Imagino que estaríamos aún en la ducha, terminando nuestra higiénica aventura y que pensarías que todo habría terminado ya... Lo habías pasado genial y esperabas que yo estuviese más tranquilo y desahogado.
Salimos de la ducha y procedimos a secarnos. Yo me secaba con una gran toalla y tú hacías lo propio con tu albornoz, una toalla para el pelo, otra para tus intimidades, otra para los pies...
Me mirabas con cariño y a ratos parecía que el albornoz te tapaba demasiado el cuerpo... Querías mostrarmelo y al secarte, te hacía creer que no podía disfrutarlo con miradas furtivas...
Decidíste quitartelo, dejándolo caer al suelo y te acercaste a mí. Me pasaste los brazos por encima de los hombros y acercaste tu cara a la mía. Nos miramos bien cerca el uno del otro y terminamos besándonos. Lentamente, con pasión, acariciándonos suavemente los labios...
Te cogí en brazos y nos dirigimos a otra habitación, en la que pudieses recordarme en tus momentos de soledad. Lo preferías así y yo estaba de acuerdo.
Te posé encima de la cama. Me senté a tu lado y acaricié tu cara mientras te miraba. Entornaste la cara hacia mi mano y, agarrándola con tu mano, me la besaste, como queriendo transmitir que estabas complacida por estar yo contigo.
No había porqué fingir... Deseabas que estuviese más tiempo a tu lado.
Pusiste tu mano en mi pecho y me lo presionaste para que me recostase. Lo hice y tu cuerpo se subió encima del mío.
Volviste a besarme, y mientras lo hacías, invitabas a mis manos por un paseo turístico que fuese desde tus pechos hasta tus glúteos, dejando huella por todo tu cuerpo.
Te posicionaste mejor sobre mi cuerpo, de modo que tus labios vaginales rodeasen mi pene y que con un pequeño movimiento, todo él cruzase de nuevo el umbral de tu deseo...
De repente, un pequeño sobresalto recorrió tu cuerpo. Sin poder evitarlo, mi pene se introdujo en tu vientre, y dejaste que se quedase allí. No había motivo para sacarlo de un lugar tan hospitalario, tan generoso y tan caliente...
Un gemido salió de tu boca, y ya sólo podías pedir que no terminase nunca esa odisea. Habías agotado todas tus fuerzas a lo largo del día y lo único que te quedaba, era fuerza suficiente para no desfallecer. Pero la estabas agotando mientras te movías encima, muy lentamente, mientras te recreabas en mi pene y por dónde estaría tocándote por el interior de tu cuerpo. Es un juego al que te gusta jugar y lo estabas empleando conmigo...
Te sentaste, mientras continuabas penetrada, y me pediste que te abrazase y metiese mi cara de nuevo entre tus pechos. Lo hice, besé tus pezones y quedé abrazado a tu pecho, absorto en un pensamiento lejano, como si estuviese despertando de una fantasía y no me quisiese despertar.
Lentos y pausados movimientos de cadera sobre mí eran lo único que nos señalaba lo que nos unía...
Un último esfuerzo y un último momento de tensión marcaría una despedida no deseada. Temías y a la vez, esperabas de nuevo, ese momento.
Un movimiento que no habías calculado, provocó que tu espalda acabase contra la cama, y la penetración se volvió más ruda, aunque igualmente pausada.
Seguías disfrutando de ese placer, pero preocupada por no poder sentirlo más a menudo.
Una última despedida a modo de júbilo recorrió tu cuerpo.
Mientras lo celebrabas, una humedad inesperada llenó el vacío hueco de tus entrañas... Había eyaculado dentro de tí.
Lentamente fuí cayendo a tu lado, desplomándome por etapas, y tú te arrimaste y me abrazaste, sintiéndote orgullosa de haberme tenido para tí sola. Como el premio de consolación que nadie quiere pero que descubres que no había mejor regalo que ese... por muy caros o sofisticados que pareciesen los demás.
Nos dormimos abrazados y plenamente satisfechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario