Ella se levantó como la última vez. Desactivó la alarma del móvil, se aseó y se puso el uniforme.
Dejó la túnica en el armario de mi camarote y se despidió con un beso.
- "Te espera un gran día" - me advirtió.
Ya me había tenido en vela toda la noche, así que ahora había conseguido meter más la puntilla.
Me levanté y, después de asearme y vestirme, salí en dirección al buffet.
Caminaba cabizbajo pensando en lo que acontecería en Sparta.
En uno de los accesos tropecé con un animador del crucero.
- "¿Falta mucho para llegar a Sparta?".
- " Llegaremos en breves. Ya se divisa el puerto de Gitión".
La necesidad de saber qué me esperaba no tardó en surgir...
- "¿Qué actividades hay previstas allí?.
- " Las típicas visitas al Museo Arqueológico en el centro de la ciudad y a las ruinas de la Sparta antígua, que están al norte. Habrá actividades hasta la noche".
- "¿Qué tipos de actividades?" - me mataba la curiosidad.
- "Eso no se lo puedo decir, señor. No tengo información sobre las actividades que programan en tierra".
Sin duda, Ilse conocía las actividades... Y él también. Se alejó sonriendo y miró hacia atrás en un par de ocasiones para fijarse bien en mí... o para mofarse.
Llegué al buffet y continué preguntando a los camareros que me sirvieron el desayuno. Todos sonreían pero ninguno quería contarme nada. Sólo se limitaban a mirarme y sonreír.
- "¡Qué!, ¿preparado para la visita a la ciudad-estado miliciana por excelencia?" - fue la forma de darme los buenos días el gracioso del grupo, adelantándose a los demás, que llegaban a la mesa con sus bandejas.
- "Acojonado estoy" - dije con desánimo.
- "¡No te preocupes, hombre, que no te van a tirar al pozo donde tiraron al emisario persa!" - bromeaba el historiador.
- "¿Vosotros sabéis qué actividades tienen previstas?".
- " Se rumorea que la nueva oficina de turismo de Sparta tiene prevista una atracción típicamente espartana. ¡Todo un bombazo!".
Ahora ya sabía lo que me esperaba... Iba a ser el payaso del crucero.
Desembarcamos y nos subieron en autobuses fletados especialmente para el crucero. Nos dirigíamos primeramente al Museo Arqueológico, a la fábrica de aceite de oliva y después a las ruinas de la antigua ciudad de Sparta.
Intenté empaparme de todo lo relacionado con la cultura y la forma de vida espartana. Quería estar bien documentado para no fallar, sin embargo no iban por ahí los tiros...
Mucho antes de que Sparta fuese una ciudad-estado, nació y vivió allí un personaje muy famoso: Heracles. Más conocido por su nombre latino: Hércules.
Así es como tuve que ingeniármelas para hacer doce trabajos propuestos por la oficina de turismo.
Matar, no tuve que matar a nadie, pero robar... una gallina a una anciana de las afueras, sí. Lógicamente ella ya sabía que le iban a intentar usurpar una de sus queridas aves. Me gané unos buenos palos y regañinas de la señora aunque más tarde, al devolverle la gallina viva, me obsequió con una botella de licor local además de los besos de abuela y las disculpas por los bastonazos recibidos.
De los otros once trabajos... mejor no hablar.
Solo pensaba en darlos por terminados y regresar al buque para descansar.
Al final salí victorioso y me nombraron héroe local por ese día. Más tarde, presidiría, en la cena que se celebró en un restaurante de la ciudad, la mesa junto con el capitán, el director del museo, algunos representantes locales y varios oficiales más del crucero.
Agotado tras la velada, llegué a mi camarote dispuesto a dormir a pierna suelta cuando una voz a mi espalda me frenó:
- "Aún no han acabado tus pruebas, héroe" - me susurró Ilse en la nuca mientras deslizaba sus manos por mi entrepierna y se restregaba por mi espalda como una gata ronroneando.
- "¿Tengo forma de evadirme?" - pregunté.
- "Esta noche no, baby... Esta noche, no".
La puerta se abrió y entramos en el camarote besándonos. Ilse se desnudaba con velocidad y me quitaba la ropa desesperadamente. ¡No podía controlarla!.
Quise frenarla pero ya me tenía tumbado en la cama, con los pantalones en los tobillos y ella encima desaciéndose el moño y volviendo al ataque; ésta vez besándome el cuello y metiendo las manos entre nuestros cuerpos para llegar a mis genitales y acariciármelos.
Poco tardó en desnudarme de lo que aún me vestía y se dispuso a follarme como una loca.
- "¿Sabes que dicen que a las espartanas enseñaban a amar fieramente a sus maridos?. ¡Yo te enseño que soy buena espartana!".
¿Había oído bien?. ¿Había dicho "maridos"?. Esperaba que no fuese más que una puntualización. La deseaba, sí, pero así de sopetón, casado con ella... Me acojonó soberanamente. Por un momento me ví entre tios de dos metros super corpulentos, vestidos con pieles y cascos con cuernos.
Me la cogió y se la metió entre las piernas de forma que a los pocos segundos y sin poder evitarlo ya estaba cabalgándome en la cama.
No podía parar aquel desenfreno femenino. Me incorporé y la abracé al mismo tiempo que la sobaba los pechos y la besaba el cuello. Follábamos como si fuese la primera vez.
Ilse estaba excitada y nuestra unión estaba muy bien lubricada. No me importaba las veces que estuviésemos follando, con ella lo hacía a gusto. Ella me acariciaba el pelo y me susurraba:
- "¡Knulle meg!. ¡Knulle meg!".
No sabía exactamente qué quería decirme, pero yo continuaba con mis deberes.
Metí mi pulgar en la zona clitoriana y lo estimulé de forma que en pocos minutos Ilse ya había tenido su orgasmo.
Cayó a mi costado entusiasmada, acariciándome el pecho y satisfecha... O eso creía...
- "Te dije que esta noche ibas a demostrar lo hombre que eres. ¿Vas a dejar que mi cuerpo necesite más?".
- " ... No...".
Quería decirle a Ilse que no podía más, pero sólo pude contestar de la peor manera que mi voz me permitió... Y después de unos minutos en los que ella se ausentó brevemente, volvió a la carga, haciendo que tuviese que arreglármelas para conseguir que se corriese de nuevo.
Se subió a la cama de forma que me daba la espalda y, sentando su húmedo coño en mi cara, permitió que la lamiese en chochito de manera sencilla y sin esforzarme mucho.
Una vez que comenzó a sentir de nuevo cómo su cuerpo se calentaba, se inclinó hacia mis piernas, reposando aún más la cadera en mi cara, con lo que me dejaba un buen acceso a sus orificios.
Metí un dedo en su chochito y con el otro, también húmedo, acariciaba alrededor de su ano a fín de que lo relajase y permitiese que el dedo entrase con suavidad.
Continuaba lamiéndola y penetrándola con el dedo. Mientras, ella se había recostado sobre mí y me acariciaba la polla, besándola y dándola pequeñas chupaditas. Aquello consiguió que volviese a empalmarme como un adolescente. Toda mi sangre se desvió a dar placer a su boca a la vez que la mía, junto con mis dedos, hacían lo propio por el otro extremo.
Su culo se había relajado de forma que ya pude penetrarla con otro dedo. Lo metí despacio, hurgando sutilmente, con lo que su respuesta se hizo evidente; abrió más su boca y engullía con más energía mi polla, que comenzaba a dolerme.
Deseaba que disfrutase de la doble penetración al mismo tiempo que se deleitaba chupándomela. Notaba cómo iba subiendo más y más la intensidad de sus chupadas y cómo acompañaba los movimientos de mis dedos con su cadera.
Era evidente que ya pronto sucumbiría a un nuevo orgasmo.
Cuando lo hizo, gemía de forma exagerada. Su entrepierna estaba llena de flujo y saliva. Abrí la boca amoldándola a su chochito y esperé a que toda su dulzura fluyese a través de mi lengua.
Después de esto, y de que terminase de lamerme la polla, se acomodó de nuevo a mi lado y apoyó su cabeza en mi pecho hasta que se quedó dormida... Y yo, agotado y dolorido, me sumergí en un profundísimo sueño reparador.
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