Desperté bastante tarde. La cama estaba vacía sin ella, pero sabía que no dormiría sólo durante la travesía.
Cuando salí del buffet estábamos pasando de nuevo frente a la isla de Creta. Quizás fue una alucinación mía, pero creí ver a Talos protegiendo la isla a nuestro paso.
Nos dirigíamos a Rodas, la isla del Coloso, cerca de la costa de Turquía.
Subí a las cubiertas superiores buscando alguna forma de entretenerme. Dí con una zona de cómodos asientos alargados donde algunos de mis amigos estaban conversando alegremente.
- "¡El héroe espartano!" - gritó informando de mi llegada uno de ellos.
- "Buenos días. Tenemos un buen recorrido antes de llegar a Rodas, según me han comentado..."
- "Sí. Aún estamos a medio camino, pero creo que para cuando anochezca llegaremos a la isla" - confirmaba otro de los del grupo.
Me quedé con ellos hasta la hora de comer y nos reunimos todos en el comedor, donde una de las mujeres me hizo gestos para que me acercase a ella antes de sentarnos a la mesa y comenzó a preguntarme:
- "¿Tú no tienes el camarote del final del pasillo?".
- " Sí, claro" - respondí bastante preocupado.
- "Viajas solo, ¿verdad?".
Entonces me dí cuenta de por dónde iba a atacarme y me adelanté...
- "Tenía un problema en el camarote y llamé a la encargada" - respondí sin dar más importancia.
- "Ahmmm... Pues debió ser un problema muy grave porque esta mañana salió de tu camarote vistiéndose el uniforme por el pasillo...".
La señora alzó la cabeza, sonrió y me guiñó un ojo mientras se sentaba a la mesa a la vez que yo me quedaba clavado con cara de estupefacción... o de idiota... porque la señora nos había pillado de pleno.
La tarde se hizo muy larga sin tierra qué pisar ni sitios a los que visitar, aunque en el barco había muchas actividades planificadas.
Recorrí algunas cubiertas más y antes de entrar en el pasillo al que correspondía mi camarote, me crucé con Ilse. Acompañaba a una pareja mayor.
Al encontrarnos, hizo que pasaran primero y al pasar junto a mi me dió la mano y volvió a soltarla, como señal de que volvería a dormir conmigo esa noche.
La esperé durante horas. Salí a cenar y volví, pero no la encontré esperándome. Salí varias veces al silencioso pasillo por si asomaba tras alguna esquina, pero nada.
A través de mis ventanucos ví las últimas luces de la costa cretense. Un faro y luces de urbe saludaban al buque, como la mujer de un marinero que espera ansiosa el regreso a puerto.
Me metí en la cama y abracé la almohada pensando en ella.
Desperté de madrugada. Continuaba sólo en la cama. Me levanté y observé que ya habíamos llegado a Rodas. Se veía al fondo, detrás de una leve cortina de niebla. Quizás no era momento de arrivar a puerto.
Volví a la cama y seguí pensando en ella. ¿Por qué no había venido a dormir conmigo?.
Bien temprano atracamos en Rodas, donde se veía las obras del nuevo coloso. Hacía buen tiempo, pero se acercaban unas nubes de tormenta por el horizonte que no me preocuparon en ese momento.
Desembarcamos y fuimos a ver la ciudad.
Pasamos el dia entero en la isla, visitándola y haciendo excursiones.
Al anochecer, volvimos a embarcar.
¡Cómo deseaba verla de nuevo!.
Tras cenar, entré en mi camarote y ella estaba esperándome de nuevo. Llevaba de nuevo la túnica y me esperaba junto a la cama.
- "Perdón por no venir ayer. Tuvimos reunión anoche y dormí en mi camarote. No pude avisarte" - dijo con cara triste.
- "No pasa nada... pero, ¿a qué viene la túnica ahora?"
- "Es sorpresa. Quiero compensarte por faltarte ayer" - dijo con mirada pícara y sonrisa burlona mientras extendía su mano y me entregaba una corona dorada - " Hoy eres dios Helios. Hoy eres mi coloso".
Su proposición me dejó atónito. Seguí sus instrucciones y me desnudé completamente. Sólo portaba la corona dorada que ella me había entregado y, pidiéndome posar como una estatua, ella se arrodilló y se puso a suplicarme;
- "¡Oh, mi dios. Mi gran dios Helios. Concédeme perdón y ofreceré mi cuerpo para tus deseos".
A la vez que rogaba clemencia a mis pies, acariciaba mis muslos desnudos y se apoyaba en ellos, con lo que me proporcionaba excitación y empecé a sentir un hormigueo por todo mi cuerpo. Estaba calentando mi cuerpo y no tardé en notar cómo me empalmaba por sus caricias.
Ilse vió mi excitación y, ruborizada, siguió actuando...
- "¡Mi dios ha respondido!. ¡Mi dios Helios me perdona!. ¡Oh, mi dios, cumpliré mi palabra ahora mismo!".
Ilse se puso a la altura de mi pene y comenzó a acariciármelo y besármelo con delicadeza. Poco a poco los besos pasaron a ser lametones y las caricias en los muslos a caricias en mi escroto.
Pasaba su lengua una y otra vez por todo mi falo. Su boca se transformó en un artilugio masajeador que me producía más excitación y placer de dimensiones divinas.
Me la chupaba con mucha dedicación y yo me sentía, como un dios, complacido por sus caricias y su mamada.
Decidí que ya era hora de que el dios Helios pusiera de su parte y la concediese el indulto definitivo por aquella rogativa.
La cogí de las manos y sin dejar de chupármela se puso de pie, dejó que la abrazase y después la giré, poniéndome a su espalda, levantando la túnica lo justo para que mi polla hurgase bajo la tela y entre sus muslos. Pensé en aquellas pelis porno en las que él se la mete por detrás y decidí que podía probar la misma estrategia.
Puse mi mano sobre su espalda y la guié, sin decir una sola palabra, lo que debía hacer. Ella subió una rodilla encima de la cama y se apoyó con las manos. La posición favorecía una buena penetración. Profunda y larga. La follé así durante un buen rato.
Notando que su flujo salía en cantidad, saqué la polla de su coño y se la restregué por toda su entrepierna, mojándola completamente.
- "Helios no está aún complacido" - dije - "Helios te pide un sacrificio".
- " ¿Qué sacrificio exige mi dios Helios?".
- "Un nuevo placer debe ser conquistado. Una nueva sensación debe recorrer tu cuerpo para complacerme" - confesé maliciosamente.
- "Conquista mi cuerpo, oh mi dios. Está a tu entera disposición".
Mi polla resbalaba más aún entre sus piernas, así que sutilmente permití que la punta de mi polla rozase el culo de Ilse.
Ella gimió y se dejó ir un poco más atrás, proporcionándome un buen acceso a su ano. Puse la punta de mi polla justo en su agujero y dejé que ella fuese metiéndosela poco a poco.
Notaba cómo entraba despacio y apretada, pero resbalaba bien.
Lentamente la fui metiendo dentro e Ilse gemía con más ganas que antes.
Cuando estuvo totalmente dentro, comencé a sacarla de la misma forma, dejando que ella me pidiese el ritmo que deseaba. Un par de penetraciones más y el ano ya estaba totalmente expandido. Acariciaba su vientre y sus pechos mientras la penetraba, así me aseguraba de que no "enfriaba" y follarla el culo sería mucho más placentero para ambos.
Ella acompasaba mis acometidas con balanceos de su cuerpo hacia delante y hacia atrás, imprimiendo más intensidad a las embestidas. Me olvidé de acariciarla y puse mis manos en sus caderas. La empujaba hacia mí con tanta intensidad que creí que la iba a romper el culo en algún momento.
Después de un buen rato follándola así, apretó su culo y chilló tan fuerte su orgasmo que oí cómo la gente salía al pasillo a preguntar qué pasaba. Pero no me importaba. Ella se giró y me miró con tanta lascivia que no pude evitar lanzarla un beso mientras le daba las últimas embestidas. Ella sonreía con la cara estampada contra el colchón y sus manos agarraban fuertemente la sábana bajera.
Cuando por fin se la saqué, cayó fulminada encima del colchón, sonriendo y suspirando, hablando qué sé yo en su idioma, mientras yo me agachaba y la besaba en la espalda como acto de agradecimiento.
Se volvió hacia mí y me dijo:
- "Una mujer sola no te satisface, ¿verdad?".
- " Una sola mujer puede hacerme felíz... Una mujer como tú, por ejemplo".
Ilse sonrió mientras se recolocaba en la cama. Me hizo el sitio y volvió a recostarse sobre mi pecho.
- "Tú eres un gran hombre. En mi país no hay hombres como tú".
No sabía qué decir. Sólo sabía que ella había vuelto a mí. A mi camarote. A mi cama...

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