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sábado, 11 de abril de 2015

RE04 Transporter

Sonó el teléfono...
Al otro lado, una voz grave y familiar me ponía en alerta:
- "¡¡¡Tienes trabajo!!!".
- "Dame 15 minutos y estoy ahí", le respondí.
Estaba dispuesto a colgar, cuando me volvió a informar:
- "Te doy 5 minutos más, pero vienes con el traje".
Me extrañó que dijera eso. Es más, hasta me sorprendió esa petición tan particular, pero por el tono de voz parecía muy seria.
  - " De acuerdo".
Colgué casi de inmediato. Abrí la puerta corredera del armario, descolgué la percha de la que colgaba mi traje y lo posé con suavidad encima de la cama. También saqué los zapatos.
Después de cambiarme y coger la documentación, algo de dinero y los móviles, salí por la puerta para coger el coche y dirigirme a la oficina.
Cuando llegué al aparcamiento del puerto, ya estaban esperando por mí. ¿Me había retrasado?. Era posible. Durante el trayecto, la parsimonia de un anciano conductor me había reducido considerablemente la marcha.
  - "Está todo en el coche. Sólo tienes que llevarlo a su destino. Iba a ir yo, pero me ha surgido un imprevisto".
Pobre niña. Su cara angelical fué la primera que se me vino a la cabeza.
La chiquilla tiene una cruz encima. Cada poco está ingresada en el hospital por sus contínuos problemas de salud.
  - " No hay problema. ¿Tiene el depósito lleno?".
  - "¿No te acabo de decir que está todo listo?", me gruñó, como si mi preocupación por el hecho de que todo estuviese correcto le dañase el orgullo.
  - " Dale un beso a tu sobrina", le dije con tono dulce.
La complicidad que la niña y yo teníamos, había forjado una estrecha relación de amistad, casi familiar. Mi preocupación por ella era evidente.
Me subí al coche y ojeé la documentación por encima. Localicé el destino. Nunca había estado allí, y me pareció una buena oportunidad. Busqué el destino en el navegador de mi móvil y una vez leída la información y visto el mapa, cogí la llave y arranqué el motor. Sabía que me estarían esperando.

Pasaron minutos, horas y kilómetros, pero al final llegué a mi destino.
Un gran panel que se podía ver a distancia me sirvió de referencia. El edificio, moderno y luminoso, me pareció un buen lugar para trabajar, pero ya había trabajado para una gran empresa, y recordarlo me hizo reconsiderarlo. Estaba bien en aquella pequeña empresa, en aquella villa marinera, alejado de toda gran urbe y alejado de todo lo que me molestaba.
Entré en el recinto, y aparqué el coche lo más próximo a la entrada principal. Cogí la documentación y me dirigí al mostrador de información, donde me informarían de dónde y cómo descargar.
Una vez saldados todos los trámites y de haber procedido a la descarga del contenido del coche, con alguna que otra broma entre compañeros, me dispuse a entrar en la cafetería y tomar algo antes de coger de nuevo la carretera.
Estaba llena, pero no lo suficiente como para no quedarse en un rinconcito apartado y disfrutar del refrigerio.
El hall estaba prácticamente vacío, así que pude recrearme en la decoración del edificio mientras mis pies me dirigían hacia la cafetería.

De repente, un cuerpo tropezó con el mío y mi vista llegó a tiempo de ver cómo una hermosa mujer perdía el equilibrio y comenzaba a caer. Mis reflejos llegaron a tiempo de impedir que la mujer diese con sus huesos en el suelo.
Mi interés por el edificio había desaparecido. Sus ojos, tan expresivos, habían captado todo mi interés.
  - " Discúlpeme. Debería estar más atento por dónde camino", intenté torpemente disculparme.
  - " También ha sido culpa mía. Iba distraída". Señaló con la mirada una revista que debía llevar en las manos y que, por efecto, sí acabó en el suelo.
  - " ¿Puedo invitarla a un café?"
  - " Me encantaría, pero ahora me están esperando. Quizás más tarde".
  - " Estaré en la cafetería. La esperaré".
Recogí la revista del suelo y se la entregué. Con una hermosa sonrisa se despidió y continuó su camino. Yo, por mi parte, hice lo propio y entré por la puerta de la cafetería.
Me coloqué en un lugar que nos diese un poco de intimidad y que no fuese muy concurrido. Pedí algo de comer y esperé a que me lo sirvieran. Mientras, buscaba con la mirada en la lejanía de las puertas, una sombra familiar, un rostro femenino... Quería verla de nuevo.

Una comida ligera había servido para hacer que el tiempo pasara plácidamente. La gente entraba y salía de la cafetería contínuamente, como si aquella barra fuese el mostrador de información que, acompañado por un modesto cincuentañero, se dejaba entrever al otro lado del hall y no rivalizaba con el de la cafetería en cuanto a concurrencia de público.
El camarero ya se dirigía hacia mi mesa, cuando ella apareció en la puerta de la entrada de la cafetería.
En nuestro tropiezo, no había apartado la vista de sus ojos y, por lo tanto, no me había recreado en su figura. Ahora podía hacerlo. Era un conjunto de virtudes femeninas sobresalientes. Su figura destacaba sobre las de las demás mujeres. Ella sabía que era muy atractiva y lo remarcaba más con cada paso que daba con aquellos zapatos de tacón corto, pero fino, que sonaba como un estruendo a pesar de la algarabía que dominaba en toda la cafetería.
Por fín acertó a verme, cuando el camarero llegó a mi altura y me preguntó:
  - " ¿Va a tomar café?".
  - " Sí", le contesté. "Pero seremos dos a servir. Mi convidada acaba de llegar justo ahora".

El camarero volvió la mirada hacia la multitud y ella ya se encontraba a sólo unos pasos de la mesa. Él sonrió.
  - " ¿Te pongo lo de siempre?", dijo con tono familiar.
  - " Gracias, Damián", asintió ella.
El camarero se volvió hacia mí y se quedó esperando por mi decisión. Yo estaba sorprendido.
Me dí cuenta de la situación y, sin poder apartar la vista de ella, le dije:
  - " Con leche, gracias".
Ella sacó la silla y se sentó. No pude hacer otra cosa que levantarme como gesto de cortesía. Parecía preocupada, pero el hecho de haber entrado en la cafetería la había transformado. Empezaba a sonreír levemente y estaba algo más relajada.
  - " Siento no haberme presentado correctamente. Espero que no haya sufrido alguna lesión por mi culpa".
  - " Puedes estar tranquilo", me consoló, " me pasa con frecuencia. Siempre acabo en el suelo".
  - " Pues por lo que he podido observar, no aparenta que le suceda tan a menudo..."
  - " Eres un cielo. ¿Es la primera vez que vienes?"
  - " Si. Ha sido gracias a un contratiempo. Hubiese venido otra persona en mi lugar, pero un compromiso de última hora le ha indispuesto y he tenido que suplirle".
  - " Pues creo que ha sido el destino. Creo que nuestros caminos tenían que encontrarse".
El café llegó de manos de Damián, quien, después de servirlos, dejó la mesa silenciosamente para volver detrás del mostrador.

Continuamos la conversación mientras tomábamos el café.
Me desveló que era una titulada a la que habían contratado para elegir empleados nuevos, pero no estaba teniendo mucha suerte con los candidatos. Ninguno representaba al empleado ideal que la empresa buscaba y ella, por desesperanza, iba a plantear a la empresa otro baremo. Debía presentar a final de mes a algún candidato y no tenía a ninguno que mereciese la pena.
Su rostro era dulce y su pelo caía suavemente hasta los hombros. Llevaba un vestido oscuro y bastante ceñido que marcaba sus sinuosas curvas como una alegoría a la belleza femenina. Era agradable dialogar con ella. La suavidad y dulzura de su voz hacía que cualquier cosa que dijese, fuera interpretado como un susurro en la intimidad.
Poco a poco fuí imaginando cómo sus palabras se convertían en besos y sus miradas en guiños. Caía en un abismo de enamoramiento que me intranquilizaba por momentos. Eso me mantenía alerta.

Un tipo entró en la cafetería. No iba vestido como era de costumbre ver por aquel edificio. Llevaba una cazadora de cuero negra, sin distintivos ni hebillas, más bien parecía de corte formal, un pantalón vaquero moderno, con partes descoloridas, pero sin parecer desgastado por el uso, unos zapatos de color marrón que desencajaban totalmente con el conjunto y un pendiente en una de las orejas, ofreciendo una visión del personaje más cómica que seria.
El tipo buscaba entre la gente de forma nerviosa. Parecía cabreado. Miró alrededor y fijó la vista en ella, que a pesar de estar de espaldas a la entrada, supo reconocerla al instante. Vino hasta nuestra mesa como un vendaval...
  - "¡¡¡¿Vas a contratarme o no?!!!" Vociferó en tono exageradamente agresivo, de tal forma que se hizo un silencio en toda la cafetería casi comparable a la del hall.
  - " Esa decisión la tomará la empresa, no ella", le atajé secamente.
  - "¿Y tú, quién eres?. ¿Su chulo?". Me increpó sin bajar el tono de voz.
  - " No creo que esa sea forma de preguntar las cosas. Por otro lado, le reitero que esa decisión no la tomará ella, sino otra persona", expuse en un tono tranquilo y comedido.
El tipo se avalanzó contra mí, y agarrándome de la chaqueta, me levantó y me puso la espalda contra la pared.
A ella se le humedecieron los ojos. Empezaba a sentirse culpable y mi actitud no la tranquilizaba, aunque yo sí lo estuviese.
  - "¿ Acaso eres tú quien me lo va a decir, chulito?".

Miré a Damián. Estaba preparandose para atizarle desde atrás, así que con un gesto leve le disuadí de que lo hiciese.
  - " Ya le he comentado que será alguien de la empresa quien tome esa decisión. Yo no trabajo aquí. Y ahora, si hace el favor, y me suelta...".
  - " ¿Me vas a hacer algo, chulito?. ¿Y si no quiero soltarte?"
Apretó más fuerte mi chaqueta y me empujó más aún contra la pared.
  - " Soy de dar segundas oportunidades, pero creo que contigo haré una excepción".

Como en un parto, hay un segundo de silencio antes de que el recién nacido rompa a llorar en su primera bocanada de aire fuera del vientre de la madre. Allí fué un grito de dolor espantoso.
En ese intervalo de tiempo, le había roto la naríz, le estaba luxando el brazo y, por desgracia, había manchado la camisa y la corbata con la sangre de aquél arrogante.
Sin dejar de retorcerle el brazo y en silencio, fuí llevándolo a través del pasillo de gente hasta la entrada, donde lo solté. Mientras corría con el orgullo dañado, se le oía gritar cada vez más lejos:
  - " ¡¡¡Te denunciaré, cabrón!!!".

Volví a la cafetería, donde la gente me felicitaba y sonreía a mi paso, pero a mí eso no me preocupaba. Cuando pude llegar a su altura, pude comprobar que aún estaba nerviosa. La cogí de la mano...
  - " Ya ha pasado todo. Ya no te va a molestar más".
  - " Estaba preocupada. Creí que te iba a...", me contestó con voz nerviosa.
  - " Yo sí que estoy preocupado. Díme cómo le explico yo ahora a mi jefe qué hace esta sangre en mi camisa... ¡¡¡Él sí, me va a matar!!!".
  - " Yo te la lavaré. No dejaré que vuelvas así. Es lo mínimo que puedo hacer por tí".

Asentí con una sonrisa. Pagué la comida y los cafés a Damián y salimos juntos por la puerta del edificio. Me dejé llevar.
Nos subimos en su coche. Un modesto utilitario bastante confortable. Salimos del recinto en dirección al centro de la ciudad.
Disfrutaba conduciendo. Aceleraba con mucha suavidad y frenaba de la misma manera. Quise fijarme en cómo manejaba los pies en los pedales, pero la falda del vestido impedía que me concentrase en los pies. Con el movimiento de las piernas al conducir, se le había subido un poco y dejaba entrever algo más de pierna. Empecé a ponerme nervioso y a marearme como no me había pasado en un coche desde bien niño. El corazón se me aceleró como si se me hubiese disparado el óxido nitroso y no me quedó más remedio que volver a fijar la vista en la carretera.
  - " No conduzco bien, ¿verdad?", me sobresaltó.
  - " Conduces muy bien. Ha debido ser el 'meneíto' de antes el que me ha traspuesto".
Intentaba excusarme para que no descubriera cuál era la causa real de mi mareo.

Al cabo de unos minutos, llegamos a su casa. Ella abrió la puerta y me invitó a pasar. Era agradable cruzar aquella puerta. Sentía que no estaba en un lugar extraño. Como si aquello me resultase excesivamente familiar.
Después de dejar el bolso y la chaqueta, volvió a mí y me dijo:
  - " Necesito tu camisa... ¿O crées que voy a meterte con ella puesta en la lavadora?".
Volvía a sonreír. No pude negarme a su petición, así que me quité la chaqueta con cuidado y la dejé apoyada en el respaldo de una silla. Luego la corbata, desanudándola y dejandola también en el respaldo de la silla, encima de la chaqueta.
Finalmente me empecé a desabotonar la camisa por las mangas y continuando desde el cuello hasta el vientre. Le entregué la camisa. Ella desapareció unos segundos y tras oír cómo la puerta de la lavadora se cerraba y se ponía en marcha, volvió a mi lado.
  - " ¿Tienes frío?. Puedo traerte algo para echártelo encima, si quieres".
  - " No es necesario. Estoy bien así".
La verdad es que la temperatura en el interior nada tenía que ver con la temperatura de la calle. Me sentía cómodo.
Ella se quedó mirando mi pecho fuerte y velludo durante un rato, y desviando la mirada a mis ojos, se acercó aún más. Puso las manos en mi pecho.
  - " Aún no te he dado las gracias por lo de antes".
  - " No es necesario".

Se acercó aún más. Yo cedí parte de mi distancia y nuestros labios se tocaron... Mi cabeza me decía que no era lo correcto, pero mi cuerpo ya estaba abrazándola y nuestros labios estaban masajeándose entre ellos. No quería irme de allí, pero sabía que de un momento a otro el teléfono sonaría y alguien me preguntaría porqué el coche no está en el garaje aún.
Ella me abrazó por encima de los hombros, acariciándome el pelo. Nuestras lenguas se abrazaron en nuestras bocas y cuando nos separamos apenas unos milímetros, ella soltó un suspiro tan largo como profundo. Dejé que respirase, gimiese y todo lo que ella deseara hacer. Quería seguir besándola, y su cuerpo me ofrecía múltiples destinos, todos ellos llenos de pasión y lujuria. Sus dedos jugaban a enredar con mi pelo, y mis dedos con los botones de su blusa. Su cuello estaba perfumado... Me gustaba ese olor suave y floral. No era tan recargado ni desagradable como otros. Besé suavemente su cuello. Mis dedos continuaban bajando por su blusa.
Unos senos generosos y prominentes salieron a través del escote. No pude negarles un buen saludo.
Continué desabrochándole la blusa mientras mis labios no se despegaban de aquellos pechos tan bonitos. Al final conseguí quitársela. El sujetador los liberaría del todo. Cuando conseguí quitárselo, unos rosados pezones y unas brillantes y suaves aureolas aparecieron ante mí. No estaba soñando. Eran reales y me sugerían un buen masaje bucal. Procedí a disfrutar de aquella situación. Notaba cómo su respiración se volvía más fuerte y agitada, así que mi curiosidad me invadió y tuve que cerciorarme de que no fingía.
Metí sigilosamente mi mano entre sus piernas y ya sin llegar a la entrepierna, ya empecé a notar una leve humedad en la zona. Subí un poco más mi mano y dí con sus braguitas... Si las separaba de su pubis, una gota escurriría por la pierna abajo.
Ya no se podía esperar más. Debíamos trasladarnos a un sitio más cómodo que seguir de pie. Al preguntarle dónde continuar con nuestro desenfreno, me señaló con su mano una de las puertas, a la vez que gemía un "¡¡¡Ahí...!!!" apenas distinguible entre el resto de gemidos.
Como pudimos, entre besos y caricias, atravesamos el umbral y llegamos a una habitación, donde una cama grande nos aseguraba un buen campo de batalla.
Me sentó en la cama y la abracé fuertemente mientras mi cara se alojaba entre su vientre y sus pechos. Aproveché para quitarle la falda que tantos problemas me había causado durante el trayecto a casa. Dejé que cayese por su propio peso. Las braguitas eran mi última frontera. No me pude resistir a quitárselas.
De un empujón, me tumbó en la cama. El cinturón y el pantalón fueron las prendas a eliminar de la ecuación. Una mirada de arriba a abajo me descubrió a una mujer perfecta, de cuerpo generoso y deseable. Por un momento iba a ser mía.
Me despojó de mis bóxer y puso su boca cerca de mi pene... Lo besó con suavidad y luego lo fué introduciendo lentamente en su boca. Me sentía especial bajo su dominio, como un invitado a una fiesta de VIP's cuando sabes de sobra que tú no eres uno de ellos. Me masturbaba con los labios y con la lengua. Lo disfrutaba... Y yo deseaba que no pasara el tiempo.
Dejó de jugar con su boca para subirse encima de mí. Nos volvimos a besar. Me tocaba degustar ese almíbar que a punto estuvo de desbordar por su pierna hacia abajo. Se tumbó en la cama y yo bajé a su entrepierna. Me moría de ganas de probarla... Besé su vientre y besé repetidamente el clítoris... Pasé la punta de mi lengua por un labio, luego por el otro... Una nueva pasada por el centro hasta el clítoris y su cuerpo se estremeció arqueando la espalda como una gimnasta. Repetí el ejercicio otras dos veces más, con el mismo resultado y expresión corporal. Decidí meter mi lengua suavemente entre sus labios y descubrí que otra mujer, más pasional y sensual, habitaba dentro de ella.
Chupeteé su clítoris durante un tiempo más, hasta que decidí volver a aquellos magníficos pechos.
Estaba tan excitada, que cualquier roce inclasificado entre nuestros cuerpos, hubiese bastado para llevarla a otro mundo de fantasía.
Me volví loco con sus pechos. Chupé aquellos pezones con la delicadeza y la dedicación que ella merecía. Mientras, por la parte baja de nuestros cuerpos, mi pene jugaba a querer entrar en su cuerpo, en deslizarse por sus fluídos y dejar que subiese la temperatura hasta límites insospechados.
Rozaba con la punta una y otra vez, pero no se decidía a penetrarla. Conseguí ponerla de los nervios y me cogió de la cabeza, poniéndonos cara a cara.
  - " ¡¡¡A qué esperas!!!, ¡¡¡clávamela profundamente porque quiero sentirte muy dentro de mí!!!".

Accedí a sus deseos. La penetré tan profundo como nuestros cuerpos nos dejaron. Me movía lentamente y eso le gustaba. Su rostro se volvió brillante y más hermoso aún. Sus ojos destelleaban de pasión y el amor se respiraba por todos nuestros poros.
Me separó de su cuerpo y se giró. Deseaba que la penetrase por detrás. Accedí y seguí con movimiento rítmico, alternándolo con alguna penetración profunda asiéndola por la cadera con mis manos.
Intentaba dejar constancia de que éramos dos en nuestro mundo, así que me retiré y la invité a subir encima de mí. Volvió a penetrarse y mis labios se posaron en los suyos. Sus pechos volvían a solicitar mis caricias y mis besos.
Estuvimos así, largo rato.

Casi agotados por la pasión, no sabíamos si continuar o seguir... De repente, ella sintió un fuego interior que la abrasaba, que hacía más entrecortada su respiración...
Una convulsión, seguida de un grito lujurioso de placer, rompió el silencio de la estancia, provocando que todo el vecindario mostrase su enfado... o su envidia.
Un último abrazo, un último beso y ella se retiró. Se recostó sobre mi pecho y se dejó vencer por el sueño...

Me quedé junto a ella pensando si debía dejarla allí sola o si debía volver a verla de nuevo.
Al cabo de un rato, salí de la cama, me vestí silenciosamente y cogí la camisa que aún seguía en la lavadora, mojada, pero limpia.
Me puse la chaqueta, me despedí con un beso y dejé una tarjeta de la empresa con mi nombre y mi teléfono en el reverso. Salí del edificio y busqué un taxi que me llevase hasta donde había dejado mi coche.

Después de una hora de viaje, sonó el teléfono...
  - " ¿Dónde andas metido? ¡¡¡Ya deberías estar aquí!!!", me gritaron al otro lado de la línea.
  - " Estoy de camino. Servicio completado y cliente satisfecho".

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