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jueves, 19 de abril de 2018

RE39 Un discurso especial

De vez en cuando, y cuando estás solo, te da por hacer tonterías... A mí me dio por jugar a hacer posturitas con la lengua y poner caras raras mientras me tomaba un café en un bar.

Estaba absorto en mis pensamientos de como algunas personas pueden mover su lengua de esa forma tan elástica y comencé a hacer figuras con la lengua dentro de la boca; arqueaba hacia atrás la punta, hacía un tubo, la movía de un lado a otro de la boca, mojaba los labios, la sacaba y la volvía a meter varias veces seguidas...

Todo esto lo hacía, como dije, entre mis pensamientos, mirando al infinito y con la mente perdida en posturas linguales.

Llevaba haciendo estos gestos como unos 20 o 30 minutos cuando me dí cuenta de que una chica que estaba a unas dos mesas de mí me miraba con detenimiento.
Quise sonreírla, pero me entró un estado de congoja y vergüenza de tal magnitud que bajé la mirada a mi taza y me quedé preguntándome porqué había respondido así... cuando no estaba haciendo nada malo en realidad.

Le dí varios sorbos al café, que ya estaba templado, por no decir que estaba frío, y levanté la mirada un poco. La tenía frente a mí, sonriendo y, sin pronunciar una sola palabra me hizo saber que su felicidad no sólo provenía de verme gesticular con la lengua...

- Eso que hacías con la lengua, ¿es algún tipo de ejercicio?.
- Pues... Si... Yo...

Me quedé paralizado. Ella estaba tonteando conmigo. Se mordía el labio a la vez que me miraba con cierta travesura y se toqueteaba la cara insinuándome otro tipo de caricias.

- Es una forma de mejorar mi pronunciación cuando me toca hacer exposiciones.
- Ahm, pensé que te serviría para otro tipo de charlas más personales...

Esta sentencia me dejó aún más perplejo.
No esperaba que me la tirase con tanto descaro, pero tragué saliva y sonreí tímidamente.

- ¿A qué tipo de charla personal te refieres?
- A la que me gustaría que me dieras más tarde.

Sin dejar de sonreír abrió su bolso y metió la mano para sacar una agenda y un bolígrafo. La abrió por el final y apuntó algo en una hoja. La dobló en cuatro y la puso encima de la mesa. Deslizó el papelito bajo los dedos hasta mi taza de café y, sin soltarlo me dijo:

- Si me das una charla personal, cógelo. Sino, me lo devuelves.

Ella se levantó de la mesa y volvió a la suya, esperando mi respuesta. Me quedé mirando el papelito un buen rato, pensando qué debería hacer. Era una propuesta sexual muy tentadora y realmente muy divertida. Apuré el café, cogí el papelito y lo guardé en el bolsillo del pantalón mientras ella continuaba mirando de reojo mi posición.
Finalmente me levanté de la mesa y encaminé mis pasos hacia fuera del bar. Ella sonreía pícaramente con la mirada perdida, planificando la tarde de forma estratégica.

Salí por la puerta del bar. Metí la mano en el bolsillo y saqué el papelito que ella me había dado. Lo abrí y tenía apuntada una dirección y un teléfono móvil.
Lo apunté en los contactos de mi móvil y, a continuación, le envié un mensaje:

- "¿A qué hora te viene bien la charla?"

Si ella quería jugar, yo estaba dispuesto a jugarme el pellejo en esa batalla...
La respuesta no tardó en llegar;
  
- "¿Te parece bien a las 5?"
- "Perfecto" - contesté.

A las 5 en punto ya estaba delante de su puerta, preparado para darle la charla personal que ella deseaba.
Piqué a la puerta y ella me abrió con la misma sonrisa que tenía en el bar. Crucé el umbral, la agarré por la cintura y la besé.

- Mi tarjeta de visita - la espeté en un susurro.

Ella sonrió y nos volvimos a besar, pero esta vez juntamos nuestras lenguas en un forcejeo obsceno por provocar la contienda deseada.

Lentamente me guió, entre besos y caricias, hacia su habitación. Allí nos dejamos caer encima de su cama. Yo no podía parar de besar la piel de su cuello. Oía su cadente respiración taladrándome la cabeza lentamente. Entrelacé mis dedos con los suyos a la altura de nuestras cabezas y la susurraba que ansiaba hacerla mía toda la tarde.

Poco a poco nos fuimos quitando la ropa y el contacto con la piel se tornó más excitante. Me deslicé por su cuerpo baboseando el camino hacia sus pechos y jugueteé con la lengua en sus pezones. Ella jadeaba como una loca desquiciada y rogaba más contacto personal. Continué trasladando mis labios por su piel hasta que llegué a la zona prohibida, donde ella me concedió el permiso total para hacer una demostración de mis ejercicios linguales.

Procuré humedecer mi lengua y abrí la boca posando la punta encima de sus labios. La deslicé suavemente hacia arriba y cuando llegué al clítoris, la recogí dentro de mi boca para volver a sacarla de nuevo en la parte más baja de sus labios y, con determinación, retomar la escalada hacia el pequeño punto de estimulación.
Me lo tomé con mucha calma para que ella se percatase de dónde estaba en todo momento. A continuación fui haciendo los pequeños ejercicios que había hecho en la cafetería entre los labios, provocando serios gemidos de placer.
Deseaba que explotase en un desenfrenado orgasmo y continuar realizando mi pequeño experimento, pero ella apeló a la penetración inmediata y mi pene aplacó sus ansias instantáneamente.

La penetración comenzó levemente. Mi húmedo compañero se introdujo dentro de su cuerpo con muchísima suavidad. Realizaba lentos pero profundos movimientos de vaivén. Ella disfrutaba con gemidos regulares y su cuerpo temblaba de pasión entre mis brazos. Yo sentía cómo mi cuerpo comenzaba a calentarse porque por mis arterias y venas fluía un líquido incandescente. Podría calentar hasta una barra de hierro congelada con sólo proponérmelo.
Sentía en mi prepucio cómo la acariciaba por su interior, haciendo que su boca gimiese mis embestidas con plena pasión. La humedad de nuestros cuerpos dificultaba y hacía fácil, a la vez, nuestro ansiado encuentro.

Follamos y nos besamos hasta que nuestros cuerpos extenuados cayeron sobre las sábanas de su cama. Yo no deseaba abandonar su cuerpo y ella no quería dejarme escapar. Rodeó mi cintura con su pierna más elevada mientras nos mirábamos en la penumbra de la habitación. Volvimos a besarnos. Nuestras lenguas jugueteaban dentro de nuestras bocas a mojarse la una a la otra. La abracé aún más fuerte contra mi cuerpo y sentí mi pene queriendo meterse de nuevo en ella. Movió su cadera hacia abajo y permitió que la penetrase una vez más.
Nos giramos de forma que ella quedó encima de mí y, sin despegar nuestros cuerpos, se balanceaba arriba y abajo en un nuevo encuentro.

Las horas pasaron tranquilamente, sin darnos cuenta de que ya había anochecido.

Me vestí pausadamente mirando cómo dormía abrazada a la almohada en mi ausencia. Era maravilloso verla así. Desprendía un aire de felicidad perfumado con la fragancia y la humedad de sus flujos aún en mi boca.

Cerré la puerta de su casa y retorné a la mía convencido de que había dado mi mejor discurso.

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