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domingo, 5 de marzo de 2017

RE38 Querida nueva amiga...

No recuerdo exactamente cómo empezó todo, pero de lo poco que vislumbro tras la resaca es que este fin de semana nos hemos convertido en buenos amigos. Amigos con derecho. Así, porque surgió y nos gustó.

Recuerdo que estaba tomando algo y al girarme en la barra, mi bebida, no me preguntes cómo, quiso empapar tu escotazo.
Seguidamente me disculpé y te conseguí una toalla para secar tu blusa. Te juro que no lo hice intencionadamente. Te juro que ni te había visto. Te juro que no me arrepiento de haber encontrado a alguien tan maravillosa como tú.

Me resultaba patético verme a mí mismo mirando de esa forma tu pecho empapado. Mientras mi cabeza intentaba reaccionar para encontrar una solución, por debajo de mi cintura estaba sucediendo algo que no esperaba que ocurriese.
Recuerdo que te propuse lavarte la blusa y devolvertela limpia esa misma noche. A pesar de no conocernos de nada, aceptaste venir a mi casa y esperar por tu blusa.

Cómo llegamos, no lo sé. Sólo sé que estabas en mi casa, puse la lavadora con tu blusa y volví a quedar paralizado con la escena que encontré delante de mí: tu belleza irradiando una luz intensa y tu torso únicamente oculto con tu sujetador y tus manos.
Corrí a mi habitación y cogí una manta para ponertela por encima de los hombros. Al rodearte con ella, sin querer te abracé y me dí cuenta de que realmente deseabas estar a solas conmigo. Poco después estábamos tumbados en el suelo, hablando de verdaderas tonterías que hacían que tu sonrisa se propagase por todo el salón.

Inconscientemente puse mi cara en tu barriga y te abracé por la cintura. Me quedé atontado sintiendo tu piel contra mi cara y al poco, tus dedos se enredaban en mi pelo, jugando plácidamente, como si ocurriese todos los dias.
Continuamos charlando y riendo. Sin poder evitarlo, besé tu ombligo y un pequeño suspiro de tu boca me alertó. Repetí el beso y tus piernas se flexionaron un poco a la vez que otro suspiro ensordecía mis oídos.
Llevé mi mano a tu vientre y comencé a acariciarte lentamente. Tu respiración se volvió irregular y algo forzada. Tus rodillas se flexionaron más y decidí llevar mi mano más allá de los confines del mundo... No hubo vuelta atrás. Poco a poco, mis besos y mis caricias se transformaron de inocentes a provocadoras. Mis dedos querían traspasar la frontera de tus pantalones y se metían por debajo de la cintura. Convertiste tus suspiros en susurros, y me propusiste la idea de que tus pantalones también estaban mojados. Desabotoné tu pantalón y bajé la cremallera con delicadeza. Volví a acariciar tu vientre y mis dedos se paseaban por debajo de tus bragas. Beso a beso fuí reclamando mi territorio y descubrí tu húmeda respuesta en la yema de mis dedos.
Cerré los ojos y me concentré en cada pliegue de tu sexo, en cada caricia, en cada gemido que expelían tus labios. Tocaba cada rincón como un músico toca su instrumento, sacando del frio material una melodía divina y cálida. Tu cuerpo se acomodaba más en el suelo y tus dedos atenazaban mi pelo con pasión. Poco a poco transportaba mis besos junto a mi mano, llegando a combinar besos y caricias sobre tu sexo.
De poco me sirvió ser delicado contigo cuando izaste la pierna por encima de mi cabeza y la pasaste, dejandome un acceso total a tu intimidad. Abrí la boca y saqué mi lengua para lamerte de abajo a arriba. Saboreé tu flujo como un experto catador, rebuscando cada pequeña gotita escondida entre tus pliegues mientras tu boca continuaba emitiendo la música celestial que nos envolvía.
Elevé tus nalgas e introduje mi lengua dentro de tí, sacándote un largo y sonoro gemido. Acariciaba tu clítoris a la vez que succionaba más flujo dentro de mi boca. Aquella parsimonia enloquecía tus sentidos por momentos, denotando tu impaciencia por ser penetrada.
Poco a poco abandoné tu sexo tan mojado como excitado y me deslicé hasta encontrarme con tus pechos. Aquellos grandes pechos que avergonzada me ocultaste al principio, ahora se yerguen imponentes ante mí, acariciados por tus manos y pellizcados con verdadera lujuria para mi satisfacción. Besé tu suave piel y amamanté la lascivia de tus senos hasta que mi cuerpo no pudo contener más el secreto de mi estado.
Lentamente fuí rozando tu piel con mi piel hasta que me escurrí dentro de tu cuerpo dejándome llevar por el desenfreno de nuestra apasionada aventura. Te regalaba un beso en tus pechos con cada embestida de mi cadera. Los masajeaba con mis dedos y mi boca como queriendo dar forma a mi lujurioso propósito que no llegaría aún, aunque tu cuerpo ya convulsionaba entre descargas y calores.
Anoté tu primer orgasmo poco antes de que mi boca abandonase tu sexo y ya estabas regalandome el segundo en este trance. Poco te resististe a mi sensual caballerosidad y fuiste presa de un aluvión de sensaciones que asalvajaron tu consciencia, dejándome en un segundo plano enroscado en tu cuerpo.
Seguí embistiéndote durante varios minutos más con tu cuerpo a cuatro en el que tus pechos descansaban encima de las sábanas y tus nalgas rebotaban contra mi cuerpo. El duo fué exquisito. Nuestros cuerpos se sincronizaron al igual que nuestros deseos y la sinfonía concluyó con un inesperado grito de pasión a dos voces, llenándote de infinitas notas de amor en el silencio de la noche.