Había tenido un mal día.
Acababa de llegar del trabajo y echaba de menos el ajetreo de mi barrio natal. Tener que ir al extranjero a trabajar no es tan bonito como lo pintan. Se echa de menos a los de casa, a los amigos que no dejan de saturarte el móvil con mensajes de vídeos picantes que ponen de los nervios a las novias, a los vecinos que te saludan con una sonrisa... Muchas cosas se echan de menos, pero a la que más, a Lucía. Mi Lucía.
Deseaba sentir su piel entre mis brazos. Sus labios besándome por todo el cuerpo. Su baño de flujo tras un buen orgasmo... Habían pasado unos meses, pero parecían años.
Me dejé caer en la cama y comencé a pensar en ella. La habitación estaba totalmente a oscuras y el silencio me permitió concentrarme en cada rincón de su cuerpo. La acariciaba, la besaba, notaba su calor...
De repente, en la oscuridad de la habitación, me llegó un olor familiar, el del perfume de Lucía. Ese perfume que tantas veces respiré en su cuello y que me volvía loco.
Sin abrir los ojos, me dejé llevar e inhalé bien profundo un buen volumen de aire.
Una mano me acarició el pecho y con voz suave me tranquilizó:
- "No te asustes, cariñín, que soy yo..."
Me sorprendí y quise incorporarme, pero ella me frenó y de mi boca sólo pudo salir su nombre...
- "¡Luci!".
- " Si. Soy yo, tonto. He venido a pasar unos dias contigo porque te echo muchísimo de menos".
En la oscuridad de la habitación me dispuse a abrazarla y a oler más profundamente su perfume. Acariciaba su cuerpo y noté que estaba desnuda... Totalmente desnuda.
- "Felíz cumpleaños, cariñín. Yo soy tu regalo...".
Me besó y dejó que nuestras lenguas se humedeciesen la una a la otra.
Lentamente fue quitándome la ropa y se tumbó encima de la cama para dejarse hacer. Yo la deseaba tanto...
La besé en el cuello mientras acariciaba su trasero con ansia, se lo apretaba y lo estrujaba contra mi cuerpo. Me dirigía a su pecho cuando comencé a notar cómo se humedecía su entrepierna, a la que comenzaba a acariciar suavemente con mis dedos. Mojé bien mis dedos con su flujo para poder meterlos en su vagina y masturbarla, preparándola para lo que iba a hacerla más tarde.
Volví a su cara para besarla con más intensidad mientras mi dedo corazón acariciaba su vagina por dentro.
Ella gemía entre besos, pero no permitía que abandonase sus labios un solo segundo.
Me cogió el pene con sus delicados dedos y comenzó a tocarme con mimo.
No podía más que contraer los músculos de mi pelvis haciendo más tensa la erección para placer de ella. Notaba cómo pequeñas gotitas de semen salían por la punta del prepucio con la misión de hacer más resbaladizas sus caricias.
Yo ya me había despreocupado un poco de sus labios y bajaba con besos y retoces por su cuello y su pecho.
Sus pezones se habían vuelto firmes y voluptuosos, invitandome una vez más a chuparlos y masajearlos con mis labios y mi lengua. Abría la boca, metía la aureola y succionaba el pecho. A la vez lamía el pezón o lo rodeaba con la punta de la lengua, dejando un rastro de suspiros y jadeos en cada pasada.
Lucia tenía las piernas muy abiertas a estas alturas de la fiesta, así que aproveché para deslizarme por su cuerpo dejando pequeñas caricias hechas con mi boca en sus pechos, dejando un rastro de saliva y deseo hasta su vientre, donde volví a sacar mi lengua en busca de su sexo. Lamí el mejor de los manjares y con la punta de mi lengua rebusqué cada gotita de flujo, dulce y delicioso, que llenase mi boca de placer y deseo a la vez que ella seguía gimiendo acaloradamente sobre las sábanas húmedas por el sudor.
Continuaba acariciando su vagina con mi dedo corazón a la vez que lamía descaradamente con mi lengua su clítoris cuando me pidió que me tumbase sobre mi espalda, dejando que ella se subiese encima de mi cuerpo y proponiéndome un nuevo juego.
Dejó que su vagina se posase en mi boca mientras sus labios comenzaban a besar mi pene. Notaba cómo su lengua humedecía con ansia mi falo y sentía cómo el cielo de su boca arropaba mi pene con caricias. Yo me deleitaba metiendo mi lengua en su vagina. Su flujo caía sobre mi boca y eso provocaba que me excitase aún más. Lucía daba grandes chupadas a mi pene, cada una con más ganas y con más intensidad que la anterior.
Acariciaba furtivamente el ano de Lucía para provocarla. Deseaba excitarla tanto que no pudiese evitar la necesidad de sentirse liberada de todos sus deseos. Ella respondía con gemidos y me la chupaba con mucha más intensidad. Incluso empezó a ayudarse de la mano para masturbarme a la vez que continuaba chupándomela.
Continuaba jugando con mi lengua en su vagina y con mis dedos en su ano, que comenzaba a relajarse y abrirse para mi lujuriosa satisfación, cuando Lucía dejó de entretenerse con mi pene y se puso de cuclillas encima de mí. Me cogió el pene y se lo introdujo dentro con lentitud. Gozaba sintiendo cómo mi pene se deslizaba gracias a los fluidos de nuestros cuerpos. Una caricia en el alma lujuriosa de nuestras mentes.
Subía y bajaba las caderas con pasión. Sacaba el pene de su vagina y lo volvía a meter dentro con lascivia acompañada de una mirada sobre el hombro y un gemido de placer que desataba tormentas de lujuria en mi interior.
Me dejaba hacer como un novato en el tema y yo sentía cómo ella disfrutaba de mi generosidad sexual.
Tras un rato disfrutando de su apasionado ritmo sobre mí, bajó de la cama y me invitó a seguirla. En esa pausa nos volvimos a besar. Esta vez nuestras lenguas dejaron un buen rastro en nuestras bocas. Ella me cogió la cara y besó con verdadera pasión mis labios, se giró y puso uno de sus pies sobre la cama, se recostó sobre sus brazos y solicitó una nueva penetración, esta vez guió mi pene hacia su ano y éste fué introduciéndose lentamente en su cavidad anal sin más esfuerzo que el necesario para deslizarme dentro de ella.
Movimientos suaves bañaron nuevamente la velada y nos dejamos llevar por el deseo y la sinrazón.
Acariciaba su clítoris con dificultad. Ella retiró mi mano y me permitió hacerla embestidas más salvajes asiéndola por las caderas. La atraía hacia mí con tantas ganas que sus glúteos abrazaban mi cuerpo en cada embestida.
Follamos hasta sentir nuestros cuerpos desfallecer, y antes de caer rendidos nos dejamos vencer por el ruido de la cama soportando nuestro desdén. Temblabamos en una batalla sin vencedores. El orgasmo era inevitable. Sentía cómo el semen subía por mi escroto hacia mi pene y salía despedido en el interior de su cuerpo, procurándola no menos placer que el mío.
Lucía se dejó caer sobre la cama cuando de su boca salió un grito de satisfación plena. Me miró con cariño y me hizo una mueca que revelaba su plan majestuosamente ejecutado.
Ella era mi deseo, su cuerpo el dulce pastel que edulcoró mi fatigoso día y su orgasmo el mejor regalo que había tenido en mucho tiempo.
Quedamos tumbados sobre la cama, agotados, desnudos y abrazados. Nos dormimos y nos prometimos otro combate singular en la cama y en el que ambos seríamos vencedores y vencidos por partes iguales.
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