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lunes, 24 de octubre de 2016

RE37 El experimento

Se despertó sobresaltada. Sudaba y respiraba agitadamente sentada en la cama, en la penumbra de la habitación. El sueño la había trastocado.

Aún sentía su cuerpo caliente. Notaba cómo el flujo resbalaba, generoso, lentamente entre los labios de su vagina hasta acabar en la bajera de la cama.
Sentía el fragante aroma de la varonil colonia. Atravesaba su nariz y se metía en el interior de su cabeza, como una aguja de cirugía, hasta llegar al punto más primitivo y sexual de su cerebro. En ese punto, volvía a agarrarse a las sábanas de la cama y volvía a sufrir la placentera descarga eléctrica de su apasionado orgasmo.
Era imposible salir de aquél laberinto de sensaciones, de aquellos espasmos contínuos que resultaban interminables.

Estaba agotada.
Deseaba salir de aquella espiral eterna de convulsiones, pero se dejaba hacer. No podía más que rendirse a aquél suplicio tan misterioso.

Poco a poco, de nuevo agotada, volvía a dormirse. Y allí yacía, desnuda, en aquel cuarto de 3 por 4 acolchado de un rojo terciopelo e iluminado por una luz ínfima que apenas dejaba vislumbrar el fondo de la habitación a través de los pesados párpados que ocultaban el verde luminoso de sus ojos.
Las sábanas negras de seda cubrían la cama que se extendía casi por todo el cuarto. Un par de puertas a los pies de la cama eran la única nota discordante.
La primera daba al baño. Era un cuarto bastante bien iluminado con un retrete, lavabo, bidé, un jacuzzi grande en una esquina y una ducha amplia con mamparas acristaladas. Era de un blanco cegador, aunque el revestimiento de la ducha era de piedra, con salientes en los que agarrarse para no caer. Aunque no era ese un problema ya que el suelo de la ducha era de piedra, calefactada por radiación en el suelo. Todo el baño era así. Se podía ir de una estancia a otra sin necesidad de calzarse.
La otra puerta daba a un pasillo que hacía las veces de vestidor, con armarios empotrados y sin puertas, donde se encontraba su ropa y su calzado. El suelo también era radiante, igual que el del baño. Tras el pasillo, otra puerta.

Nada recordaba de cómo había llegado allí. Nada, salvo el perfume de su colonia.

Había pasado bastante tiempo.
Le resultaba imposible determinar cuánto había pasado en aquella estancia. Escuchó pasos de zapatos. Lentos, pero seguros. Se acercaban y se alejaban casi contínuamente, pero eran tan lejanos como su memoria. Escuchaba tintineos en la lejanía, como si alguien estuviese tomando un té o un café a media tarde.
Un olor a comida recién hecha invadió su sentido del olfato. ¡Estaba muerta de hambre!.
Poco a poco iba desperezándose de aquel cansancio que la mantenía atada a aquella cama. Entreabrió los ojos y vio su silueta, o creyó reconocerla... Adivinaba que sería un hombre de unos cuarenta años, bien educado y bien vestido. Alargó la mano para tocarle, pero su mano se quedó suspendida en el aire un segundo para terminar cayendo pesadamente encima de la cama.
La sombra se acercó y cogió su mano. Tenía el pulso fírme. La levantó y se la llevó a los labios para besarla con suavidad. Luego volvió a dejarla sobre la cama.
Pasó una de sus manos por debajo de su cuerpo y otra por detrás de sus rodillas, y la incorporó, acomodándola con las almohadas. Se alejó unos metros y puso sobre sus piernas una bandeja con un vaso de zumo de naranja, un chocolate caliente y algunos croissants que desprendían un olor delicioso.

 - Deberías comer algo, Jeanne. Se te ve muy agotada. ¿Te apetece algo más?. 

Jeanne negó con la cabeza y cogió temblorosa el vaso de zumo. Él la ayudó a llevarselo a los labios y beber.
Apenas podía sostener el vaso con la mano.

 - ¿Prefieres que te alimente yo?. 

Jeanne afirmó con la cabeza mientras intentaba que sus ojos enfocasen aquella figura masculina. Poco a poco vislumbraba un hombre de camisa azul, mirada seria pero dulce, gafas de pasta negras... Lo conocía...

 - ¿Max?.  - balbuceaba-  ¿Qué ha pasado?. 

Max cogió un pedazo de croissant y lo mojó en el chocolate caliente. Luego se lo acercó a Jeanne a la boca, quien lo mastica lentamente mientras apenas podía mirar fijamente el rostro de Max sin pestañear con pesadez.

 - ¿En serio quieres continuar con esto?. Por favor dime que no, Jeanne. 

Tras las palabras de Max, Jeanne comenzó a recordar lo que había pasado.

Jeanne había estado investigando algunos compuestos en el laboratorio y las posibles respuestas a nivel neuronal. Pero este último, presumiblemente inocuo para los hombres, la estaba martirizando a nivel sexual.
Era un inyectable, una pequeña dosis, y la mantenía como drogada durante largo tiempo.

Max ya se lo había inyectado y no sufría ningún síntoma. Jeanne, sin embargo era todo deseo, todo lujuria, incansable al principio... E insaciable.

 - Max, ¿cuántos orgasmos llevo ya?. 
 - Mejor los cuentas tú cuando veas lo que ha grabado la cámara de vigilancia. 

Max se entorna y señala un punto luminoso blanco que está frente a ella, a unos dos metros de altura.

 - ¿Y cuánto tiempo llevo aquí?. 
 - Unas cincuenta y tres horas... sin descanso. ¡Has tenido orgasmos hasta dormida!. 

Jeanne continua masticando pedacitos de croissant mojados en chocolate que Max le va ayudando a meter en la boca.
El perfume varonil regresa inesperadamente a la nariz y nuevamente los espasmos y las contracciones de placer vuelven al cuerpo de Jeanne.

 - ¡Esa colonia!. ¡Max, tu colonia!. Aaahhhmmm... Aaahhhmmm... Aaaaahhhhhmmmmm... 

Otro orgasmo. Ella no pudo evitarlo y propinó una patada a la bandeja que elevó por los aires los croissants y todo lo que había encima de la bandeja. El suelo y parte de la cama estaban cubiertos de zumo y chocolate. Incluso la impoluta camisa de Max, que la miraba como si hubiese confesado un crimen, tenía un gran lamparón marrón oscuro que abarcaba el pecho en diagonal, desde su hombro izquierdo hasta su costado derecho.

 - Yo... Yo no... Yo no llevo colonia, Jeanne. 

Ambos se quedaron mirándose perplejos un buen rato.
Pasado este tiempo, Max comenzó a desabotonarse la camisa y se la quitó, dejando el torso al descubierto. Se agachó y comenzó a recoger todo lo que había tirado Jeanne de la bandeja.
Ella no dejaba de observarle. Quería ayudarle, pero sabía que si se movía de la cama, podía perder el equilibrio y caer al suelo.

 - Nunca te había visto así, Max. Se nota que sabes apañartelas solo. 

Max se incorporó y se ausentó de la habitación un momento. Salió en dirección al baño y, tras unos segundos, volvió a entrar en la habitación con una bayeta húmeda. Limpió las manchas de chocolate que había en el suelo y retiró la sábana de la cama, dejando a Jeanne totalmente descubierta, desnuda e indefensa ante la mirada de Max.
Volvió a dejar la habitación en dirección al baño y regresó al poco tiempo.

 - Creo que se ha terminado la hora del tentempié. 

Jeanne notó cierta ironía en la frase de Max, y sonrió levemente.
Max iba a abrir la puerta que da al vestidor cuando Jeanne lo frenó en seco.

 - Max. Después de tantas horas delante de una pantalla vigilándome, ¿no has tenido ganas de...?. 
 - Si te soy sincero, no he podido evitar sentir cierta emoción al ver cómo te venían los orgasmos... Pero después de unas horas, me acostumbré y ya no le doy tanta importancia. 

Jeanne observa a Max junto a la puerta, medio desnudo, y una loca idea se le cruza por la cabeza:

 - Max. Tu me has estado viendo desnuda todo estas horas... ¿Me concedes el privilegio de verte a tí de la misma manera?. 

Max se queda atónito por la petición de su compañera de laboratorio y titubea unos instantes.
Después de pensar un rato, Max se desabrocha el cinturón y el pantalón para dejarlos caer al suelo. Después de quitárselos, desliza el slip por las piernas descubriéndose y mostrando a Jeanne todos sus atributos.
Ella comienza a sentir la terrible incomodidad de otro orgasmo. La visión de su compañero la ha puesto otra vez en excitación y se agarra fuerte a la bajera.

 - Max, ven. Quédate conmigo. 

Max se acerca lentamente y se sienta en la cama junto a su excitada compañera. Jeanne suelta la bajera y acaricia el pecho de Max mientras convulsiona nuevamente. La excitación la está volviendo loca. El perfume varonil regresa de nuevo a la nariz y Max ha reaccionado a sus caricias. La visión es aún más alocada...

 - ¿Quieres follarme? 

Max no se hace de rogar dos veces. La desea y acaricia los muslos de Jeanne con ternura. Ella abre sus piernas y exhibe toda su flor deseando que él la reciba como un salvaje, pero no es así...
Max se desliza entre sus piernas besandola un pie, el tobillo, subiendo hasta la rodilla y continua por el interior del muslo mientras que Jeanne se torna obsesión por enésima vez. Los labios de Max marcan el camino del deseo y una nueva oleada de sensaciones llegan a su cerebro.
Jadeos cada vez más fuertes inundan la habitación.
Él llega a los labios de Jeanne y los besa suavemente. Besa toda la zona y acaricia el interior de los muslos con roces sublimes. Jeanne poco a poco va sintiendo cómo el fuego de su interior va cubriendo toda la piel hasta llegar a besar a Max cuando sus labios se posan de nuevo en ella. Quiere morirse de placer, pero esta vez no está sola. Algo caliente y húmedo la acaricia repetidamente en los labios exteriores. Algo que ella reconoce inmediatamente y que hace que su vulva florezca y se abra como una granada madura. La lengua de Max recorre el interior de su raja, provocando que ella arquée la espalda y grite de placer. Mete la punta de la lengua entre los labios y saborea el dulce licor que emana de las entrañas de Jeanne.
Repite el gesto varias veces hasta que ella suplica la penetración total de su pene en el interior de la dolorida, pero solícita vagina.
Max, que está muy excitado, continua besando a Jeanne por el vientre, el ombligo y llega a los senos. Un pequeño roce de su enérgico miembro roza el interior de una de las piernas de Jeanne que, como un reflejo, abrió aún más las piernas para que el hercúleo pene de Max entrase por el sobrelubricado hueco vaginal. Él manoseaba y besaba los excitados pezones mientras Jeanne movía su pelvis intentando provocar la deseada penetración, hasta que Max decidió besarla y su miembro se introdujo en el cuerpo de Jeanne, haciendo que ésta recibiese una nueva oleada de sensaciones. El olor del perfume de Max era tan penetrante como su polla. Aquél olor estaba cubriéndola de nuevo por todo su cuerpo. No podía discernir si, era verdad que Max no llevaba ninguna colonia o si la había engañado y tenía algo de su propia invención...
Era tan sublime, tan atractivo, tan puro, que se dejó llevar por el momento y los sentidos. Dejó que aquel momento se eternizase entre sus brazos y disfrutarlo como nunca había disfrutado de un orgasmo en su vida.
El ritmo de las penetraciones de Max iban en aumento. Jeanne deseaba cabalgar aquel potro indomable, subirse a horcajadas encima de él y follárselo hasta que muriese de placer en lo más profundo de su ser. Como pudo, volteó a Max en la cama y se apoyó sobre su pecho, balanceándose rítmicamente hacia adelante y hacia atrás. Al hacerlo, sus pechos aún excitados, se movían como dos péndulos, chocando entre sí y bailando al compás lujurioso del encuentro. Max se excitaba mucho más con aquella deliciosa visión. Creía por momentos que iba a estallar dentro de su compañera, pero la maravillosa sensación de tenerla encima suya, con los ojos cerrados, deleitándose con cada uno de los movimientos de vaivén, la hacían mucho más hermosa de lo que él pudiese haber llegado a imaginar.
Jeanne se mordía los labios, gemía, jadeaba y se dejaba caer con más fuerza en la cadera de Max. El sonido de dos cuerpos húmedos golpeándose entre sí inundaba por completo la enrojecida estancia. Max se dejaba hacer y Jeanne se regía por los impulsos de sus hormonas, totalmente desbordadas.
El calor se adueñaba una vez más del cuerpo de Jeanne. Una sensación de lujuria y deseo desbordaba por cada poro de su piel. Necesitaba sentir de nuevo aquella sensación que había transformado su vida durante las últimas cincuenta y cuatro horas... Necesitaba sentir aquél último espasmo con el último destello de fuerza que brotase de su cuerpo. Un último grito de pasión desbordante antes de terminar rendida encima de la cama.
El calor del interior de su cuerpo se hacía insoportable. Notaba cómo un tipo familiar de cosquilleo le subía por las piernas hasta la cadera. De ahí pasaba al centro de su vientre y la enloquecía de tal manera que no podía evitar gritar como una sádica que la follasen más fuerte, con más ganas, que la empotrasen contra aquellas paredes, contra cada esquina, que la reventasen literalmente mientras aquella sensación divina se apoderaba de todo su cuerpo y que explotaba dentro de ella, llenando cada punto de su maltrecho cuerpo al que dejaba caer de nuevo en aquellas sábanas negras, dolorida en su interior y agotada por otro intenso orgasmo.

Max la volteó de nuevo y abandonó su cuerpo sin evitar masturbarse delante de ella, envalentonado por toda la excitación que se había apoderado de él y eyaculando en la cara de Jeanne que, aunque agotada, se relamía mientras esbozaba media sonrisa, fruto de la satisfacción de haber conseguido que su compañero la hubiese regalado aquellos minutos tan fantásticos en medio de un experimento tan extraño como fascinante.
Jeanne continuaba relamiéndose los dedos a la vez que sonreía con los ojos cerrados, muerta de sueño, mientras que Max entraba en el baño a lavarse para luego vestirse y continuar con el experimento. Cuando se disponía a entrar en el pasillo del vestidor, se volvió para mirar a Jeanne. Se acercó a la cama y se inclinó sobre ella, besó su sien y salió de la habitación.

 - ¿Qué ha pasado? 

Jeanne se desperezaba aún con el sabor del semen de Max y con su perfume en la nariz.
Ya no tenía esas ganas que tanto la habían atormentado durante interminables horas... El efecto había terminado... después de 60 excitantes horas.

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