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domingo, 8 de noviembre de 2015

RE27 El Crucero (Creta)

Me desperté triste por no haber podido pasar la noche con Ilse. No tenía muchas ganas de desembarcar, pero quedarme no me haría ningún bien. Además, ya había hecho planes con los del grupo, así que me levanté, me vestí y me dispuse a desayunar en el buffet para después pasear por el puerto de Heraklión.
Una vez en el puerto, poco a poco nos fuimos juntando todos. Decidimos visitar las ruinas de Cnosos, que están a  las afueras de la capital.
Nuestro "historiador particular" iba relatando cómo el rey Minos había ordenado construir el palacio y que Pasífae, su esposa, había tenido un delirio zoofílico, del que engendraría al Minotauro.
El laberinto de Dédalo debería estar debajo del palacio, pero debió quedar todo en la mitología, porque el único laberinto que encontramos fueron las calles de Heraklión cuando primero, buscábamos un restaurante para comer y después, cuando regresábamos al barco.
Me preguntaba si Ilse ya no estaría tan ocupada y esperaría a mi regreso para reencontrarse conmigo.
Anochecía y el sol pintó el blanco del casco de un maravilloso rojo luminoso. Las luces del buque se confundían con las de la ciudad.
Después de cenar volví a mi camarote y allí me esperaba ella, con una túnica blanca y el pelo suelto. Tenía las manos atadas con un pañuelo que ella misma se había anudado y esperaba tumbada en la cama. Cuando me acerqué más a ella, se explicó:
  - "Soy una doncella ofrecida al Minotauro".
  - " ¿Y qué puedo hacer por tí?" - la pregunté ingénuamente.
  - "¡Libérame!".
Me senté en la cama y la cogí de las manos. Iba a soltar su pañuelo cuando me dí cuenta...
  - "¿Y si eres parte de una trampa y soy yo el sacrificado?. No te soltaré hasta que averigüe la verdad".
Ella sonrió y se encogió de hombros a la vez que tornaba los ojos como queriéndo decir que había descubierto su plan.
Aproveché que estaba atada de manos para urdir un plan maquiavélico. Subí la túnica, destapando los muslos de la doncella y comencé a besarla desde las rodillas hacia arriba por el interior de los muslos. Ilse se dejaba hacer y gemía silenciosamente con cada beso que la regalaba. Subió los brazos atados por encima de su cabeza y se acomodó para ser liberada...
Cuando destapé la cadera, observé que no llevaba nada más que la túnica. Eso me calentó y besé su púbis.
  - "¡Sálvame del Minotauro!" - gritaba a la vez que abría aún más las piernas.
Metí mi cara entre sus muslos y deslicé mi lengua cargada de humedad a lo largo de sus labios.
Arqueó la espalda y sentí cómo le temblaban las piernas.
Volví a la carga con otra pasada y cuando aún no la había terminado, me cogió la cabeza y me rogó que continuase.
Lamí los labios primero por un lado, luego por el otro, después por dentro, llegando a tocarla el clítoris en varias ocasiones. Manaba de ella un líquido dulce que llenaba mi boca de sensaciones maravillosas. Decidí meterle dos dedos y acariciarla por dentro a la vez que continuaba lamiendo su chochito. Cada vez la notaba más excitada y temblaba más.
Notaba cómo el calor de su cuerpo subía y el ritmo de su respiración aumentaba. Después de unos minutos de masaje vaginal, Ilse se subió más la túnica, descubriendo su preciosos pechos.
Fué entonces cuando saqué los dedos de su vagina, me deslicé hacia los pechos besándola todo el camino y jugueteé con mi lengua en sus pezones.
Ella bajó los brazos y me rodeó el cuello con ellos aún prisioneros de su propia atadura.
Mientras, yo me había empalmado como un caballo y mi polla goteaba encima de ella como una gotera en un dia de lluvia.
Chupaba los pezones y rozaba sus muslos. Ella gemía y suspiraba. Notaba su piel más caliente y temblorosa. Deseaba morir en aquel instante... pero yo no lo permitiría aún.
Cogí sus manos y volví a llevarlas por encima de su cabeza. Subí mis rodillas a la altura de su pecho y posé mi miembro entre sus tetonas. Me moví sutilmente y su mirada se hizo más perversa hacia mí.
Me adelanté pegando mi pecho a la pared del camarote y le puse mi polla encima de su cara. Abrió la boca y comenzó a meterse los huevos y a chupármelos. Sentía un placer como nunca había sentido en mi vida.
Se los sacó de la boca y me lamió el pene hasta la punta, guardando un pequeño mordisquito para el final. Volvió a repetir el ejercicio, pero en vez de morderme, se la metió en la boca y comenzó a chupármela con suavidad.
Yo gozaba recibiendo aquellas caricias de su boca y veía cómo su cuerpo volvía a relajarse. Eso era mala señal... No para ella, sino para mí, pues no podía permitir que dejase de sentir excitación. Así que forzadamente se la saqué de la boca y volví a chuparle los pezones, pero ésta vez procuré que las caricias no fuesen en sus muslos, sino en el chochito, rozándolo furtivamente consiguiendo que su excitación volviese a subirle la temperatura corporal casi de inmediato.
Abrió más sus piernas y entonces sentí cómo poco a poco me iba metiendo dentro de ella... La notaba tan caliente...
Me movía lentamente para que sintiese cómo me deslizaba dentro de ella. Nos besamos y permití que me abrazase con los brazos atados aún.
Ambos disfrutábamos aquel momento.
Me senté sobre mis piernas y la atraje hacia mí tirando de sus muslos y su culo. La volví a penetrar en esa posición, haciendo que mi glande acariciase la zona rugosa donde enraíza el clítoris.
Ilse estaba ardiente y sólo deseaba que continuase penetrándola sin descanso.
Llevaba sus manos buscándome, así que decidí liberarla de la atadura. Sin dejar de retorcerse por el placer, se agarró de las sábanas y levantó la espalda. Ocasión que aproveché para cogerla por la cadera y penetrarla con más pasión.
Gemía con mucha intensidad y se abrazó a mí. Subí el ritmo de las penetraciones y pronto obtuve la respuesta que necesitaba.
Ilse se corrió arañándome la espalda.
Dejé que se tranquilizase y la posé sobre la cama con suavidad.
Abandoné el cuerpo de Ilse encima de la cama, con la cara iluminada por una sonrisa de satisfacción, y la tapé con las sábanas. Se giró y se acomodó a un lado de la cama esperando a que yo hiciese lo mismo.
Entré en el baño y me miré en el espejo. Tenía la misma cara que puse cuando lo hice por primera vez.
Esperé unos minutos y volví a la cama junto a ella. Me abrazó y nos dormimos.
Ilse comenzó a reírse de repente.
  - "¿De qué te ries?" - pregunté extrañado.
  - "Me lo he pasado muy bien, pero ahora tendrás que demostrar que eres hombre...".
  - " ¿Que soy hombre?. ¿A qué te refieres?".
Parecía que estaba jugando a un juego macabro... Reía y me miraba con más lascivia si fuera.
  - "Descansa... Mañana tendrás que demostrarme que eres hombre en Sparta...".
  - " ¿Sparta?. ¿Vamos a Sparta?".
Cerró mis labios con los dedos y me silenció. Con la misma mano acarició mi cara y me besó. Fué un beso largo y delicioso. Ella confiaba en que pasase lo que pasase, yo saldría vencedor.
  - "Descansa. Sparta conocerá mañana un nuevo héroe".
Esas palabras me dejaron aún más perplejo si cabe. Me recosté mirando al techo mientras Ilse me abrazaba y dormía.
... Sparta... El lugar en el que cuando naces ya te juzgan si vales o te tiran al acantilado. Donde no existe la compasión...
Ilse deseaba llegar allí y yo no sabía lo que me aguardaba.

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