastos a lo largo del encuentro.
Nos besábamos entre lujuriosas y fugaces miradas. Me rodeó con sus piernas y pude penetrarla con toda la fuerza que mi impulsiva cadera era capaz de ejecutar. Ella se dejaba hacer víctima de la pasión que flotaba en el aire, como el vaho que vagaba y se posaba en las paredes del baño.
Poco a poco iba incrementando el ritmo de mis penetraciones y ella las acompasaba con gemidos sufridos de placer irrefrenable.
La presión que sentía en mi falo era tan fuerte que no pude aguantarme por más tiempo.

  - "¡Aaaaauuuuggghhhhh...!".
  - "Eres tan dulce mi amor...".

Después de vaciarme por completo en ella la posé de nuevo en el suelo de la ducha tan suave como me dejaron las fuerzas que aún me quedaban.

Después de aquello la invité a comer en un restaurante cercano aunque ella insistía en hacer la comida en la pequeña cocina de la que disponía el apartamento.
Me regaló su divina sonrisa durante todo el menú, así que nos perdimos por las tiendas locales comprando algo de comer para la cena y algunos trapitos para ella.

Nunca imaginé que una mujer pudiese ofrecerse al placer y al deseo como lo hizo ella.

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