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lunes, 24 de octubre de 2016

RE36 Embarazadamente apasionada

Dicen que el sexo durante la gestación no es bueno, pero sé que no es así. Todo lo contrario, beneficia. Y si no, que se lo digan a mi mujer, que se excitó muchísimo durante una fiesta de verano y me las tuve que arreglar para "sofocarle los calores".

La verdad es que no sé cómo empezó todo, pues yo estaba con mis cuñados y amigos tomando unas cervezas y ellas se habían adueñado de una mesa en la terraza del bar. Nos miraban a través de los ventanales y se descojonaban de nosotros como si fuésemos los payasos del circo. Yo la miraba y se reía mientras se tocaba la barriga, como si me indicase que yo era el motivo de todas las burlas.

Dos rondas después salíamos del bar y una vez que nos quedamos a solas, la curiosidad me corroía con demasiada fuerza.

  - "¿De qué os reíais tanto en la terraza?".
  - "De vosotros... ¡Es que sois tan idiotas!".
  - "¿Idiotas?, ¿por qué?" - mi curiosidad por sonsacarle la razón de sus risas iba en aumento.
  - "Porque pensais que ya no hay vida después de la paternidad".

Su respuesta me dejó perplejo y pensativo hasta pasada la cena. Sus hermanas pasaron por casa para que saliésemos de fiesta esa noche. Aproveché un momento en el que íbamos separados para coger a una de mis cuñadas del brazo y retrasarnos unos metros del grupo.

  - "¿De qué cojones estábais hablando en el bar? - solté con tono enfadado.

Mi cuñada, viendo la preocupación en mi cara, no tuvo más remedio que decírmelo...

  - "No te preocupes. Sólo teníamos curiosidad sobre cómo la dejaste preñada... Ya sabes cómo cuenta las cosas mi hermana".

Entonces recordé que las risas no eran tan disparatadas. Aquella noche había sido muy payaso.
Llegamos a la fiesta y nos reagrupamos como es habitual, las chicas iban delante y nosotros detrás, comportándonos como yogurines saliendo de la discoteca. La música invitaba a bailar y mi preocupación por lo del bar ya había desaparecido. Nos adentramos en la zona de romería y pasamos unas horas entre bailes, cacharros y risas. Cuando ella me dijo que se encontraba cansada, decidimos volver a casa y dejar a los demás que continuasen la fiesta.

Estábamos en la habitación y ella se dirigió al armario a buscarse un camisón limpio. De pronto se echa a reír y me enseña el picardías de nuestra noche de bodas... ¡Menuda noche!. Se va corriendo al baño y al rato regresa con la prenda puesta y una sonrisa pícara...

  - "¿A que me queda bien, peluchín?".

Es imposible fijarse en otro punto de su cuerpo a primera vista. La barriga sobresale y su figura es de lo más sensual. El picardías ya no le cubre los muslos y deja ver toda su entrepierna desnuda, sin braguitas, y me doy cuenta de verdad de lo mucho que le han crecido ya los pechos... Está mucho más guapa y sensual ahora.

  - "Estás preciosa, cariño".
  - "Mientes muy bien, peluchín".
  - "Te lo digo en serio. Tienes algo...".
  - "Es por el picardías, seguro. Te has quedado mudo por un momento".

Tiene razón. El picardías la hace muy sexy a la vista y que se la pueda ver el Monte de Venus invitándome a acariciarlo sin que ella se de cuenta, hace que en mi pijama empiece a notarse un excitado pene en cuya punta ya hay una buena humedad sobresaliendo.
Ella se da cuenta de la situación que está provocando y eleva aún más la tensión acercándose y sentándose sobre mis piernas, de espaldas a mí, a la vez que me coge las manos y me las posa en la barriga mientras con su culo juega a retozarse en mi abultado y excitado miembro.

  - "Cuando estaba en la terraza me puse muy cachonda recordando cómo me lo hacías... ¿Me ayudas a refrescar la memoria?".

Nos levantamos y la besé apasionadamente para seguidamente ayudarla a recostarse en la cama. No hizo falta nada más... aparté sus piernas y besé sus labios con toda la ternura y la lascivia que me fluía por el cuerpo. Saqué mi lengua y humedecí sus labios de tal forma que pronto estaba metiendo la punta en el interior. Se excitó tanto con mi juego que se bajó los tirantes del picardías, descubrió sus pechos hinchados y me rogó continuar dándola todo el placer que me fuese posible procurarla.
Los chupaba y acariciaba con suavidad, en el límite de las cosquillas. Ella gemía con fuerza. Estaba mucho más excitada que de costumbre. El simple roce de mi pijama en sus muslos la estaba poniendo a mil.
Metió su mano por debajo de mi pijama y comenzó a acariciarme el pene a modo de masturbación. Me deseaba y yo notaba sus ansias por sentirme de nuevo en ella.
Permití que me masturbase así durante un buen rato mientras yo continuaba perdido en esos pechos jugosos y suaves que están preparandose para alimentar y después volví a su boca para besarnos.
Cuando sentí que su excitación disminuía levemente, me separé de ella y regresé al calor de sus labios inferiores donde aún se podía sentir la humedad de sus deseos. Mientras mi lengua rebuscaba entre los pliegues de su clítoris, mojé el dedo corazón de mi mano derecha e hice que acariciase con suavidad el exterior de los labios hasta la parte baja de la vagina, donde ella convulsionaba de placer. Llegaba a abrirse el agujero tanto que permitía la penetración digital sin apenas rozarla. Deslicé mi dedo hacia el interior hasta la primera articulación. Mientras continuaba lamiendo y chupeteando el clítoris empecé a mover el dedo por detrás de la entrada de la vagina, hurgando todo el contorno. Como si buscase un tornillo pequeño en un hueco de un juguete.
La lubricación aumentaba y me aventuré a meter otro tramo de falange mientras continuaba hurgando el interior de la cueva. Bajaba con mi lengua hasta los labios y con mi dedo llegaba a acariciar el otro extremo del clítoris haciendo que ella jadease de forma incontrolada. Agarraba las sábanas con las manos tan fuerte que podría rasgarlas en cualquier momento.
Dibujaba dentro de ella una llamada al placer. "Ven, ven" gesticulaba con lentitud en su interior. "Ven, ven" traducía mi lengua en caricias a su clítoris. "Me voy, me voy" respondía su cuerpo entre gemidos y pequeñas convulsiones encima de la cama.

Aprisionó mi mano y mi cara entre sus piernas en un último gemido de placer. Había tenido un orgasmo tan placentero que se olvidó por completo de que yo estaba allí, metido entre sus piernas, procurándola el placer que ella necesitaba.
Dejó su cuerpo rendido al placer encima de la cama, al que cubrí con las sábanas y dejé descansar plácidamente.

Me había dejado con ganas de follarla, pero estaba más susceptible al placer que de forma habitual y había logrado hacer que tuviese uno de los orgasmos de su vida tan solo con besos y caricias.

Cuando despertó de aquél letargo, se encontró con un pequeño refrigerio en la mesita. Pensé que estaría hambrienta, pues no habíamos cenado.
Yo me había quedado dormido en el sofá viendo una película en la televisión, para no molestarla en su sueño.
La película era de acción y yo había pasado a esa fase del sueño en la que tu mente te transforma en un héroe y proyecta en primera persona la misma película de acción que hace unos minutos estaba introduciéndose por mis ojos.

Es inevitable no meterse en la piel del protagonista en todas sus escenas y viene a tu calenturienta y pervertida mente las escenas de cama con la actriz-modelo de turno. Unas escenas en las que te juegas el todo por el todo sin que tu pareja se sienta engañada.
Ella empieza a desnudarte y a acariciarte como ninguna de tus parejas anteriores lo había hecho y respondes con un empalme del quince del que crees que te va a reventar todo, desde el pantalón hasta el propio miembro.
Poco a poco comienzo a sentir cómo su boca me envuelve por completo y me hace una mamada de película. Lo estoy disfrutando tanto que ya no distingo la fantasía de la realidad. Lo cierto, es que empiezo a notar que en cualquier momento me voy a correr y me despierto con la cabeza de mi mujer entre mis piernas, moviéndola frenéticamente arriba y abajo mientras intento aguantar la presión que me sube por el escroto... Pero es demasiado tarde y reviento literalmente en su boca.
Noto cómo voy eyaculando largos chorros de semen a la vez que jadeo desesperado.
Ella me mira sonriente y rechupetea mi miembro para terminar metiéndose una gotita de la comisura de los labios dentro de la boca, lascivamente, con esa mirada entre juguetona y satisfecha por haber conseguido lo inesperado.

Se apoya en mis piernas para levantarse y se aleja a la habitación mientras se abraza a su tripita. Yo me levanto y me recoloco el pijama. Aún noto cómo me bombea bajo el pantalón.

Esta película ha dejado buena crítica, pero nadie mejor que ella para transformar esas escenas eróticas en verdaderas obras maestras del placer inesperado.

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